viernes, 5 de diciembre de 2014

Crítica: SINFONÍA DE LA VIDA (1940)

SAM WOOD














Sam Wood es un artesano de talento excepcional. Nunca ha sido considerado como merece en parte por no tener un gran número de obras maestras, pero su saber hacer en cualquier tipo de cinta y con cualquier material, sus innovaciones y frescura narrativa, son un auténtico placer cinéfilo. No me refiero simplemente a sus colaboraciones con los Hermanos Marx (“Una noche en la ópera” de 1935, “Un día en las carreras” de 1937), sino a muchos otros de sus títulos. Por ejemplo, la frescura de “Caballero y ladrón” (1939) y ese montaje tan vistoso, o la misma que nos ocupa, con innovaciones metalingüísticas atrevidas. Un artesano de un descomunal talento narrativo y que mezclaba cualquier género con su virtuosismo para la comedia, casi siempre presente.




La historia que nos cuenta en “Sinfonía de la vida” no puede ser más sencilla. Una historia costumbrista sobre el paso de la vida en una ciudad cualquiera durante 13 años, de 1901 a 1913.

La película se inicia con un excelente travelling, un larguísimo plano que presentará a nuestro narrador. Los virtuosismos narrativos y de puesta en escena abundan. Aquí un buen ejemplo. Este narrador (Frank Craven), omnisciente, es uno de los grandes hallazgos de la película, un excepcional recurso metalingüístico que nos dejará multitud de detalles y ocurrencias brillantes. Viajamos al pasado, a 1901, lo veremos en un solo plano, cómo en un plano general se transforma la ciudad.





Los detalles metalingüísticos referidos aparecerán intermitentemente durante la narración. Además de al inicio, veremos como el narrador interrumpe a la señora Webb y la señora Gibbs en una de sus conversaciones, con miradas de ellas a cámara incluidas.



En otro momento el narrador pausará la historia de estas familias para hacer intervenir a un profesor y al señor Webb, para que nos instruyan sobre las características más significativas de la ciudad, sobre geología, historia, antropología, política, sociedad… Incluso en este momento se permitirán diálogos con el espectador, al pedir que hagamos preguntas si tenemos alguna curiosidad, preguntas que se harán y serán contestadas. Curioso y brillante, si bien es cierto que la escena queda tremendamente larga y lastra la narración.



También intervendrá para abrir cada episodio, después de cada elipsis temporal, para situarnos en el lugar y fechas concretos donde reanudaremos la narración.

En otro momento llegará a tapar y destapar el visor de la cámara para introducirnos en el flashback que nos cuente como George y Emily se comprometieron.

Nuestro narrador se despedirá del mismo modo en que se presentó, dando una estructura circular al relato.

Son muchos los recursos estilísticos que usa Wood desde la dirección. Un ejemplo, los planos detalle a objetos o elementos concretos, la jarra de leche, el gato… vinculados. Todo ello nos va retratando la vida cotidiana, la rutina de esa ciudad, el reparto de leche, los cotilleos…

Thomas Mitchell interpreta al doctor Gibbs. Esta secuencia se estructurará a base de encuentros sucesivos entre personajes que se irán dando el relevo. Primero el lechero se cruzará con el médico y éste con un niño repartidor de periódicos, con el que Wood se quedará momentáneamente para contarnos su historia con brevedad, cosa que hará encuadrándolo en un picado mientras lo vemos desaparecer del plano por un camino, símbolo de su futura muerte mencionada por el narrador en ese preciso instante. Un detalle soberbio.



Retomaremos la narración con el doctor, padre de una de las dos familias en las que se centrará de forma más concreta la historia. Las dos familias son los Gibbs (Thomas Mitchell y Fay Bainter) y los Webb (Guy Kibbee y Beulah Bondi), con dos hijos cada una. Vidas cotidianas, desayunos, paseo hacia el colegio… Los hijos de los Gibbs son el desastrado y deportista George (William Holden) y la coqueta y ahorradora Rebeca (Ruth Tobey), los de los Webb son la vanidosa e inteligente Emily (Martha Scott) y el aplicado Wally (Douglas Gardner). El montaje es tan ágil que puede dificultar saber en qué casa estamos y quién es hijo de cada uno.




Wood repartirá sus toques de humor por toda la narración, como ese paralelismo que hace entre las gallinas y los andares de Rebeca por exigencia de su madre. También en la mencionada escena donde el narrador hará intervenir a un profesor y a otro miembro de la comunidad para que nos cuenten cosas a nosotros los espectadores, como comenté.




En multitud de escenas Wood colocará objetos de forma predominante en el plano, por delante de los personajes, que parecen inundados por ellos, como si fueran un todo con su entorno, utensilios de cocina, libros, incluso personajes desenfocados…

Otro rasgo distintivo son los encuadres dentro del encuadre, ventanas, una anciana entre unas mecedoras, Emily a través del brazo de George que le hace de marco… Centran la acción o al personaje.






