viernes, 21 de octubre de 2016

RICHARD FORD: El Periodista Deportivo

LITERATURA










La dislexia hizo de Richard Ford un lector lento (también tardó mucho en comenzar a leer asiduamente), como ha manifestado él mismo, lo que le ha llevado a lamentar que quizá no llegue a leer todos los libros que debería haber leído al final de su vida. Exagera este talentoso escritor, pero esa supuesta lentitud sí es posible que le convirtiera en el autor que es, que le dotara de esa profundidad y detallismo psicológico del que hace gala en sus textos.

Richard Ford encuentra la humildad y la honestidad en la dignidad del fracaso, algo que se trasluce en sus declaraciones, ejemplificado con su vida y que de alguna forma se filtra en sus relatos y personajes.

El periodista deportivo” es su obra más célebre y la que le llevó al estrellato, una novela que nada tiene que ver con el periodismo deportivo ni con los deportes, sino con un hombre en crisis del que se hace un retrato psicológico extraordinario, preciso, depurado y exhaustivo.

Una novela que tiene mucho de autobiográfica, ya que Richard Ford también se dedicó al periodismo deportivo tras el fracaso comercial de su segunda novela, y algunos aspectos de la vida de su personaje coinciden con los del autor (lugar de nacimiento, huérfano, aunque Ford lo fue sólo de padre…). Con todo, Ford ha explicado que en realidad Bascombe es distinto a él, que le hace decir a menudo cosas que él jamás diría, lo que es parte de la gracia de ser escritor.

Frank Bascombe ha protagonizado una serie de novelas de Ford, aunque nunca fue su objetivo principal hacer una trilogía o serie, ni siquiera lo tenía pensado. A este libro que nos ocupa le siguió “El día de la independencia” y “Acción de Gracias” en forma de trilogía, y luego “Francamente, Frank”, un libro de relatos también con Bascombe de protagonista.

Gracias a un ladrón, Ford pudo dar rienda suelta a su vocación de escritor, cuando le robó todos los libros de derecho, carrera que estaba cursando. Un ladrón con inquietudes, se entiende. También estudió administración hostelera y literatura. Y es que la influencia de sus abuelos fue grande para el escritor, y al poseer éstos un hotel Ford dirigió sus estudios en esa dirección, aunque luego cambiara. Su abuelo además fue boxeador, con lo que los adquiridos conocimientos deportivos le ayudaron en su posterior actividad de periodista deportivo.

Richard Ford fue el primer autor en ganar el Pulitzer y el Faulkner por el mismo libro, en este caso por “El día de la independencia”, también protagonizada por esa especie de alter ego suyo llamado Frank Bascombe, y gracias al prestigio que le dio su anterior “El periodista deportivo”, el libro que le lanzó al estrellato y una de las grandes novelas del siglo pasado.

Amigo de Raymond Carver, con el que su literatura tiene puntos en común, escribió “Canadá” por una apuesta con él. Un Carver que consideraba a Ford como “el mejor escritor en activo en nuestro país”.

Frank Bascombe abandonó una prometedora carrera literaria para pasarse al mundo del periodismo deportivo, un trabajo cómodo que parece satisfacerle. Ha sufrido la desgracia de perder a su hijo pequeño, lo que acabó desembocando también en el divorcio de su esposa. Seguiremos su vagar vital durante tres días, de un viernes a un domingo, contemplando su aparente tranquilidad que encubre una aguda crisis.

En este libro, que nace de la recomendación de su esposa de “escribir sobre alguien feliz”, no pasa absolutamente nada, su trama es nimia siguiendo el transitar de nuestro protagonista mientras nos adentramos en su turbulento interior, en su psicología inestable, inquieta, que lucha por salir a flote.

Lo más destacado de esta excepcional novela es su magistral progresión dramática y análisis de la psicología cambiante, en continua evolución depresiva, su delicuescencia emocional. Está anestesiado, no quiere cambios, y ese examen interior le lleva a descubrir sus mezquindades, que se nos exponen con sinceridad, y que no parecía tener en un principio. Bascombe parece un tipo comprensivo y casi intachable que va mostrando todos sus defectos y debilidades. Nos va cayendo paulatinamente peor, conforme descubrimos sus pequeñas miserias, aquello que lo hace humano, llegando a dejar momentos donde resulta especialmente desagradable e inoportuno, aunque sin aparente maldad, del mismo modo que lo comprendemos mejor.

Frank Bascombe es un agudo observador y un estúpido vividor que finge no darse cuenta de las cosas (como hacemos tantas veces) o que no se da cuenta directamente. Es un manipulador pasivo. Así, en sus sucesivas reflexiones internas, la esencia de la novela, se le van cayendo las capas de educación, comprensión y amabilidad que exhibe en el exterior, desvelando a un cínico impenitente y algo cobarde, producto de su galopante depresión. Surgen prejuicios y apresurados juicios donde antes no aparecían; contradicciones y vaivenes en sus opiniones y decisiones… La gestación de un cínico. Pura humanidad.

Es un solitario que suele mostrarse incómodo en lo social, relacionarse con una persona como máximo, si puede ser de sexo femenino. También le incomoda la profundidad, aunque haga análisis sesudos, por eso adora la frivolidad de los deportes, algo superficial con lo que evadirse o relacionarse.



El deporte como metáfora de la guerra aquí es una idea extendida a la vida en general. La vida como una competición, por eso los deportes tienen poco o nada que ver con la novela a pesar del título, más allá de apuntar ocasionalmente ejemplos o comparaciones, donde el autor hace referencia a su experiencia como periodista deportivo o a vivencias junto a los deportistas para explicar o comparar aspectos de su vida o definir mejor reflexiones existenciales.

