lunes, 31 de octubre de 2016

DESPERTAR

RELATO












Un tenue ruido pareció despertarla. Había tenido sueños plácidos y agradables, sueños cumplidos de eternos anhelos en el mundo onírico. Disfrutaba de esa sensación recostada en el colchón, paladeándola con deleite, recordando esos sueños que a menudo se le olvidaban nada más despertar.

Hacía una temperatura perfecta y el cuarto permanecía completamente oscuro, ninguna luz atravesaba sus párpados cerrados plácidamente. Quizá despertó antes de tiempo, aunque se negaba a abrir los ojos aún para comprobarlo, aprovechando la modorra y el bienestar.

En un rato, cuando sus pensamientos fueran llegando, fluyendo, empezaría a sentir el impulso de lanzarse al día, pero mientras tanto disfrutaba de ese momento de pausa, de la más absoluta y placentera nada.

Poco a poco la punzada de la curiosidad, de la inquietud, fue perturbando su sueño. No había vuelta atrás, era el camino de no retorno hacia la vigilia. Empezó a pensar en un buen zumo de naranja, en un café con tostadas y en poder ir a la pista de tenis a jugar un partidillo dominguero. Pensó en dedicar buena parte de la tarde a elegir un buen modelo que realzara su figura para salir por la noche. Disfrutar, simplemente, de su fin de semana. Y comenzó a moverse en el colchón…

Un olor a humedad empezó a filtrarse, sus sentidos comenzaban a despertar, aunque al mismo ritmo que ella. Sus dedos tocaron la manta que la abrigaba, le pareció tosca, basta. Oyó el apagado sonido de tenaces y regulares gotas cayendo desde algún grifo. Sintió dolor en la parte derecha del mentón al girar levemente la cabeza. Abrió ligeramente los ojos.

Todo estaba oscuro y comenzó a sentir una pequeña angustia, una sensación claustrofóbica lejana, como si aún no hubiera vuelto al mundo pero este pujara por entrar.

Repentinamente oyó una cerradura…

Y poco a poco comenzó a recordar. Por unos breves instantes fue feliz porque pensó que estaba en su casa, junto a los suyos, y que al levantarse encontraría a su familia, podría abrazarlos y besarlos, que podría salir con sus amigas y jugar al tenis, por unos breves minutos fue libre, pero cuando la puerta se entornó alcanzó a atisbar la funesta realidad en ese lóbrego cuartucho en el que estaba.


El miedo la alcanzó a lazo arrancándola de aquella onírica felicidad abruptamente cuando los pasos de su custodio golpearon en sus oídos como mazas de acero, como había oído cada mañana ininterrumpidamente, durante los últimos dos años, para ser sometida a su voluntad.


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