Llegamos a la tarde. El amor surgiendo entre Emily y George. Los jóvenes van creciendo y con ellos su interés por el amor. La noche, un viaje a lo largo del día que concluye. La religión, el coro, el niño travieso, la soñadora y estudiosa Emily, el apurado George, la ahorradora Rebeca limpiando sus monedas… Se siguen desgranando aspectos de los personajes que los definen cada vez más.



En el coro se introducirá otro personaje, el director del coro, mostrando insistentemente su sombra, que presagia su desdichado futuro. Un músico borracho que diluye su pesar en la bebida, su decepción vital por no haber logrado lo que pretendía. Hastío. Sus escenas tienen una mezcla de humor y esperpento que resultan conmovedoras. En otra posterior lo volveremos a ver unido a las sombras, está borracho y busca ocultarse en ellas de las miradas escrutadoras de la gente. Le fascinan las sombras, son su hogar, ya le vimos fascinado con la suya propia, como si la muerte fuera algo deseado. Por supuesto, sus continuas borracheras serán la comidilla de la ciudad. Acabará suicidándose, precisamente.






Veremos los contrastes de personalidad de Emily y George, una soñadora y enamorada, el otro realista, campechano y limitado, además de estar también enamorado. Wood nos mostrará sus nocturnas conversaciones, soñadoras miradas y anhelantes pensamientos sobre el futuro.




La cinta tiene momentos realmente tiernos y detalles de gran lucidez, como la escena en la que el señor Gibbs (Mitchell), recrimina sutilmente a su hijo George (Holden), haciéndole ver lo poco que ayuda su madre. Tras esta escena tendremos otro ejemplo de encuadre dentro de un encuadre, la ventana oculta por el periódico de Thomas Mitchell y la aparición de su mujer con unas amigas al fondo.




El retrato de Wood no deja nada en el olvido, mostrará la falta de miedos, cómo se dejan las puertas de las casas abiertas por las noches y cómo eso va cambiando conforme avanzan los años.

1904. 3 años después.

Pocas cosas parecen haber cambiado, la misma rutina, el lechero, el gato, las familias… George es un gran bateador, se va a casar. El vínculo entre las dos vecinas familias se estrecha más, el lechero, el gato… un boda.

Wood reflexiona sobre el conservadurismo, sobre la vida en una ciudad cualquiera donde sus gentes se relacionan con el vecino que acabará siendo su marido y formando una nueva familia allí mismo, un conformismo plácido de la sociedad americana de principios de siglo que irá cambiando. Los Gibbs rememorarán su vida, los miedos y las inseguridades en los inicios matrimoniales ante el inminente enlace de su hijo, un ciclo que se repite. Conservadores, tradicionales. También el padre de Emily reflexionará junto al futuro marido sobre el matrimonio en una escena con simpáticos diálogos.



Aquí casi todo el mundo acaba casándose. En Grovers Corners no hay excepciones”.

Siguiendo en la senda de las reflexiones sobre la tradición de esta parte de la película, veremos estos aspectos subrayados el día de la boda, en cómo las familias impiden al novio ver a la novia porque da mala suerte y así ha sido siempre. Aún conservamos mucho de todo esto y tenemos más de tradicional de lo que parece a simple vista.

En este momento Wood volverá a alterar el tiempo de la narración y usará un flashback para ver cómo se llegó al compromiso, una libertad narrativa total, incluso aleatoria. Tenemos elipsis, flashback, recursos metalingüísticos…




El inicio del flashback será sobre un puente, con la pareja dialogando, como en la secuencia con el largo travelling que inicia la cinta. Se da, por tanto, al puente un significado iniciático, el andar vital. En la heladería George y Emily tendrán una sincera conversación que desembocará en compromiso, una escena donde vuelven a aparecer multitud de objetos en el encuadre junto a los personajes. Un plano frontal señalará el momento culminante en el que ambos se declaran su amor. Esto se usará para los momentos más significativos de la conversación, aunque haya otros con plano y contraplano. Una estupenda escena donde se desnuda la vergüenza, la tensión, la inseguridad, la timidez… en esos momentos. Siempre con objetos presentes, en especial los dos helados de fresa que los novios toman a la vez.





Más detalles en una cinta que se basa en los detalles, ya que apenas hay historia. En este caso para seguir describiendo al pueblo, su forma de ver la vida y a sus gentes, la total confianza que hay entre todos, todos se conocen… Esto queda expuesto en ese bonito momento en el que George se da cuenta de que no puede pagar y el heladero, el señor Morgan, que no es otro que nuestro narrador, no pone ningún problema al asunto… ya lo pagará.




La boda.

Otro recurso narrativo, Wood nos introducirá en los pensamientos de varios de los personajes, del párroco que casará a nuestros protagonistas, de la madre de Emily, de la propia Emily, de George… Pensamientos sobre rutinas, miedos, apegos a la vida anterior, a la infancia, añoranzas, miedo al porvenir, inseguridades... Se contrasta la tranquilidad del párroco con la de los futuros cónyuges. 




