lunes, 23 de enero de 2012

Crítica: SOMEWHERE (2010) -Parte 1/2-

SOFIA COPPOLA






Sofia Coppola fue humillada de mala manera al aparecer como actriz en “El Padrino III”, se dijo de todo sobre ella y se daba por sentado su falta de talento y que si estaba en el mundo del cine era por enchufe paterno. Desde luego no ha sido por su talento como actriz por lo que la cineasta se ha reivindicado, pero a nadie puede caberle duda ya de que talento como cineasta tiene.
Las vírgenes suicidas” (1999), adaptación de la novela de Jeffrey Eugenides que fue saludada como “El guardián entre el centeno” moderno, fue el bautismo de fuego de la cineasta, un retrato de la adolescencia y el lado oscuro de la aparente felicidad de la clase media americana de los años 70, sobre la intolerancia y la represión, sobre la inmadurez, de hipnótica estética new age. Una estética que Coppola no abandonará y será su sello propio. De alguna forma Sofia Coppola dota de profundidad y dignidad a todo ese universo new age. Las buenas críticas la pusieron en el disparadero hacia la fama que se vio confirmada con esa obra maestra que es “Lost in Translation” (2003).


Su posterior “Maria Antonieta” (2006) no alcanzó la repercusión de sus anteriores obras y ahora nos llega esta “Somewhere”, una cinta que va muy en la línea de “Lost in Translation” y que sin llegar ni de lejos a aquella tiene algunas de sus virtudes.
El aburrimiento, la apatía, la claustrofobia vital, son algunos de los temas predominantes en la obra de la hija del gran Francis Ford Coppola y en esta película son la piedra angular de todo el entramado.
La primera escena casi resume el estado psicológico y de enclaustramiento mental y vital del personaje, una primera escena donde está la clave de la trama y que relacionada con la última cobra todo el sentido que la cineasta quería transmitir. Un famoso actor atrapado en sí mismo y en las redes que su propia vida le ha tejido. Un coche conducido a toda velocidad da vueltas y vueltas a un mismo recorrido, conducido por el protagonista.


Está claro que la joven cineasta ha aprendido bien el oficio de su padre, su dirección muestra una seguridad y confianza absoluta en lo que hace, un clasicismo de base que sustenta su característica estética new age, que llegó a sublimarse en “Lost in Translation” donde fusionó de forma perfecta su extraño clasicismo de base con un estilo estético muy personal. En esta ocasión el impacto queda algo difuminado por un exceso de elementos naïf en el conjunto, el look del film queda algo infantil en líneas generales.



Pero volviendo a la enorme seguridad y personalidad a la hora de contar sus historias debemos destacar la confianza que Sofia Coppola demuestra en el mantenimiento de los planos, sin movimientos gratuitos ni esteticistas de cámara, observando con detalle lo que hacen sus personajes, siempre con intención narrativa y de desarrollo de los mismos, que normalmente en los universos de la directora están sumidos en la más profunda apatía, anestesia vital y aburrimiento. Planos fijos que observan el pasar del tiempo de sus personajes, que en este caso viven una vida vacía, artificial y en esencia solitaria, que no saben qué hacer con un tiempo que les sobra, porque generalmente están bien situados, como el actor de “Lost in Translation”, interpretado por Bill Murray o ésta estrella de cine interpretada por Stephen Dorff. Dos personajes con muchas similitudes, hastiados de la sociedad del bienestar y adormecidos en cuanto a la autenticidad, a los sentimientos verdaderos, que los tienen, pero están olvidados. Quizá el uso de lo naïf, en realidad, sea adecuado en la historia de ese padre que se ve obligado a ejercer como tal durante un tiempo, necesitado de cariño verdadero y que encuentra en su hija mucho de eso que busca. Gracias a ella sabrá hacia dónde dirigirse, saldrá de su círculo vicioso y anestesia.


Todo, incluso esta reflexión, resulta algo infantil, lo cual daría como un acierto más los elementos añadidos a la estética que usa Coppola.
Coppola mantendrá la cámara y retratará el sopor con calma, con firmeza, viendo lo que pasa o no pasa ante ella.
Así veremos cómo Stephen Dorff, sentado tranquilamente en su sofá, mira su habitación, con calma, deleitándose, se acomoda, bebe un poco de su cerveza distraídamente, fuma aburrido un rato, se incorpora en el sofá, parece que va a hacer algo, pero no, sólo mira a su alrededor a una habitación que está harto de mirar y sigue fumando y mirando…
El riesgo es grande y es fácil que el espectador se pregunte si para retratar el aburrimiento hace falta aburrirlo a él.



