viernes, 26 de septiembre de 2014

Crítica: ¡OH, QUÉ MIÉRCOLES! (1947)

PRESTON STURGES










El gran director Preston Sturges, un maestro de la comedia que se codeó con Ernst Lubitsch, por poner un ejemplo, se alió con otro maestro de la comedia, el indispensable Harold Lloyd, uno de los más grandes actores de comedia del cine mudo, pero no para hacer un título mudo, aunque le rinde evidente tributo, sino uno sonoro con toda la esencia y espíritu de la época silente.

Sturges destacó tanto como guionista como en su faceta de director, aunque no tiene una filmografía especialmente extensa. Con todo, títulos como “Las tres noches de Eva” (1941) o “Los viajes de Sullivan” (1941) son obras maestras de la comedia, auténticas joyas.

Por su parte, Harold Lloyd es por derecho propio uno de los grandes nombres de la comedia muda, junto a Chaplin y Keaton uno de sus grandes actores. Esta cinta que nos ocupa es de la última época tanto de director como de actor (de hecho fue la última película de Lloyd), ya en declive, una vez el cine mudo casi había desaparecido. Lloyd tuvo que ser convencido por Sturges para regresar al cine tras varios años sin trabajar, con lo que esta obra, sin ser de lo más notable de ninguno de los dos, tiene un sabor especial para el cinéfilo.







Lloyd interpreta a Harold Diddlebock, recuperando así el personaje de su obra maestra “El estudiante novato” (Fred C. Newmeyer, Sam Taylor, 1925), cinta a la que se homenajea en la primera secuencia, la del campo de fútbol americano. Aquí vemos a Harold que es despedido tras 22 años en la misma empresa, por esta causa se verá obligado a empezar una nueva vida, que iniciará gastándose sus ahorros en una fiesta desmadrada en la que consiguirá una fortuna al mismo tiempo que la perderá. A la mañana siguiente irá descubriendo las consecuencias del desparrame de su noche de juerga.



La cinta que nos ocupa es una simpática comedia que sirve de vehículo de lucimiento al gran Harold Lloyd, con todo lo que ello conlleva. Con evidentes guiños al cine mudo, del cual Harold Lloyd fue uno de sus genios más destacados, la película tiene una estructura bastante interesante y un tono surrealista muy divertido. Esta estructura de la que hablo consiste en que desde un planteamiento inicial en la que se nos muestran objetos concretos o situaciones concretas, (un anillo, la compra de un coche de caballos, un zoológico…), vamos recreando un tiempo pasado que anteriormente hemos visto pasar elípticamente (un calendario que pasa, una noche de borrachera…). Desde ese recuerdo de un tiempo que ha pasado se usan esos objetos como vínculo para ir desentrañando los episodios más importantes que nos han hecho llegar a esas situaciones concretas. 




Todo esto es de agradecer a Sturges, que también es autor del guión y que logra con ello que la película no sea una mera sucesión de sketchs. La introducción casi de cine mudo, lo es en esencia, es muy divertida y de lo mejor del film. 

La secuencia más destacada con gran diferencia es la del león, que es un personaje más, en lo alto de la cornisa de un edificio, lo mejor de la película sin duda y que recordará a los más cinéfilos con seguridad a otra de las obras maestras de Lloyd, "El hombre mosca" (Fred C. Newmeyer, Sam Taylor) de 1923, que también en su realización es una escena típica de cine mudo. Una auténtica virguería que juega a la perfección con los hábiles efectos especiales de la época y las transparencias.  







El gran mérito del disfrute que se logra con la película, sobre todo en los gags visuales, corresponde a Sturges y su manera de rodar, planos generales sostenidos, el perfecto uso del encuadre para generar el suspense cómico e imaginación a raudales en la puesta en escena, claves que permiten ver la acción al completo. De todas estas claves, como he explicado en muchas ocasiones, han tenido y tienen que tomar buena nota todos los directores que hagan cintas de acción, de aventura y, por supuesto, comedias visuales… Las claves para que todo se vea en su plenitud y el espectador disfrute de forma completa del espectáculo.





La escena de la declaración a su compañera de trabajo, de cómo estuvo enamorado de sus múltiples hermanas, demuestra además el dominio no solo del humor visual sino del dialogado por parte de Sturges.

Lloyd se encuentra en su salsa, sobre todo en el humor más físico del cual era un indiscutible maestro, en una película que tiene más profundidad de la que aparenta. Canto a la vida y al riesgo. 

Entre los defectos quedan gags, sobre todo verbales, estirados en exceso, como la secuencia final por poner un ejemplo…


No es una gran obra, ni es lo mejor de Sturges o Lloyd, pero tiene momentos fantásticos y hará pasar un buen rato a los amantes de la comedia física clásica. En 2009 se estreno "Resacón en Las Vegas" (Todd Phillips), que en planteamiento y trama tiene cosas en común con este film.






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