viernes, 25 de noviembre de 2016

HERIDAS

RELATO









“No tenías que haberlo hecho, no hacía falta… no hacía falta”.

La chica entró en el baño. Estaba desierto. Se acercó al espejo y miró con atención su rostro. Lo hacía siempre, como una ofrenda a sí misma y una condena a aquella remembranza atenuada de lo que años atrás le devolvían los reflejos. La sonrisa que ahora veía era una forma de indulgencia sanadora y reconfortante que iluminaba su rostro, libre de moratones. Era un día especial.

Siempre sostuvo que había un punto de no retorno en el momento en el que asumes ser como él te ve. Un punto de no retorno que queda anclado en el alma, imposible de olvidar, difícil de liberar. Ocurre de manera inconsciente, paulatina, casi natural, sin darte cuenta. De repente, un día, eres un objeto. Eres el microondas para cocinar, una Play Station para dar placer y evasión, una televisión para entretener, un aspirador para limpiar, cualquier cosa, pero más mullida, como un saco de boxeo. Una mierda.

Una falta de respeto eterna, una falta de respeto a gritos y a su amor, una falta de respeto a golpes y a su amor, una falta de respeto a su alegría y vitalidad para anularla y a su amor, una falta de respeto a sus ilusiones, sus proyectos, sus talentos y a su amor, una falta de respeto a su inocencia e ingenuidad y a su amor… al amor que ella sentía, manipulado, humillado y ultrajado, que duele tanto como los golpes que recibía metódica y escrupulosamente, y que le hicieron creer que no servía para nada más que para ser sometida.

Tenía talento e inquietudes, quería estudiar y ver mundo, pero toda esa mentalidad expansiva quedó recluida en los puños de un miserable.

Ella debía ser una mujer de su casa, del dinero ya se encargaba él. Con el cuidado de su casa y su familia debía tener suficiente satisfacción para sus inquietudes. Cualquier comentario sobre un curso o un trabajo era recibido con ironía o cinismo, con el asqueado desprecio del que piensa que no sirves para nada que no sea servirle. Ella quería estudiar, quería hacer. Y sus ansias las saciaba leyendo.

Una vida de diez años que se hizo larguísima, que empezó con una inocencia arrancada y pervertida para convertirla en un alma en pena envejecida, donde cada día parecía cargarla con un año e iba marcando un rostro enjuto que sólo aguantaba en pie por su legado.

Y a veces para liberar esa tenaza psicológica, emocional, esa dependencia en tantos sentidos, ese miedo que te tiene preso, necesitamos un latigazo, un hecho radical o afortunado, algo que te zarandee, te coja de las solapas y te azuce de tal manera que te despierte de la pesadilla, que te haga huir de la resignación. Como ocurrió aquel día…

Aquel día…



Ella acariciaba su cabeza y lo consolaba. Habían sido muchas huidas, muchos regresos, muchos perdones y muchas reincidencias. A veces creía que podía superarlo, que podía marcharse, cogía fuerzas, pero siempre volvía porque no sabía dónde ir, qué hacer. La soledad la abrumaba y la falta de medios era otra mordaza más.

Así seguía acariciando esa cabeza, que lloraba arrodillada y desconsolada sosteniendo aún el  rodillo de cocina con el que había dejado inconsciente a su padre, recitando como una letanía repetida incesantemente: “No tenías que haberlo hecho, no hacía falta… no hacía falta, hijo mío”.

Y mientras intentaba gestionar todo lo que había ocurrido, todo ese caos y ese horror, cierta ilusión se adentraba tenuemente en sus pensamientos, porque tras aquel día no había vuelta atrás posible. No, ya no habría más sexo seco y sucio, sometimientos rudos y salvajes, golpes calculados y llenos de ira. No, su cuerpo ya no sería mancillado, ni habría más desprecios ni insinuaciones ni indirectas. Ya no sería una presa y podría exhibir su belleza sin miedo a represalias.

Empezó a entrar gente en el baño. Volvió a centrar su mirada en su rostro, limpio y lleno de vida, maduro, sin maquillaje alguno, que por unos momentos vagó por aquellos recuerdos, y volvió a sonreír. Hacía mucho que ya no era un objeto. Era una mujer que una vez fue niña y que perdió muchas cosas por el camino, piezas de un puzle que había recompuesto.


Salió a la calle y recibió los agradables golpes de los rayos de luz que enmarcaban aquel apacible día. Sonrió satisfecha con su maletín en la mano y comenzó a andar hacia el coche donde le esperaba su hijo, dejando atrás el imponente edificio que albergaba los juzgados. Aquella niña ultrajada que no servía para nada se había convertido en una mujer, una heroína, que orgullosa salía de uno de sus primeros juicios, donde había logrado absolver a otro chico que defendió a su madre del ataque de su pareja.


4 comentarios:

  1. Q bien relatas. Hay algunos párrafos q ufff…
    Gracias por escribir…

    ResponderEliminar
  2. Enhorabuena por los 3 relatos MrSambo.
    Éste es el más duro, pero, por desgracia, el más real.
    Ojalá no tuviéramos que escribir ni hablar de estos hechos.
    Un beso

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Muchas gracias, Merce. Esperemos que denunciarlo sirva para ello.

      Eliminar