Como en Carver, tenemos retratos de la normalidad desde la rutina, desde lo cotidiano, que a veces puede resultar terrorífico. Ahí se define la apatía vital del protagonista, que deambula sumido en una nebulosa que parece protegerle, suministrándole a la vez una apariencia o ficción de bienestar fundamentada en el conformismo, una ajenidad que le protegería del dolor de la pérdida (de su hijo, su esposa…).

Un hastío vital, una asepsia vital y emocional casi imprescindible en buena parte de la novela moderna (Desde Camus a David Foster Wallace, Don Delillo, Houllebecq, Bret Easton Ellis, Irvine Welsh, Chuck Palahniuk, J. G .Ballard…).

Su resignación vital y obligado y maduro conformismo le acaban mermando en lo que será su lucha, porque sí, hay algo de épica en este relato, épica minimalista, por supuesto.

En el periodismo deportivo alcanza cierto conocimiento vital y cierta lejanía de esa propia vida, permitiéndole enseñanzas puramente teóricas, pero sumido en la pura frivolidad que lo aleja de lo trascendente, para así acomodarse y adormecerse en su crisis existencial, en la muerte de su hijo y divorcio no superados. Un eterno presente, como se viven los deportes, al día, que le permite una apariencia de bienestar en un hastiado y apático transitar, adormilado para sobrellevar su pena y desgracia. La banalidad, la vacuidad, la futilidad, como el mejor antibiótico.

Un hombre de apariencia feliz, que parece estar en paz consigo mismo, haber asumido los golpes que le ha dado la vida, pero que acaba descubriéndose como una máscara de conformismo que oculta una crisis incipiente, una depresión latente y real. Bascombe está firmemente apegado al pasado, al cual recurre constantemente, escenificando que no ha superado ni la muerte de su hijo ni el divorcio de su mujer, a la que cita insistentemente, sirviéndole de referencia para casi todo lo que comenta.

Bascombe admira a los perdedores que fueron ganadores y sienten anhelo de aquello que fue, gusta del regodeo en el pasado, como si vivir en la nostalgia fuera el único sentido de la existencia. Es un ejemplo de comparativa deportiva, ya que lo focaliza con los deportistas, pero se refiere a él mismo, un ganador cuando tenía su feliz familia, convertido en un perdedor que añora aquello.

Y curiosamente practica un ejercicio contrario a su apego al pasado, continuamente. No para de formar castillos en el aire, de hacer suposiciones sobre cosas o personas, sobre sus relaciones, proyecciones en el futuro a menudo erróneas, muchas veces depresivas o negativas, otras ilusionadas o anhelantes… Como si de apuestas deportivas se tratara. Un hombre inseguro y desorientado que necesita de esas pequeñas muletas, como casi todos, supongo.

La realidad de Frank Bascombe es que encuentra el placer o sus mejores momentos en la perspectiva, en el tránsito, la incertidumbre, en el camino hacia algo sin llegar nunca, lo que es coherente con el final de la novela.

Las familias y sus complejas relaciones son examinadas con concienzudo interés e intuitiva lucidez por Ford. Aquí tenemos muchos episodios, desde su trauma con la muerte de su hijo de nueve años (aunque a Ford no le gustan los niños), hasta la relación de Bascombe con sus otros hijos y su ex esposa, pasando por el episodio junto a la familia de su novia…

Y camina por Estados Unidos fascinado, deleitándose y confirmando el deleite que transmite ese sensacional país, del mismo modo que no oculta sus mediocridades, lo que lo hace más fascinante aún.

Ford logra extrañas atmósferas, cuasi enfermizas, dentro de lo cotidiano, como una densa amenaza de tormenta a punto de estallar, sutilmente tensas, minimalistas (la comida en casa de Vicky, la novia de Frank; su noche en el hotel de Detroit, sus encuentros con Walter…).

Nos habla de la libertad, de la dificultad de ser libre, de la inconsciencia en que vivimos habitualmente, atados sin saberlo por todo tipo de cosas (pasado, traumas, complejos, miedos…), sólo conscientes de ello cuando perdemos alguna de ellas por el camino o en un rapto de lucidez.


Un lectura más que recomendada y un libro muy bien escrito. Otro posible Nobel futuro, pero sobre esto, ¿quién sabe nada? Hoy le dan el Premio Princesa de Asturias, para abrir boca.


2 comentarios:

  1. Como siempre, tus críticas literarias me dan material interesante q tirarme a los ojos. No he leído a Ford, aunq sí y con deleite a Carver, en una época en la q me lo recomendaron como estandarte del "realismo sucio".
    A ver si aciertas de nuevo en los Nobel (aunq NADIE pensaba q el de literatura se lo pudieran dar a Bob Dylan, q con todos mis respetitos, no sé a q viene, y encima no se pone al tel y no lo recogerá!).
    Anoto el libro, desde luego pq lo recimiendas, pero muy MUY especialmente por el contenido, ese retrato q tiene cosas q me interesan sobremanera!!
    Gracias como siempre! Es un placer leerte y descubrir tanto, tan bueno y tan bien analizado en esta casa tuya, y q es para mi un MUST absoluto.

    Bss

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    1. Cuando la releí para publicarla debo reconocer que me gustó el resultado, era profundo y servía para conocer y hacerse una idea del autor que es y así poder elegir si leerle o no. Quedé satisfecho con el resultado.

      Es bastante Carver, en esa lamentable etiqueta de "realismo sucio". Encajaría mejor en "realismo exhaustivo", que alguno ha comentado.

      Me alegra que también te haya gustado esta reseña.

      Gracias, Reina.

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