Lo cierto es que Coppola más que una historia pretende indagar en un personaje y lo hace de forma casi documental, muy europeo todo, donde interesa más la psicología que la historia. En “Somewhere” apenas pasa nada, se trata de que la película sea sensitiva, lo que cuenta se traslade al espectador, que el vacio vital del protagonista sea sentido y comprendido.
Es una opción, si te aburre la cosa irá mal pero si entras en ella disfrutarás, y para entrar hay que ir dispuesto.
Quizá algún intelectualoide se invente tras el visionado de esta cinta, algún término para pasar a la posteridad del estilo “Generación XY” o alguna chuminada del estilo.
No debe entenderse “Somewhere” como una crítica o retrato de Hollywood ni ese tipo de cosas, estrictamente, más bien a esa sociedad del bienestar que nos tiene anestesiados. Aquí vuelve a tratarse de un famoso, lo que no puede pasar desapercibido, y vuelve a situar el punto de vista de la cineasta en el tema de la fama y sus “perjuicios” resultando esa idea un poco cargante, en plan “no somos tan felices, en realidad también sufrimos”. Es por ello por lo que prefiero verla desde un prisma más universal, algo que Coppola no desmiente al pasar muy de puntillas por el retrato de Hollywood, la fama y todos estos temas. Es más, algunas de las cosas que le hacen sentirse más orgulloso al personaje que interpreta Stephen Dorff son los premios que le dan ante su hija.


La dependencia del confort.
En líneas generales tampoco es que se indague en demasía en cómo es nuestro protagonista, nos centramos en como vive él en su entorno, cómo le afecta y lo que siente, o no siente, esa apatía, vacío etc. Hay cierta abstracción en busca de desarrollar los mencionados temas.
La idea es manida, son vidas vacías llenas de cosas, y que además se le da en ocasiones connotaciones morales, es decir, vidas vacías, precisamente, por estar llenas de cosas. Hay que condenar tener muchas cosas porque te lleva a la deshumanización, la podredumbre moral y el vacío vital. Un mensaje que colaba mejor en otros años y que redunda en esa sensación naïf, mencionada, que recorre la película.
La película no resulta en esencia aburrida, Coppola logra que te interese la relación entre padre e hija y su evolución, para ello es necesario pasar el mencionado trance, que en general está muy bien dirigido con un sobrio y personal clasicismo.
Veremos fiestas privadas con bailarinas de strip tease en una barra americana rodadas con plano y contraplano estricto.



Stephen Dorff es un actor de aspecto desaliñado, guarro, grunge, que parece no haberse peinado en los últimos 20 o 30 años, ni lavado la cara jamás tras levantarse, y eso que en la película le vemos hacerlo, incluso ducharse. Pero no le cunde, cultiva ese look sucio, guarro, con pasión. También me llama la atención su protuberante vientre, y eso que parece un tío que hace deporte. Aquí realiza un trabajo sobresaliente durante todo el metraje.
La aparición de Elle Fanning, su hija, trastoca su vida de forma sutil, lo auténtico entra en su vida, casi por obligación, y Dorff, Johnny Marco, ve que a su acomodada, apacible y confortable vida le faltaba algo, o todo, le faltaba todo lo que puede darle una hija.
El detalle, los detalles, con que hace el retrato del protagonista y su mundo, de fondo naif, simplista y bastante ingenuo, es lo que eleva la cinta hasta hacerla interesante. Si no fuera por el buen pulso, dirección y detalle, matices, la película sería enormemente discreta. No pasaría del documental con ínfulas. Aquí, más que nunca, la forma juega muy a favor del fondo, superándolo con creces.
El tono naïf, ingenuo, simplista, podría ser entendido como cierta ironía o mala leche encubierta si no fuera porque la mirada de Coppola a sus personajes es entrañable en esencia, es decir, se toma en serio su mensaje, lo cual es un pequeño lastre.


 





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