domingo, 8 de abril de 2018

EL RETORNO

RELATO










En el año 4018 la muerte no tiene el mismo sentido que antes, no es lo que era. Ahora la muerte sufre revancha. No se la teme, de hecho es algo que la mayoría de la población ha experimentado o quiere experimentar incluso.

Sí, siguen muriendo algunas personas, pero muchísimas menos que antes. Quizá personas tan destrozadas que no merece la pena intentarlo (tienen que estarlo mucho para que no puedan arreglarlo), que no se encuentren a tiempo, por alguna enfermedad muy extraña aún sin remedio o porque la idea de un retorno no es precisamente la noticia que desea la familia… Os cuento esto para que sepáis lo que os espera.

Fallecer ya no es un problema, la tecnología ha llegado a tal punto que el retorno es la práctica habitual en todas las familias, que pueden conocer a sus antepasados nacidos varios siglos antes sin problemas. Es mi caso. Tengo casi 2000 años, conservo a casi todos mis hijos y nietos, más un número insoportable e indecente de otros parientes. Vamos, lo que se dice una auténtica tortura en vida…

Pocos límites tiene la ciencia. Es capaz de recomponer cuerpos desmembrados, reparar muertes violentas o cualquier tipo de fallo orgánico, siempre que el cuerpo se trate en las primeras 48 horas tras su muerte. Los conocimientos que tiene cada habitante son vastísimos gracias a los implantes cerebrales, igual que las mejoras físicas, que hacen de los deportes algo que ni imaginaríais. Como en cualquier época, es un mundo que tiene sus cosas buenas y sus cosas malas, al que te adaptas irremediablemente porque es el mundo que conoces.

¡El problema es que aquí ya no cabemos! El planeta es grande, ¡pero es que no se muere nadie! A mí me sobran varios millones de personas, sinceramente… Debo ser de los más longevos del planeta, aún quedan bastantes de las generaciones cercanas a la mía, los “bimillennials”, pero es que los hay de 1000 años, de 500... Apenas hay niños, sólo un pequeño cupo en un número muy controlado, y los que hay se comportan como auténtico viejos, rodeados de personas mayores casi en exclusiva. Las operaciones anticonceptivas son generalizadas. Lo bueno es que no han prohibido el sexo… Tampoco hay hambrunas gracias a los cultivos sintéticos y el uso de la clonación.

Aunque los avances son increíbles, las pulsiones animales siguen tan presentes como al principio de nuestros tiempos. Yo, por ejemplo, era un hombre francamente intrépido y vitalista, que he muerto en varias ocasiones, unas cinco o cincuenta y dos, ya no sé (cayendo desde una cascada, escalando en la nieve, intentando rescatar un gatito de un árbol…). He perdido el pie derecho y los dedos del izquierdo… He perdido mi pene…

Mujeriego por devoción, quedé desolado cuando la prótesis que vino a sustituir a mi inseparable amigo (inseparable hasta que lo perdí, claro), no funcionaba nada bien. Me han puesto una cantidad ingente de ellas, pero no hay forma. No siento lo más mínimo ni esto responde como debería… ¡con lo vigoroso que yo he sido! Y es que cuando mueres no siempre vuelves igual. Es como si otras versiones de ti mismo se fueran manifestando con cada retorno. O directamente has quedado peor que antes.

–Me quiero morir –decía yo.

–¡Pero si ya te has muerto muchas veces! –se reían los estultos que tengo por nietos…

Sí, en 4018 siguen existiendo las frases hechas. Son como el Espidifen, que 2000 años después sigue existiendo y sabiendo igual de mal, lo que me deja perplejo…

Las familias se aferran a la vida y a los sentimientos de una manera desesperante. ¡Y yo lo que quiero es morirme! ¡Pero aquí me tenéis, vivito y encima sin colear! No es sólo que no me funcione lo que me tendría que funcionar, es que estoy hecho un desastre, cada vez me puedo mover menos, no ya por la edad, que eso ya no es problema, sino porque he tenido unas muertes extrañísimas y violentas que me han dejado el cuerpo hecho unos zorros, lo tengo muy baqueteado… Además, cada vez estoy más depresivo. Tengo un despertar muy malo. No sé cómo decirles que me dejen en paz, no paro de repetirles que no me vuelvan a despertar, pero ni suicidándome, algo que he hecho en unas 5 o 6 ocasiones, se dan por enterados. Ellos se quejan de mi mal humor al despertar, ¡como si volviera de una siesta!, y de mis achaques. Me dicen: “Abuelo, si vas a matarte, hazlo con mesura ¿no ves que cuando vuelves estás peor?”.  

–¡Hijos del cilindro! –les digo yo. Es un insulto moderno, ya lo entenderéis.

Cuando alguna enfermedad no tiene aparente cura, su utiliza la llamada “Pausa”. Es una especie de criogenización muy avanzada que permite conservar los cuerpos en letargo cuando aún están vivos, sin que se desarrollen las enfermedades.

Esto le ocurrió a uno de mis más preciados amigos de juventud. Después de 300 años en barbecho, nada más despertarse y asimilar lo que le había ocurrido, quiso saber de inmediato cuántas “Champions” tenía el Madrid… Cuando le dieron la información, bastante exhaustiva, no lo asimiló bien, le dieron convulsiones y volvió a palmar…. Su familia creyó conveniente no volver a despertarlo, pasadas tantas centurias el shock era demasiado... Una pena, porque no pudieron decirle nada del Barcelona, que también había conseguido algunos logros, y que era su equipo... No dio tiempo a probar si el remedio funcionaba…

Ahora se tiene todo lo que se quería, un anhelo largamente buscado, pero del que estoy francamente harto. Harto de todo. He visto y experimentado todo cientos de veces, y lo que no he hecho es porque no tengo el menor interés en hacerlo. Pero lo que más detesto es la compañía, esas mismas caras siglo tras siglo…

Muchos vaticinaban que con las nuevas tecnologías la sociedad se aislaría, que la soledad sería un mal endémico… pero la realidad es que estamos muy bien acompañados. Infernalmente acompañados. Siempre.


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