Todos los miedos de Emily desaparecen y Wood nos lo muestra con una sencilla sonrisa de ella cuando ve a su novio llegar al altar, una sonrisa que cuando la veamos no dejará lugar a dudas. Aceptación de ambos, aunque sólo la de ella será en primer plano.



1913.

Cambios, declive, éxodo a ciudades más grandes… aunque el resto cambia poco. Es momento para reflexionar sobre la muerte. En el inicio, la narración se centró en los nacimientos, de las relaciones, del amor; en el segundo acto fue la madurez, el matrimonio, el compromiso; ahora será la muerte y no hay mejor forma de introducirlo que con la mención a la Guerra Civil. El suicidio del director del coro borracho, el cementerio, las ilusiones perdidas, reflexiones sobre lo eterno que nos dedicará el narrador… un tono más oscuro. Nacerá el segundo hijo de Emily y George, pero ella está enferma y parece que va a morir, adecuado al tono mencionado.




Esta fase vuelve a usar grandes recursos narrativos, aunque puede resultar algo parsimoniosa. Conversaciones entre los muertos y las lápidas. Los padres muertos, la supuesta y poética muerte de Emily, el funeral, la lluvia, las estrellas, los espíritus… Emily hablará con sus conocidos desaparecidos en un aparente viaje al otro mundo. La película adquiere el tono lúgubre de la muerte.




El trabajo de los actores es excelso, ente ellos podemos ver a Thomas Mitchell, Beulah Bondi y Fay Bainter, que ya coincidieron en “Dejad paso al mañana” (1937) del gran Leo McCarey.




La memoria, la nostalgia, los recuerdos que no queremos perder al irnos, al alcanzar la muerte, al tener que asumirla. Sobre todo esto irá la parte final de la película, donde el supuesto espíritu de Emily vaga por uno de sus recuerdos más gratificantes, su cumpleaños, donde veremos la rutina habitual, al lechero. Un día hermoso de hermosos planos nevados.





Emily rememorará la infancia, sus sentimientos, recuerdos que creía perdidos, reflexionará sobre la dura realidad del envejecimiento, sobre la ilusión de la juventud. Un cúmulo de sentimientos y sensaciones contradictorias. La esencia de la nostalgia en la emotiva mirada al pasado, a los buenos recuerdos.

Nunca me di cuenta de que la vida estaba transcurriendo. Nadie se daba cuenta”.

Emily se da cuenta de la importancia de valorar y vivir lo más intensamente posible cada momento, por discreto o intrascendente que parezca, una simple mirada de una madre, una caricia de tu pareja... Vivir la vida con los ojos y el corazón muy abiertos.



Todo esto despertará las ansias de vivir de Emily, que tan solo quedó inconsciente, su hora no ha llegado. Tendrá a su hijo y podrá disfrutarlo con ese nuevo aprendizaje.



Sinfonía de la vida” es una bella película magníficamente interpretada y dirigida, de reflexiones profundas, pero también es cierto que presenta ciertos problemas de ritmo en esas alargadísimas digresiones que aportan poco al conjunto, que quedaría igualmente claro con una mayor brevedad. Hay mucha verbalización y reflexiones en alto, lo que da la impresión de ser una película excesivamente literaria (no en balde es una adaptación de la obra teatral de Thornton Wilder, por la que ganó el premio Pulitzer, que ya ganó anteriormente en narrativa), y esto a pesar del derroche de recursos narrativos que ofrece Wood. Con todo, y a pesar de estar lastrada por estos motivos, es una película más que aceptable.




2 comentarios:

  1. RECUERDO ESA PELI!!
    Haberla visto hace añísimos, cdo llevaba trencitas con lacitos. Recuerdo la frase q destacas sobre q no nos damos cta de q la vida es eso q se nos ha escapado cdo nos ponemos a recapacitar…
    No la entendía…me parecio rarísimo: "pero si es un 'mayor' puede hacer lo q quiera!! Pq no aprovecha?!"…ahora q mis trenzas solo son un recuerdo en una foto b/n sé perfectamente a q se refiere.
    Es una peli suave, llena de detalles a los q tan bien aportas luz. Recuerdo los andares d la gallina, pero no me había fijado en los encuadres dobles. Muy interesante las escenas finales, con los recuerdos, el espíritu. Me dieron algo de miedo. Ahora son tremendamente familiares.
    Gracias por traer pequeñas joyitas así. Tú no lo sabes, pero esos clásicos me gacen recuperar la infancia bajo una nueva luz.
    Un beso!!!

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    1. Había mucha alma en las películas de antes, especialmente las que se hacían con este cariño, volver a ellas debe ser obligatorio porque tienen toda la verdad.

      Me congratula que te haya gustado, lo escribí hace tiempo y leyéndolo ayer creo que quedó muy bien porque tiene muchos detalles a todos los niveles, visuales, narrativos, pero sobre todo conceptuales para reflexionar a gusto.

      Un besazo, Reina.

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