jueves, 20 de octubre de 2016

Crítica EL ASESINO POETA (1947)

DOUGLAS SIRK










Uno de los grandes maestros del melodrama clásico nos regaló un buen número de títulos en el cine negro y la intriga al inicio de su carrera en América, de los que he dado buena cuenta en este mismo lugar. Aquí traigo otro que remite a las investigaciones detectivescas de Sherlock Holmes como punto de partida para una entretenida intriga.

La extraña mujer” (1946), “Pacto tenebroso” (1948), “Más fuerte que la ley” (1949), “Tempestad en la cumbre” (1951)… son algunos de los thrillers, intrigas detectivescas o Noirs realizados por el excelente director alemán donde, en una constante que se mantuvo vigente en buena parte de su carrera, mezclaba crimen y drama en sus historias.



Aquí tenemos una aceptable y entretenida intriga de buena realización desde sus estupendos títulos de crédito. Bien elaborada, con buenas interpretaciones y un buen retrato de los procedimientos e interioridades de la policía inglesa en plan C.S.I. Con referencias literarias, desde Baudelaire y su atracción por la belleza de la muerte, a homenajes más o menos velados a Sherlock Holmes. En definitiva, un buen entretenimiento.


Una belleza que sólo la muerte puede realzar”.





Siete jóvenes han desaparecido, víctimas de un misterioso poeta que pretende jugar al ratón y al gato con la policía, a la que manda avisos en verso. El inspector Temple (Charles Coburn) contratará a Sandra, amiga de una de las desaparecidas, para que sirva de cebo contestando a todos los anuncios de periódico que parecen ser el reclamo utilizado por el criminal.

Ya sólo con los maravillosos títulos de crédito, puramente expresionistas, gustándose con el contraste lumínico de una inquisitiva linterna que indaga en paredes nocturnas para desvelar los nombres de los responsables de la película, tendríamos un buen argumento para defender el film. Pero no se quedará ahí la cosa, ya que Sirk se esforzará con una extraordinaria presentación de un Londres tenebroso, de calles húmedas, exigua iluminación con radicales contrastes de luces y sombras, unas sombras que acompañan al misterioso asesino continuamente, acentuando el sublime expresionismo típico de la época. Eso sí, no se limitarán al asesino, las sombras serán constantes y se usarán para todos los personajes y cosas, pero con el asesino se logrará y buscará el contraste.



Lamentablemente esa potencia visual expresionista se va perdiendo con el paso de los minutos, cayendo casi en el olvido.

Del mismo modo, Sirk utilizará los encuadres escindidos para aumentar el misterio y dar sabor a la puesta en escena, en coherencia con la trama de suspense. Aspecto que también va perdiendo fuerza, convirtiéndose la dirección en algo más convencional salvo en momentos concretos.



Los procedimientos científicos usados en la investigación por la policía están maravillosamente mostrados. Análisis de las cartas y cada letra para determinar los rasgos de la máquina en la que fue escrita, el tipo de papel, la cinta de la máquina, análisis químicos, huellas dactilares, el doctor psicólogo que analiza las esencias de los textos, los incansables interrogatorios para hacer titubear la resistencia de los sospechosos, las excavaciones buscando cuerpos, los análisis forenses de los cadáveres... Mostró un gran interés Sirk por los procedimientos policiales y legales en esta etapa de su carrera, tal como vimos en “Más fuerte que la ley” o aquí mismo.





Sirk presenta un Londres amenazante, donde los exteriores siempre resultan terroríficos, siniestros y peligrosos. Es en ellos donde tenemos las situaciones más complicadas o violentas, donde se producen los encuentros más tétricos (el inicio, el encuentro con Karloff, la pelea con Moriany…).

La trama tiene cierta modernidad, con esas citas a través de secciones de contactos que bien podrían ser tuiteras o a través de Meetic en la actualidad. Lo que parece claro es que creaban cierta inquietud en aquella época, ya que en muchos casos esas citas llevan a la desgracia o a tipos raros.




