miércoles, 21 de diciembre de 2016

Crítica LA GUERRA DE LOS MUNDOS (1953)

BYRON HASKIN










El final de “La guerra de los mundos” siempre me pareció una genialidad, coherente y lógico en cualquier circunstancia, aunque a algunos pueda resultarle escapista, pero sublime en el contexto y época en la que Wells escribió su novela. Su crítica anticolonial queda sublimada con ese final donde lo autóctono, lo oriundo, lo indígena, lo que pertenece a un pueblo primigenio, destruye al invasor, a aquel que pretenden apoderarse, colonizar, aquello que le es ajeno, que está fuera de su esencia, que no pertenece a ese lugar. Una tesis potentísima y brillante convertida en demoledora crítica contra el colonialismo británico.



Por esto, por ese carácter alegórico, entre otras cosas, la novela de Wells es sensiblemente superior a esta adaptación de Byron Haskin, que en su traslado de la acción de Londres a California pierde esa esencia con la que fue concebida. Curiosamente una concepción que hubiera venido a cuento con algunas intervenciones americanas en distintos conflictos que acontecerían pocos años después.

En líneas generales, tanto esta como la dirigida por Steven Spielberg, las dos más famosas llevadas al celuloide (luego son innumerables las versiones, adaptaciones libres o derivaciones que esta primera invasión alienígena inspiró), son adaptaciones bastante fieles en esencia a la novela de Wells, a pesar de ciertas diferencias en aspectos y elementos de la trama, modernizándola en los puntos que pudieran quedar obsoletos. Aquí también tendremos la presencia de un cura y la separación de la pareja; en la de Spielberg las armas de los marcianos, así como la recreación de sus naves y los aspectos más truculentos, como la captura de humanos y las transfusiones sanguíneas, son muy fieles, incluyendo un aspecto familiar que no existía en la novela, separando a la misma donde en la obra de Wells se separa un matrimonio.



La guerra de los mundos” es una cinta de influencia indiscutible, no ya la novela, columna vertebral de todas las invasiones alienígenas que han sido tanto en cine como en literatura, sino cinematográficamente. Desde “Independence day” (Roland Emmerich, 1996) a la propia adaptación de Spielberg rinden tributo a esta obra de Haskin.

La introducción de la película es francamente confusa y extraña. Parece una apología de los avances científicos y técnicos en materia militar que otra cosa. Un planteamiento que huye de la crítica colonialista de la obra de Wells, evidentemente, cambiando el año y la localización. Del Londres de principios de siglo, pasamos aquí a la California de los 50. Avances tecnológicos volcados en la destrucción y las guerras, con mención a las dos Guerra Mundiales incluida. Hay más de mensaje anticomunista que otra cosa.



Esta “La guerra de los mundos” es una producción de George Pal, director de “El tiempo en sus manos” (1960), también basada en una obra de Wells, que él mismo rodaría varios años después. Hay un divertido guiño a la futura cinta de Pal con ese plano de una relojería en el último tercio de la película, donde aparecen un buen número de relojes, ya que así comenzará el productor y director su obra de 1960, con un buen número de relojes. Además tenemos a Cecil B. DeMille como productor ejecutivo.


No fueron pocos los directores que se interesaron en adaptar a Wells. El mismo DeMille lo intentó en los años 20, así como Eisenstein, Korda o Hitchcock también se vieron atraídos por la historia.

Todo el inicio del film es atractivo y atrayente, con esa introducción astronómica y científica sobre las inviabilidad de la vida en los otros planetas, causa por la que los marcianos terminan aquí, destruyéndolo todo y hablando poco. Este comienzo ya muestra una interesante mezcla con los efectos especiales, unos de cartón piedra y cartulina y otros mucho más elaborados, pero siempre artesanales.


Una progresión más que acertada aumentando la tensión con la presentación del meteorito y las primeras extrañezas, donde lo electrónico, la luz, el teléfono, los relojes, han dejado de funcionar.

