lunes, 7 de diciembre de 2015

Crítica: UNA HORA CONTIGO (1932)

ERNST LUBITSCH










Estupenda película de uno de los más grandes maestros de la comedia, Ernst Lubitsch, mentor de otro de los maestros del género, Billy Wilder. Un producto chispeante y encantador que contiene muchas de las constantes del director, pero tratadas de una forma ligera y liviana.

Una película sencilla que no pretende grandes ambiciones ni profundidades, pero que resulta tremendamente agradable y atractiva.




En “Un hora contigoLubitsch nos ofrece comedia, enredos amorosos, sensualidad y sexo encubierto, picardía y su memorable capacidad de sugerencia. Además tendremos canciones, ya que también es una película musical, a mayor gloria de Maurice Chevalier, que también trabajó con Wilder en “Ariane” (1957). El actor volvió a trabajar con Lubitsch dos años después en “La viuda alegre” (1934).

También contamos con el gran George Cukor, que trabaja como asistente, puesto al que fue relegado por Lubitsch. Ahí es nada.




André y Colette (Jeanette MacDonald) son un matrimonio feliz hasta que una amiga de ella, Mitzi, llega para perturbar su plácida relación, intentando seducir al marido. André se resistirá lo que pueda, como ha hecho con tantas mujeres, pero con Mitzi (Genevieve Tobin) la cosa resulta más complicada.

La trama de la película es muy tópica, nutrió buena parte del “landismo” en España, por ejemplo. Un juego de infidelidades y enredos amorosos, pero con la clase y elegancia de la comedia americana y un talento como Lubitsch, que claro, todo lo cambia.



Los parques limpiar y más prosperidad”.

Ese lema inicia la película con la cínica policía gobernando y disponiendo a su antojo en una divertida escena que ya marca el tono. Una manera chispeante, divertida y simpática de mostrar la corrupción del cuerpo.

-Agente: No pueden hacer el amor en público.

-André: Puedo hacerlo donde quiera.


La presentación de André y su mujer no puede ser mejor, repleta de vitalidad y liberalidad. Los felices 30. Y más ambientada en París…

El toque Lubitsch.

¿Qué demonios es eso? Pues una forma de hacer las cosas que altere lo previsible, que estimule la imaginación y resulte fresca. Lograr con los mínimos elementos sugerirlo y contarlo todo con absoluta depuración y sencillez. Sugerir, utilizar el sobreentendido, la sensualidad, el erotismo, los dobles sentidos…

Un ejemplo perfecto. La pareja llegando a casa tras recibir la bronca del agente. Abren la puerta de su dormitorio, se dedican unas miradas cómplices y pícaras, entran y cierran la puerta… La cámara se acerca a ella y espera unos instantes… ¿Alguien duda lo que ocurre? Sin decir nada lo ha dicho todo.



Pero Lubitsch no cierra la escena ahí, hará volver a André (Maurice Chevalier) para hablar a la cámara, rompiendo la cuarta pared, hablando al público, rompiendo los códigos convencionales. Ahí nos explicará su relación matrimonial, sincera, con fotos y bromas divertidas, de nuevo trastocando lo fácil para contarnos las cosas.

Esos apuntes a cámara de Chevalier serán recurrentes, explicando y puntuando la película y sus vicisitudes, sus complicaciones, y aunque puedan ralentizar el ritmo (ya que inciden en lo que hemos visto o vemos), son una de las salsas de la película.




Ni que decir tiene que las puertas cerradas, llenas de morbo y sugerencia, son pieza esencial del cine de Lubitsch y su famoso “toque”. Lubtisch, un maestro de la elipsis, sensual especialmente, y el uso del fuera de campo (eso que ocurre tras las puertas, por ejemplo).

También el teléfono es un recurso al que Lubitsch saca partido al máximo, con magníficas y transgresoras bromas, como las que oímos a Colette mientras se viste y prepara para ir a la fiesta que ha organizado junto a su marido (una invitada descocada a la que no se da importancia o un íntimo amigo que quiere seducir a Colette vestido de Romeo…).





Usará el espejo como indiscreto confidente del público para el falso André, cuando entre a consolar a su mujer, Colette, abatida por creerle infiel. Un acierto el de Colette, pero confundida con la mujer. Ella misma instará a irse a André con la afortunada en otra simpática broma. Un espejo que refleja la falsedad y cinismo de André.


-Más toque Lubitsch. El imposible enredo amoroso. ¿Cuál es el paso lógico para ello? Que la mujer que se insinuó a André y que está casada sea amiga de la propia mujer de André, Colette. Esto en justicia se debe al texto original, pero es del agrado del director.



-Los juegos de silencios, gestos y miradas en la fiesta son magníficos. Un duelo de celos, maquinaciones y malentendidos que son puro Lubitsch. Una maquiavélica Mitzi que es pura inteligencia, usando los celos de su amiga hacia otra mujer en beneficio propio.


-Otro plano de puro Lubitsch lo tenemos con la infidelidad de André, su duda en plano fijo sobre si entrar a la fiesta o buscar a Mitzi, el plano de él sonriente y la panorámica suave hacia abajo para que descubramos la pierna de la chica con el polémico lazo en el tobillo… Perfecto y sutil.