El primer plano para presentar a Lucille Ball, que interpreta a Sandra Carpenter, es un efectivo rasgo de estilo que hace inconfundible quién va a ser la protagonista. Se nos presentará en su lugar de trabajo, una sala de fiestas en la que entretiene a los clientes. La presentación del frívolo mujeriego Robert Fleming, interpretado por George Sanders, será poco después, despreocupado ante la noticia de la víctima del asesino poeta, al contrario que su fiel escudero, Julian (Cedric Hardwicke)...



El reclutamiento de la chica es algo sonrojante. Una chica del espectáculo que perdía la cabeza por ir a otro lugar más lujoso y con mejor sueldo, que acepta sin dudar la extraña propuesta del detective, nada más anunciarle que su amiga posiblemente ha sido asesinada, para que sirva de cebo, de mujer detective cebo, para capturar al asesino poeta… en una comisaría que “no gasta el dinero de los contribuyentes en lujos”. Muy acelerado y poco creíble.




La obsesión de Sanders por Ball tampoco resulta muy convincente. Un mujeriego al que parece haber obnubilado la voz y la nacionalidad de la chica. Y quizá también que le colgara, azuzando su orgullo… Aunque la chica dejará su trabajo, resulta extraño que no se despidiera de nadie… Eso sí, era un proceder habitual, como oímos en segundo plano en la casa de sir Charles (Charles Coleman) en el 18 de Kenilworth Square. Todo lo que acontece en esa casa, con la subtrama del mayordomo, es una pequeña desviación de guión que no funciona del todo bien.




La incursión de diversos detalles de humor para destensar tampoco es el mayor acierto de la película. Está claro que Sirk pretende sacar partido a la vis cómica de Ball, por ejemplo con las citas a las que acude. Sí funciona bien la progresión en esa fase de la película con las diversas citas que se muestran. Así se pasará del humor al suspense, con ese Londres nebuloso lleno de recovecos, rejas que acuchillan la luz con sus sombras, picados, la noche y el tenebrismo, con la escena donde conocemos al personaje que interpreta Boris Karloff, que no puede ser más siniestro. Un suspense que se mezcla con truculento humor y una simpática resolución al desvelarse la identidad de ese otro no menos inquietante personaje que es agente de policía. Es el agente Barrett (George Zucco), y no puede ser más encantador pegado siempre a sus crucigramas.




Karloff interpreta a Charles van Druten, un tipo que grita, desconfía y pregunta de malos modos y tono tétrico cosas como: “¿tiene miedo cómo todas las demás?” Es algo que no da muy buen rollo… Un diseñador perturbado, como se insinúa en su excesivo proceder y el plano que muestra su rostro a través de un espejo.









Un nuevo sospechoso, el mayordomo Maxwell (Alan Mowbray), aunque con un modus operandi y un físico que no se ajustan a la descripción que dio la séptima chica muerta, amiga de la protagonista. Con él Sandra demostrará sus grandes dotes de seducción y coquetería para sacar información. Allí saldrá el nombre de Moriany (Joseph Calleia), que recuerda a Moriarty (aspecto que no sé si voluntario pero que encaja bien en la trama detectivesca tributaria de los relatos de Sherlock Holmes de sir Arthur Conan Doyle), y su barco Doriatys, aumentando el número de sospechosos y tramas siniestras.

Se presenta así un nutrido grupo de sospechosos a asesino y a poeta…




También hay muchas inconsistencias o debilidades de guión, que se entrega en demasiadas ocasiones a la casualidad y al azar para resolver o crear situaciones. Resulta harto improbable que la chica coincida en la ópera con Sanders y su gestor, pero el enredo y la situación que desemboca en el reconocimiento de ambos es profundamente artificial. Por si fuera poco, el otro casual encuentro en casa de sir Charles riza el rizo del artificio, aunque antes de la contratación de la chica viéramos por allí a Sanders haciendo negocios.