La cinta de Haskin está bien narrada, logrando la atmósfera y el misterio adecuados con ese objeto que ha caído en la Tierra y que en nuestra ingenuidad y confianza natural no se ve peligroso. Se toma como algo curioso y divertido al principio, para tornar en terrorífico. Allí se retrata la esencia americana con ese espíritu emprendedor, que ve negocio en todo, así como el carácter contradictorio y temerario de los vigilantes que quedan al cuidado del meteorito, primero anunciando que es una bomba y pocos segundos después deduciendo que no puede serlo porque estas no se desatornillan solas... Resulta algo absurda la imprudencia de los tres californianos en la presentación de los marcianos y sus malas pulgas.



La llegada de más naves no limita la dimensión, siendo fiel a la novela. Francia, España, Italia. Curioso ninguneo inicial a Gran Bretaña… Sudamérica, Nápoles. Finalmente se mencionará Londres… En una transición posterior con voz over, donde se relata la caída de la civilización y las constantes derrotas de todos los países, sí habrá una enfática mención a Inglaterra y las Islas Británicas, por su importancia estratégica. Me encanta que no paren de caer cilindros y meteoros con naves alienígenas. Son graciosas las suposiciones científicas acerca de los visitantes. Medios de comunicación, tropas y unos marcianos que no se andan con chiquitas.




En la presencia de los medios de comunicación, con ese locutor, se parece rendir tributo a la versión radiofónica que hizo Orson Welles y que, posiblemente, sea la más famosa adaptación de la novela jamás realizada en un medio francamente difícil como es la radio.


Científicos, policías y curiosos se darán citan ante ese extraño acontecimiento. Incluso tendremos la presencia de un Pastor (Lewis Martin), aspecto este, el religioso, importante en la obra.


Se definen los roles protagónicos. El experto científico Clayton Forrester interpretado por Gene Barry, y la profesora de universidad Sylvia Van Buren interpretada por Ann Robinson. Interpretaciones que no pasan de correctas…





El trabajo de Haskin es más que aceptable, demostrando ser un competente artesano. En el travelling especialmente, como ese donde Haskin abandona al hombre para centrarse momentáneamente sólo en la chica. Un científico juerguista.

Buen manejo de las grúas y los travellings de retroceso para dejar ver entornos. También notable el plano sobre la cabeza luminosa marciana que gira para observar a los tres desdichados vigilantes. Ejemplos de esos travellings de retroceso los tenemos en el lugar del primer meteoro, en el campamento militar al inicio, en la oficina de crisis en Washington, en el lugar donde van a presenciar el lanzamiento de la bomba de hidrógeno, en una de las iglesias al final…


El foco, en plano general, de la nave, con el resplandor verde. Planos de grupos de personajes, tres a menudo, con panorámicas que van de uno de ellos al entorno en general. Se aísla al cura en varias ocasiones, sobre todo cuando está rodeado de militares y soldados. Hay un buen trabajo de composición en los planos, por ejemplo del ejército expectante.


Estupendos planos aéreos donde vemos a las naves alienígenas desde la avioneta de los protagonistas, en pura maqueta. También son estupendos los planos de la evacuación y de las ciudades desiertas, apocalípticas, fantasmales casi. Se adelantan a películas como “Abre los ojos” (Alejandro Amenábar, 1997) y tantas otras. La histeria por las calles, la humanidad animal y desquiciada, el instinto descerebrado de supervivencia…



Esplendidos efectos con esas naves surgiendo del cilindro que combaten contras las fuerzas armadas terrestres con su rayo y su blindaje infranqueable. Una paliza anunciada. El ejército diezmado y sin soluciones. Las ciudades en peligro. Las destrucciones, las batallas, las calles sumidas en la histeria, están realmente bien retratadas, logrando unos efectos y un resultado francamente destacables. Si por algo es conocida la película es por sus oscarizados efectos especiales, que logró a título póstumo Gordon Jennings con estupendas maquetas de Albert Nozaki y Hal Pereira. Unos efectos a los que se dedicaron dos años de trabajo.





