jueves, 24 de marzo de 2016

Teatro: INFÀMIA

PERE RIERA











¿Qué es ser actor? ¿El actor nace o se hace? ¿Existe la vocación? ¿Qué espera el público? ¿Por qué acude a una sala?

De todas estas cuestiones, y más, trata la obra que traemos aquí hoy: Infàmia, escrita por un joven autor, Pere Riera ( Canet de Mar, Barcelona, 1974) cuyo currículum le describe como uno de los dramaturgos más técnicamente preparados del actual panorama escénico, ejerciendo en la actualidad de autor, docente y, en esta ocasión, director.

Una obra interesante, que tiene en el metalenguaje su razón de ser (el teatro habla del teatro) como en una imagen reflejada hasta el infinito, al estilo de las escenas de espejos de Orson Welles (Ciudadano Kane, 1941, o La Dama de Shanghai, 1947); un homenaje al teatro como motor vital, que daña, que cura, que se nutre del talento de los actores, que integra a los espectadores como parte del rito y que, inicialmente representada en catalán, ojalá tenga una adaptación al castellano, para que sea disfrutada por muchos más amantes de esta bella rama de las artes escénicas.

Y… ¿de qué va Infàmia?

La trama nos presenta a dos actores consagrados contrapuestos a dos noveles: por un lado, Emma Vilarasau (Sant Cugat del Vallés, Barcelona, 1959) que interpreta en escena a Eva Dolç, una actriz consagrada que abandonó abruptamente la escena y que da clases de interpretación casi en el anonimato, y Jordi Boixaderas (Sabadell, Barcelona, 1959), que es en la obra Toni, actor de referencia, popular y premiado, que localiza a Eva para lograr el objetivo de devolverla a escena en una producción de su interés; ambos se relacionan como tutores interpretativos de Sara (Anna Moliner, jovencísima cantante y actriz catalana), una emergente actriz de 32 años que prepara una audición para lograr el papel de Ofelia en la eterna Hamlet de Shakespeare, y Aleix (Francesc Ferrer, joven actor barcelonés), actor de éxito en series televisivas que le da las réplicas en las clases con el fin de mejorar su técnica.

En el transcurso de la obra vamos asistiendo al proceso de creación interpretativa, a las diferentes aproximaciones en la búsqueda de la perfección a la hora de transmitir la hondura de los personajes que los actores (en la obra y en la vida real) deben proponer tanto al público como a los productores, e incluso a sí mismos, descubriendo las razones de cada uno a la hora de haberse decidido por su profesión, su vivencia y los efectos que su dualidad persona/personaje ejercen en su devenir vital.

Los cuatro personajes, cada uno con sus características personales, interactúan, cooperan, se desafían, se estimulan para mejorar con fórmulas aparentemente agresivas, se animan a seguir en la brecha… porque, si bien lo hacen desde su distinto status profesional (consagrados vs. noveles), y aunque son sabedores de todas las dificultades que la profesión entraña, los cuatro forman parte de un mismo universo, al que aman: la interpretación. El teatro. Esa sublime impostura que hace que el público, juez implacable que ensalza o ignora (y que, como veremos, también interactúa en la obra, en un momento dado), supere la barrera de la verdad y la mentira, entre en el juego, un poco magia y un mucho trabajo, al que juegan los buenos actores, muchos de los cuales se dejan la piel en las tablas, hasta el punto de vaciarse por completo y crearse heridas emocionales, subyugando, atrapando en esa alquimia al público, teniendo como objetivo que éste caiga rendido definitivamente al virtuosismo inmediato, directo, de la creación y transmisión de la dosis perfecta de emoción del que son poseedores, como sacerdotes de la dramaturgia, los grandes del teatro.

Se levanta el telón.

La obra se inicia con Aleix y Sara preparando una escena de Hamlet; Aleix, como príncipe de Dinamarca y Sara como la dulce y frágil Ofelia; asistimos a su intento de mejorar con las pautas que Eva ha propuesto, justo antes de que llegue al local para dirigir el ensayo. Pero Eva, exigente, implacable, dura, una vez en la sala en la que trabajan, recóndita y cerrada, casi clandestina, no está satisfecha. Les increpa, les contradice, busca generar una actuación virtuosa, vívida. Los jóvenes, pese a la dureza emocional que supone, lo intentan en las diversas repeticiones, creando diferentes interpretaciones: Sara, una joven promesa casi condenada a seguir envejeciendo como eterna joven promesa, lo intenta con más empeño, y Aleix, menos comprometido al inicio puesto que ya tiene su dosis de éxito, deberá recorrer un camino que va del desentendimiento a la implicación.

Se incorpora Toni, que llega a uno de los ensayos, y que es recibido con escepticismo y reproches por Eva (se conocen por haber trabajado juntos, y no se veían desde que Eva desapareció de escena), y con admiración por Sara y Aleix.

Toni, socarrón, taimado, práctico, directo, pretende de distintas formas que Eva, de quien vamos descubriendo que, aparentemente, abandonó su consagrada carrera por el dolor de una pérdida familiar, vuelva a la interpretación a su lado, en una nueva e interesante producción que solo está dispuesto a llevar adelante si es con ella como coprotagonista.

Para ello, acude a los ensayos, propone diferentes técnicas a los jóvenes actores, algunas realmente cómicas, con el fin (en un primer nivel) de ayudarles a mejorar su interpretación, pero con la intención profunda de tentar a Eva para que vuelva a actuar, participando activamente en los ensayos. Y no lo disimula. De hecho, Eva se lo reprocha y él lo reconoce abiertamente.

