sábado, 19 de septiembre de 2015

Crítica: REJAS HUMANAS (1939)

CHARLES VIDOR










La opresiva idea de un grupo de personas apresadas por un villano ha dado muchas buenas obras, una idea que en el cine clásico dejó grandes títulos en su mejor época. “Rejas humanas” es hija de esta tradición, una hermana de clásicos como “El bosque petrificado” (Archie Mayo, 1936) o posteriores como “De repente” (Lewis Allen, 1955), “Horas desesperadas” (William Wyler, 1955) o incluso “Cayo largo” (John Huston, 1948).




Charles Vidor, director de la indispensable “Gilda” (1946), logra un estupendo thriller en poco más de una hora, manteniendo una atmósfera tensa e intensa con buenos recursos visuales y manejo de las sombras y la iluminación. 


Una banda de criminales liderados por Wilson, que acaba de matar al Alcaide de la prisión de la que se ha fugado, se oculta en la cabaña del doctor Shelby. Allí se producirá un duelo de poder y psicológico.


La normalidad será el tema sobre el que reflexionará el profesor ante sus alumnos en la primera escena, planteando la concepción filosófica de la cinta. La normalidad como un concepto social, ajeno al individuo con respecto a sí mismo, incapaces de constatarla en nosotros, sólo en los demás… Algo bastante cuestionable.




Vidor ejecuta este correcto thriller con un estilo clásico y convencional. Planos generales que se hacen más cortos posteriormente para centrar conversaciones o retratar sensaciones concretas; planos y contraplanos estrictos para esas conversaciones que también son mostradas en planos generales; panorámicas siguiendo a los personajes por el encuadre y la escena… La casa donde se centra el grueso de la narración está magníficamente retratada, el mayor reto en escenarios limitados. Un resultado muy cinematográfico. Hay varios recursos estilísticos y visuales interesantes, pero redundando en el clasicismo, como esa escena que da paso a la presentación del asesino, con un plano de aproximación a un periódico que relata su fuga de la cárcel.






La película, conceptualmente, se basa en postulados filosóficos rousselianos, que si bien me sacan de quicio, sirven de coherente base justificadora en el desarrollo de la trama.


Un hombre no hace malo, George. Hay algo en su pasado, en su ambiente familiar, que es la causa de su extraño comportamiento. Por esa razón Hal Wilson se ha convertido en lo que es”.


La noche enmarcará el secuestro de esa banda de asesinos a la familia y amigos del profesor, lo que en un escenario único como es la casa del mismo acentúa el carácter opresivo y asfixiante que se pretende.



Vidor juega muy bien con los decorados y con el movimiento de los personajes dentro del encuadre. Las escaleras resultan una pieza importante en el decorado, marcan la crispación, el duelo, la diferencia de opiniones, y resaltan, mediante las distintas alturas, la dominación que en ocasiones el villano ejerce sobre el resto. En la escalera el villano se descubrirá ante el alumno aventajado de Shelby, Fred (Stanley Brown), justo antes de la pelea que desembocará en el asesinato del desventurado chico.



Hay más detalles interesantes: Wilson (Chester Morris) siempre dispara en off, con el arma fuera de encuadre y su rostro de satisfacción resaltado. De hecho, los disparos suelen ser fuera de encuadre, como el que acaba con la vida del propio asesino Wilson. El retrato de este personaje resulta algo paródico, la interpretación de Chester Morris tampoco ayuda a hacerlo convincente por exagerada, tosca y artificiosa. Sus constantes paseos, sus miradas a libros sobre “La locura y mente criminal”, su vagabundeo errático, sus gestos de bravucón de tasca… no convencen en absoluto y disminuyen la fuerza dramática de la propuesta al presentar un villano tan pobre.



Ese aire tosco e inseguro mencionado que pretende insinuar imprevisibilidad para aumentar la tensión, provoca justo lo contrario, ya que contrastado con la tranquilidad del profesor le hace parecer débil, que nunca tiene el control. Es el profesor el que parece tener controlada la situación en todo momento, esto lastra en cierta medida el suspense de la cinta, así como su dramatismo, ya que sabes que el villano puede meter la pata en cualquier momento y que además es muy vulnerable.




El uso del suspense es correcto y convencional, pero la película no saca partido a este aspecto, no es la base ni la idea del relato. Suspenses sencillos, buen uso de los silencios ocasionales, pero poco más.


Vidor usa un par de encuadres para resaltar la opresión que viven algunos de los personajes, en concreto los villanos. Veremos a uno enmarcado tras los barrotes de una zona del salón de la casa. Ese mismo plano en ese mismo lugar será utilizado para Wilson posteriormente. Es digno de resaltar el encadenado que nos lleva del niño dormido al asesino dormido, un brillante recurso para retratar las implicaciones infantiles en la mente psicópata que se pretende relacionar en la cinta.








El duelo psicológico se retrata con un tablero de ajedrez ante el fuego, y es que el simbolismo tiene especial importancia en estas ideas freudianas que maneja la película. Ahí tenemos la pesadilla con lluvia, paraguas agujereados y rejas, problemas en la infancia con un padre agresivo y por el que sentía celos porque su madre le atendía menos cuando él estaba en casa. Una mesa, unas piernas y sangre, la realidad de esa pesadilla recurrente que atormenta al villano Wilson, que delató a su padre de niño provocando su muerte. Tendremos una resolución en plano subjetivo para el recuerdo del aciago día que generó el trauma en Wilson.



La terapia del profesor al asesino, base del relato, no acaba de funcionar por ser excesivamente didáctica y simplista, y porque no tiene sentido el interés en dicha terapia de ese asesino nervioso y estresado. Las explicaciones sobre el subconsciente y la misión de las pesadillas como revelación de los traumas infantiles no dejan de tener un simpático interés.



La actitud tranquila del psicólogo (Ralph Bellamy), incluso tras la muerte de su alumno y en esa situación límite, también resulta algo artificial. Las interpretaciones no son lo mejor de la cinta. Bellamy es más bien soso e inexpresivo. A Chester Morris le ocurre lo contrario, está excesivo y poco sutil, lo que es una lástima porque podía haber creado un villano muy interesante, un villano que atiza a su novia como si no costara… En los años 30 estas cosas se mostraban sin complejos…



En realidad, la actitud autocomplaciente y prepotente del profesor genera distancia con respeto al personaje, repele. En cambio, la violenta actitud traumática del asesino acaba por provocar empatía con él, debido a la inseguridad y vulnerabilidad que denota, aunque su comportamiento sea injustificable.


La escena de las criadas queda también algo artificiosa, aunque resulta clave en la resolución y la llegada de la policía. El caso es que queda claro que el aspecto de suspense y de thriller es secundario en los intereses de la película, por eso están tan poco cuidados. El interés de Vidor radica en el juego y duelo psicológico…




La conclusión ridículamente idealista: Esos dedos agarrotados producto del trauma del villano volviendo a la funcionalidad y la imposibilidad de volver a matar una vez superado dicho trauma… Poco creíble, artificioso, ingenuo e infantil.


Un correcto film sin genialidades.


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