Igualmente destacado es el sonido, con ese zumbido inconfundible que avisa de la presencia de las naves y la amenaza de sus rayos, obra de Gene Garvin y Harry Lindgren.

Hay defectos de guión, aunque la narración está bien llevada. Ciertamente están ágiles en las deducciones. Es un aspecto artificial en la narración, pero obligado por las limitaciones presupuestarias. Además, comenten errores en sus apreciaciones y propósitos, algo positivo.

Los tiempos encajan mal, no hay un rigor coherente en ellos. Las evoluciones de los extraterrestres parecen necesitar de varios días, lo mismo que las organizaciones de los ejércitos. Las transiciones de voz over parecen indicar el paso de varios días o semanas, pero cuando llega el protagonista al instituto de ciencia y tecnología, se dice que sólo ha estado desaparecido unas horas…

Hay armamentos y naves reales que aparecen en la película como parte del ejército, insertos de imágenes documentales que, aunque cantan un poco, no quedan del todo mal.

El rol de la mujer, que no olvidemos es profesora de universidad, es el de siempre, servir café…


El tema de la religión, mencionado con anterioridad, es uno de los más importantes. Comenzará con la figura del Pastor Collins y seguirá con otros aspectos hasta la conclusión. El cura es la figura espiritual, esperanzada e ingenua, que mantendrá la fe en esas criaturas a pesar de lo visto. Su eliminación define una tesis descorazonadora y a la vez realista, aunque la insinuación apologética pro-militar de la película ahora sería revolucionaria y polémica, cuando no profundamente criticada. Incluso la bomba de hidrógeno, modernidad absoluta, será una solución válida para terminar con los extraterrestres, como es lógico. También fracasará.




Aquí subyace la idea de la lucha contra la sinrazón. Es la sinrazón del fanatismo que sólo conoce el lenguaje de las armas. Una tesis que nada tiene que ver con el anticolonialismo de Wells.

Más referencias religiosas: seis días para apoderarse del mundo, el mismo tiempo que Dios tardó en crearlo. En las iglesias buscará el protagonista a Sylvia, recordando la historia de infancia que ésta le contó. Y es que, finalmente, hay un sentido religioso en ese final, un excelente clímax que es un derroche de efectos especiales para la época, cuando las máquinas parecen morir por arte de magia ante las reiteradas plegarias y rezos en los templos.

Una mención a Dios, en dicha resolución final, que también aparece en el epílogo de la cinta de Spielberg. Las bacterias y gérmenes, los seres más pequeños de la existencia, nuestro principal aliado.




Todas estas referencias y tesis religiosas están alejadas de las postuladas por Wells. Esa obsesión por congraciar la religión con la ciencia, dando preeminencia a la primera finalmente, es lícita, pero deja determinados momentos algo forzados, como el cuasi sacrificio del cura, Biblia en mano, acercándose a los extraterrestres.

La escena en la granja es una de las más destacadas. Una estupenda escena de suspense, con las sugeridas apariciones de los marcianos, los artilugios de espionaje, los recursos expresionistas, la claustrofobia, la noche. Todo con un colorido toque kitsch. Una escena a la que Spielberg también sacó un gran partido en su versión. Esta secuencia, en su inicio, sirve para intentar profundizar en los sentimientos y el pasado de los personajes, aunque vagamente.






Allí conseguirá la cabeza de un ojo electrónico marciano y sangre de extraterrestre, para investigar sus debilidades… Es un auténtico acierto que apenas se vea a los extraterrestres, generando desde la sugerencia una intensa tensión y suspense.




El excelente clímax nos lleva a la resolución destacada al inicio del análisis. Un gran clímax que rubrica una buena película de serie B y ciencia ficción, que no es, ni mucho menos, mejor que la de Spielberg ni la quintaesencia que muchos han querido ver, pero que sí resulta un digna adaptación de la obra de Wells. Ingenua e inocente, pero atractiva.




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