Con todo, la rúbrica perfecta viene con la resolución de la secuencia, cuando Colette malinterprete que otra invitada anude el lazo de su marido y ella se recueste apenada en el banco que fue testigo del desliz para que su amigo, Adolph (Charles Ruggles), la consuele. Lo mismo pero con todos los roles cambiados.

-Otro ejemplo de toque Lubitsch. Ese taxi que se para en la puerta de Mitzi sin que el plano corte… Pura sugerencia sobre lo que dentro ocurre.


Sí, también se confirma la infidelidad, en demostración de esa libertad que decoraba los años 30 en el cine. Unos besos, que tampoco era la idea mostrar los polvos... todo sugerencia. No se olviden de que hablamos de Ernst Lubitsch, el maestro de la sugerencia.

-El final es puro Lubitsch también, con esas confesiones alargadas, esas infidelidades perdonadas y esa complicidad con el espectador al que se vuelve a hacer partícipe de la representación. Pura transgresión incluso en su mensaje final, donde la infidelidad no se condena, sino que se perdona.



Para mantener vivo el fuego del hogar, los parques deben frecuentar”.

Las canciones funcionan como exposición narrativa de lo que sucede o para afianzar y definir relaciones. En muchos casos dan voz a las dudas y divagaciones, especialmente de André. Ni que decir tiene que Chevalier me hace muchísima gracia cantando en inglés, además de por ese movimiento de boca tan suyo… Ciertamente subrayan lo que hemos visto y resultan innecesarias. Los diálogos son recitados en verso.

En Suiza tenemos una ley especial. Cuando un marido mata a su mujer le meten en la cárcel”.




Atención a las conversaciones con segundas de la mujer infiel y André en plano frontal en el taxi, un plano frontal muy usado por el director. Pura picardía y sugerencia. Una mujer sin escrúpulos y muy lasciva y un hombre que se ve tentado pero se mantiene firme… Con razón el marido de la joven, Oliver (Roland Young), le pone un detective, Dornier (Richard Carle), para pillarla infraganti y así conseguir el divorcio.

Esa es… mi esposa. Cuando nos casamos era morena… Uno no puede creer nada de lo que dice”.
-Mitzi (desde su cuarto): ¡Amor mío!

-Olivier (al detective): Ya está mintiendo.

Mitzi derrochará ingenios, todas las artimañas de mujer para conquistar a ese doctor, marido de su amiga. Sin escrúpulos, pero en el amor y en la guerra… ya se sabe.

Fingirá enfermar para que él tenga que ir a atenderla. Es especialmente divertido el momento donde André se ve obligado a ir a su casa a atenderla por la insistencia de su propia mujer… como si fuese al patíbulo, inseguro de sí mismo. Una canción, otra más, en un solo plano frontal con los dos en cuadro, sugiere la complicidad, que se verá alterada por la irrupción del marido, obligando al disimulo de André. Siempre detalles de puesta en escena en tono de humor. Ligeros y frescos.




Las mentiras, como posteriormente en el cine de Billy Wilder, vertebrarán la narración, fundamentando en ellas los enredos, las desconfianzas, las lealtades y las amistades…



La puesta en escena de la película es muy sencilla, con múltiples planos frontales de dos o tres actores recitando sus diálogos, aunque habrá buenas panorámicas para recrear el juguetón entramado de la película y ciertas ocasionales angulaciones, como los picados que siguen a André cuando va a visitar a Mitzi por su supuesta enfermedad.

También hay ciertas aproximaciones de cámara, cerrando planos, o al contrario, alejamientos, abriéndolos para que veamos el entorno.

¡Ah señor! Deseaba tanto verle con mallas…”. La transgresión no tiene límites. Insinuaciones homosexuales.



Las infidelidades serán a dos bandas: el cariñoso Adolph también tendrá su premio, aunque aprovechándose de una desvalida y sensible Colette. Ella se resistirá dentro de lo que cabe y sólo cederá a un par de besos.


Todos los personajes tienen un punto mezquino, humano y entrañable.

Primero cenamos, luego bailamos y después jugamos un poquito…”

Otra estupenda escena, en plano estático, es la del marido de Mitzi y André, mientras el uno le desvela las investigaciones del detective al otro.

La confesión de André será rodada en parte frente a un espejo intentando calmar el llanto de su mujer. De nuevo un espejo como símbolo, en este caso testigo de una confesión.

Basada en la obra de teatro “Only a dream” de Lothar Schmidt y remake una película del propio Lubitsch, “Los peligros del Flirt” (1924), estuvo nominada a mejor película.




Ni de lejos es lo mejor de Lubitsch, es una película esquemática, muy básica y simple, pero que funciona muy bien, entretiene y divierte. Aún no tenía el ritmo dinámico que adquiriría la comedia del director y la americana en general, hay ciertos problemas de ritmo provocados por las canciones y gags estirados en demasía. Chevalier, de gran éxito en la época, no era un gran galán, precisamente. Si bien no es la mejor forma de conocer el extraordinario universo del maestro, hará pasar un rato divertido, y como esquema del estilo y las ideas de su autor da el pego. 75 minutos de frivolidad, liberalidad y pícara simpatía. Correcta.




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