Los ensayos avanzan, los actores jóvenes hacen progresos en sus interpretaciones y Sara es quien percibe los intentos de Toni para devolver a Eva, a quien todos admiran, a escena; pero Eva no está dispuesta a ceder.

En un momento dado, Toni se enfrenta con Eva para que explique y reconozca la herida que le provocó dejar las tablas. Un momento duro emocionalmente para Eva, quien reconoce que no fue la muerte de su pareja, sino un vacío interior, fruto de haberse dado por completo en escena. Es el momento en que se incorpora un elemento nuevo a la ecuación que deben manejar los actores: por si fuera poco, no es solo buscar continuamente en su interior para lograr el punto adecuado, sin ceder al desánimo, hay que tener en cuenta al público:

-Calla, escucha… ¿no lo oyes?

-¿Qué debería oír?

-Su respiración (…) Están ahí.

Llega el día de la audición de Sara, que regresa a la sala de ensayo sin haber conseguido el papel; Toni y Aleix la animan, pero provoca el juicio de Eva para que la evalúe, para que la empuje o aparte definitivamente de la interpretación, su vida, su pulsión íntima.

Para ello le piden la escena de su audición, el momento del suicidio de Ofelia; Sara lo interpreta, de una manera conmovedora, y se dirige a Eva para que le dé la réplica en la dolorosa declamación por la muerte de Ofelia como la reina Gertrudis.

Eva, frágil emocionalmente por la confesión de su íntimo dolor, sus miedos, e impresionada con la interpretación de Sara, de repente es consciente de que esa sentida encarnación, es solo eso, una muy buena interpretación, y su determinación a no actuar se quiebra; declama, con una belleza y dominio magistrales, el monólogo de Gertrudis.

La actriz ha curado a la persona.


Los apoyos técnicos.

El montaje de Infàmia se beneficia de las características de la sala donde se interpreta. La Villaroel tiene una disposición de doble anfiteatro en el que el escenario ocupa el espacio central. Es una sala media, en el que el número de butacas hacen que en cada representación el público y los actores estén realmente cerca.

Esto, siempre ventajoso en cualquier representación, ya que se aprecia mucho mejor el trabajo físico de los actores, ayuda mucho en este montaje, en el que destaca la austeridad en la escenografía: apenas dos tarimas móviles que son el escenario de los ensayos, un piano, una mesa, una silla, unos percheros con vestuario; la sensación de clandestinidad explicitada en el texto que declaman los actores (“no hay ventanas, el aire está viciado”) se logra en todo momento.

Los actores apenas se caracterizan: Eva y Toni van vestidos de calle, y solo Sara y Aleix llevan vestuario referente a la obra que ensayan, pero solo al principio, puesto que su trabajo debe ser interior; no es la apariencia lo que cuenta, lo que valorará el público, sino la “verdad” que consigan transmitir. De hecho, Toni se burla de las mallas de Aleix.

La iluminación, sutil, elegante y acertada, alcanza su máximo protagonismo en dos momentos: cuando se integra al público en la obra, iluminando levemente las butacas, y en la escena final del suicidio de Ofelia, que es resuelto con un espejo que los mismos actores deciden colocar sobre la tarima, a modo de lago, sobre el que Sara se abandona y en el que se refleja una muy potente luz azul.

La escena final tiene mucha fuerza visual: los actores masculinos despliegan dos telones rojos dejando en el centro el lago que han creado, y se sitúan de pie a ambos lados, como haciendo guardia en la escena; Sara caracteriza a Eva como Gertrudis ofreciéndole un batín rojo.

El rojo es la metáfora de la pasión, la que comparten los cuatro actores por su profesión, igualados en ese sentir, con el que se reencuentra finalmente Eva.

Valoración.

Cada uno, por nuestra biografía personal, vibra de modo diferente y con cosas distintas. Uno de los temas de la obra habla de una pasión profunda que configura una vida y que, por intensa, ha dañado y ha provocado una huída, pero que late y que, mediante un apoyo exterior, un estímulo que llega de la mano de alguien con el mismo sentir, consigue una reconexión íntima, dando sentido de nuevo a esa parte que configura el alma. Todos, en algún momento, hemos sentido esa escisión y, muchas veces, la curación, la reconciliación, llega gracias a la ayuda de otros, que nos conocen, comprenden y saben pulsar nuestro ánimo adecuadamente empujándonos a superarlo.

Así, el trabajo de la inmensa Vilarasau (que es una de las grandes de la escena catalana y española, junto con la tristemente desaparecida Anna Lizarán y con la polifacética Núria Espert, precisamente interpretando actualmente al Rey Lear en el Teatre Lliure) es magnífico, lleno de fortaleza y debilidad, de ironía y sentimiento, con unos toques de humor en los que un soberbio Boixaderas está regio dando la réplica con seguridad, brillando, modulando las inflexiones de esa espléndida voz grave que conocemos gracias al habitual doblaje al castellano de las películas de Russell Crowe.

Estupendo también el trabajo de Moliner y Ferrer, evolucionando su “aprendizaje” hasta alcanzar una sutileza emocional digna de ser elogiada.

Una obra, una dirección y un montaje que llega, que emociona, que involucra y que entusiasma. Un acierto completo que hace que se salga comprendiendo que quien ha sido inoculado del virus del teatro, sea como actor o como espectador, está condenado a amar esa bella mentira hasta el final de sus días.







FICHA

Autor y director: Pere Riera

Producción: La Villaroel, Barcelona

Intérpretes: Emma Vilarasau, Jordi Boixaderas, Anna Moliner, Francesc Ferrer

Escenografía: Sebastià Brossa

Iluminación: Albert Faura

Duración: 1 hora y 35 minutos.

Idioma: Catalán




@MenudaReina

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