sábado, 7 de abril de 2018

TEATRO: L' Hostalera (La Hostelera)

TEATRO










La Locandiera” es una comedia que Carlo Goldoni escribió nada menos que en 1753. Una obra que trae el aroma del orégano y el Chianti, unido a la picardía de las mujeres mediterráneas, tan astutas como sensuales y poderosas, hasta que tropiezan con un guiño a su corazón. Un vodevil delicioso, con siete personajes expresivos, expansivos, que conectan con un espíritu común, liberándolo desde lo más hondo hasta ponerlo a flor de piel: ese que hace que compartir un mismo mar suponga, aunque parezca mentira, entender que la alegría de vivir fluye, también, entre manteles de cuadros blancos y rojos…






La Locanda Trattoria


Estamos en Florencia, en un momento indeterminado de los 60, en el Hostal La Mirandolina, un local que regenta la propietaria del mismo nombre, tras haberlo heredado de su padre. La guapísima y presumida patrona, ayudada por su fiel empleado Fabrizio, atiende a los viajeros y es cortejada por casi todos los hombres que allí recalan. En el hostal se hospedan el Marqués de Forlipopoli, un aristócrata sin un duro pero con mucha alcurnia, y el Signore Albafiorita, un comerciante enriquecido y amante de la opulencia. Ambos, cada uno en su estilo, cortejan a Mirandolina que, simplemente, se deja querer y juguetea con las ilusiones de ambos nadando entre dos aguas. Un buen día llega el Cavaliere Ripafratta, misógino empedernido que se ríe de los dos pretendientes y trata de sacarle defectos al servicio, con el fin de mostrarse ajeno a los encantos de Mirandolina.




La patrona, picada en su orgullo, pues no está acostumbrada a ser tratada con este desdén, promete enamorar a Ripafratta, y su plan es colmarle de atenciones hasta que consiga reblandecerle y, al declarar su desprecio por las mujeres que buscan los favores masculinos para llevarles al matrimonio, alcanza su objetivo de seducción.

A todas estas, asistimos a las quejas de un celoso Fabrizio, que también ama a Mirandolina, a quien recuerda que su padre le prometió su mano. Mirandolina responderá que es propietaria, independiente y que tiene derecho a vivir siguiendo sus decisiones, sin que esto suponga rechazar a Fabrizio, sólo pedirle algo más de tiempo.






Dos actrices llegarán al hostal, y viendo lo que allí se cuece se plantearán engañar al Marqués haciéndose pasar por nobles, sin renunciar a intentar aprovecharse económicamente del comerciante.

Finalmente, Mirandolina enfada a Forlipopoli, Albafiorita y a Ripafratta, que amenazan con dejar el local. Todo ello termina por decidirla a aceptar a Fabrizio en matrimonio, en honor a la promesa hecha a su padre.

Pan, amor… y macarrones

Esta adaptación fue una delicia de principio a fin.

Y es que el precioso espacio gótico de la Biblioteca se convirtió en una plaza florentina, con su kiosko, sus persianas, sus toldos, en la que se situaban las mesas del local donde los comensales/espectadores debían sentarse compartiendo mesa y mantel, pasándose el programa de la obra, en formato de menú.




La obra era coral en sus interpretaciones, con unos actores (segundo reparto, con cambios en los papeles masculinos) vestidos con trajes que recordaban las fotos de nuestros padres jovencitos, y unas actrices que aportaban color y cardados en esos moños sesenteros tan característicos.





El director, quien por cierto estaba en una de las mesas de la sala el día que asistimos a la obra, se planteó la adaptación haciendo al público cómplice e involucrándolo directamente en la representación (un poco como los aficionados del fútbol son el jugador nº12), y los clientes/comensales/espectadores eran interpelados directamente (sutilmente, la iluminación aumentaba cuando esto ocurría), con gran regocijo de la sala: cuando Ripafratta, enamorado, se lamentaba de haber caído en las garras del amor y de la astucia femenina, se dirigía directamente a las señoras de las mesas cercanas al escenario diciendo “ay sí, señora mía, estas cosas del amor…” o “sí, sí, no se ría señora, que sabe que esto es verdad”; también cuando llegaban las “actrices” al local, pasando entre las mesas de la sala hasta subir al escenario acompañadas de Fabrizio, que llevaba los equipajes, éste iba diciendo, con ese tono de apuro de los camareros: “buenas nocheees… no se preocupen, que los macarrones llegarán pronto… ¡Es que estamos desbordados con tanta llegada! ¡Qué trajín!”; la misma Mirandolina era la encargada de marcar el final del primer acto y el descanso con un gracioso “¡Ayyy, por Dios!, con tanta ida y venida les estamos desatendiendo. Esto es imperdonable. Gracias por la paciencia. Ahora mismo les sirven la cena…”. ¡COSA QUE OCURRIÓ!, porque lo gracioso fue que el personal de La Perla, vestidos con delantales y empujando carros, empezaron a pasar las fuentes de macarrones y las botellas de vino negro “de la casa”… Así que cenamos…






Tras un tiempo prudencial fue disminuyendo la luz en la sala e intensificándose la del escenario, para que éste recobrara protagonismo…

El reparto estupendo. Todos con ese aire de comedia italiana, especialmente el dúo protagonista, recordando al gran Marcello Mastroianni y a Sofía Loren.




Mención especial al papel de Jordi Llovet como Marqués de Forlipoppoli, hilarante aristócrata venido a menos (lo que le ponía en una posición de, digamos, “poca generosidad”), que hablaba en un castellano relamido, muy castizo y chulapón, esclavo de las apariencias y siempre mirando a los demás por encima del hombro, con unas escenas memorables cuando pretendía agasajar a las que creía nobles damas invitándolas a un vino exquisito en una botella… del tamaño de las del mini bar en un hotel. Una de sus frases repetida varias veces: “yo soy… quien soy”, dicho mirando al infinito y poniendo mucho énfasis e histrionismo…






Pero las virtudes del montaje no terminaron ahí. Tras la resolución de la trama, asistimos a una performance en vivo de música italiana: los actores interpretaron canciones melancólicas, baladas de amor con piano, violín, guitarras… Hubo panderetas y pitos para las alegres tarantelas que el público coreó con palmas. Canciones con las que despidieron la velada, consiguiendo que nos fuéramos a casa con una sonrisa de oreja a oreja.









FICHA TÉCNICA

Dirección y versión: Pau Carrió
Intérpretes: Laura Aubert (Mirandolina), Júlia Barceló (actriz), Oriol Guinart (Albafiorita) , Jordi Llovet (Marqués de Forlipopoli), Alba Pujol (actriz), Ernest Villegas (Ripafratta) y Pau Vinyals (Fabrizio)
Escenografía: Sebastià Brossa y Pau Carió
Iluminación: Raimon Rius
Vestuario: Sílvia Delagneau
Arreglos musicales: Arnau Vallvé
Proveedor de macarrones: Pere Carrió – El Gat Blau
Sala: Teatre Biblioteca de Catalunya
Producción: La Perla 29



Por @MenudaReina

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