El remate lo tenemos con la escena en el parque, donde Sanders pelea con Moriany, y tras la lucha, repentinamente, la fría Sandra se pone a llamar “cariño” a su salvador, completamente entregada… ¡Tanto que se promete en matrimonio!

Julian, el socio de Sanders, también es siniestro, en él se intuyen ciertas pulsiones homosexuales. Curiosamente, lo que se dirá es que se enamoró de Sandra, aunque su comportamiento es misógino. Una maquiavélico villano, que al sentirse atrapado intentará inculpar a su amigo, poniendo un oportuno rastro para que la policía lo siga y termine deteniéndolo. En esta parte tenemos un tramposo plano del chófer que no tiene ningún sentido salvo hacer sospechar al espectador de sus intenciones. Un personaje que no había aparecido y al que se deja en soledad en el encuadre mirando de soslayo…



En la parte final, con la resolución, se define bien, verbalizándolo, la psicología de Sanders, que hemos visto y comprobado a lo largo de la narración: Frívolo, superficial, mujeriego, vanidoso, orgulloso… y, repentinamente, leal y enamoradizo. Del mismo modo se retrata la psicología del asesino, Julian, estupendamente encarnado por Cedric Hardwicke. Una resolución algo escapista y repentina, producto de la inspiración e interpretación psicológica personal, no de la investigación y las pruebas, a pesar de dedicar tiempo a los procedimientos policiales en tales cometidos, lo que decepciona un tanto. Es gracioso recordar que al inicio es el propio Julian el que saca el tema del asesino poeta a su amigo Fleming al leer el periódico…







Bien es cierto que la escena en el despacho de Julian deja un buen duelo de actores entre Hardwicke y Charles Coburn.

El clímax tiene un estupendo suspense, aunque algunos puedan oponer la torpeza del asesino no escapando y salvando su vida de toda sospecha, cediendo a su pulsión homicida al ver a esa mujer que tanto le atrae vulnerable y expuesta en su propia casa… Una pulsión que, evidentemente, lo delata.

Como gusto personal, me permito manifestar que hubiera preferido que Lucille Ball se quedara con Barrett (George Zucco), su protector agente, antes que con Fleming, interpretado por el siempre efectivo George Sanders.

Disfrutaremos de más características típicas del Noir: una canción en uno de esos glamurosos garitos que tanto hemos disfrutado en la pantalla y en blanco y negro.

El protector agente de policía, Barrett (George Zucco), obseso aficionado a los crucigramas, está magnífico. Lo mismo que el inspector jefe, Temple (Charles Coburn). Lucille Ball está encantadora.





Una entretenida película de intriga e investigación, irregular y con lagunas, pero que llega a buen puerto gracias a sus muchos atractivos desde el guión, la dirección y las interpretaciones.





2 comentarios:

  1. Sirk es, desde hace muchos años, uno d mis dires favoritos; no he visto esta peli aunq no m parece demasiado enjundiosa. Mis favoritas son las q rodó con Rock Hudson, especialmente Escrito en el viento y Solo Dios lo sabe. Recuerdo haber visto un ciclo Douglas Sirk con estas pelis (entre otras) unas navidades, en una vieja tele B/N. Me encantaron y las recuerdo aun después d tantos años!
    Estoy contigo en la fuerza expresionista q explicas (y q puedo valorar gracias al estupendo apoyo gráfico q siempre introduces), y me ha pasado como a ti (antes de leer tu comentario al respecto) con el parecido Moriany/Moriarty.
    Nunca m gustó mucho Lucille Ball, aunq tu la encuentras encantadora, y Sanders siempre ha sido un gran galán, al igual q Karloff un gran actor d persoonajes "extraños".
    Gracias x traer la peli!

    Bss

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Ese estilo y esa época fueron los de gloria de Sirk, pero es interesante saber que tenía un pasado distinto con géneros distintos. Lucille en esta peli está bastante bien, mejor que Sanders, que se limita a cumplir. Él es un actor que siempre me ha gustado. Kaloff era muy bueno, traeré algo de él y Lugosi pronto.

      Besos.

      Eliminar