viernes, 11 de octubre de 2013

Crítica: MARÍA GALANTE (1934)

HENRY KING










El conocido director Henry King, autor de obras tan estimables como “Tierra de audaces” (1939), “El cisne negro” (1942) o “Almas en la hoguera” (1949) se desmarcó con esta confusa, caótica y en muchas ocasiones absurda película que parece vagar en la completa dispersión y la absoluta distracción.


Parece mentira que un director del talento de Henry King rodara esta irrisoria intriga. Un director que alcanzó gran prestigio en el mudo y supo mantener un buen estatus en el cine sonoro. 

Casi nada en esta película tiene explicación, una narración que va desde las incongruencias más sorprendentes y rocambolescas, a las absurdeces más alucinantes. Además nunca se acaba de definir, del drama pasamos a la historia de espías sin que haya cohesión o un mínimo rigor.

El guión, escrito por Reginald Berkeley, que adapta la novela de Jacques Deval, parece salido de una verbena. 




El inicio deja ciertamente anonadado. Nuestra protagonista, María Galante (Ketti Gallian), es secuestrada, o eso parece, porque nadie tendrá narices de decirme qué demonios ocurre, por qué ocurre y cómo es posible que ocurra, una de las escenas más surrealistas y ridículas del cine clásico supuestamente serio. 

María Galante, el personaje, podría ser una apología de la ingenuidad o la inocencia, sino fuera porque es tonta, una de esas lelas atontadas que dan mala fama a las rubias. Uno no sabe si es que simplemente es cortica, ligera de cascos, chica fácil o todo junto y producto de su extrema estupidez. La chica, que quizá por ser francesa es más atrevida de lo que sería aconsejable, más que atrevida es inconsciente, cosas de los tópicos, es repartidora y al entregar un telegrama al capitán de un barco, que se la come con los ojos, como uno de los marineros que adecenta ela nave a la que subirá, lo acompañará para recibir una contestación… y allí se quedará atrapada… ella sola… porque sí… a dar la vuelta al mundo… 

Una absurdez, ridícula hasta decir basta, y que sirve como inicio a una intriga que va dando tumbos sin saber donde caerse muerta. 



Perdida en Sudamérica sin poder volver a casa, se ganará la vida cantando, una chica cortica pero con muchas habilidades por lo que se ve. Así que escucharemos varios cansinos números musicales y varias conversaciones de diálogos absurdos que no llevan a ningún sitio ni tienen ningún contenido. Sólo puedes mirar con incredulidad y preguntarte qué diantres está pasando, por qué se entretienen en hablar con esa chica y por qué no dicen algo con cierto sentido o contenido en relación a la trama. Bebidas, hablar en francés o no hablar en francés, lo bien que cantó…


El caso es que esta chica busca dinero de todas las formas posibles para volver a su país, le da igual confiar en uno que en otro, va sin miedo y sin complejos por la vida, al fin y al cabo no tiene por qué pensar mal de la humanidad, solamente la han secuestrado y dejado tirada en Sudamérica, que es algo que le puede ocurrir a cualquiera, especialmente si se codea con desconocidos de buena  voluntad.







Aquí hará su aparición del gran Spencer Tracy, un doctor que acaba investigando, ya que es un agente doble, un confuso y poco interesante caso sobre un atentado en el canal de Panamá a la flota americana, donde un tal Ryner (Sig Ruman), que vimos mencionado al inicio, un falso francés de un bazar y nuestra inconsciente protagonista están involucrados. Nuestra protagonista está metida en esto por error, por supuesto.




Un batiburrillo deslavazado y poco afortunado que como únicos elementos de interés tiene la presencia del siempre brillante Spencer Tracy, haciendo lo que puede, y detalles sueltos de dirección, por ejemplo en la parte final, el clímax, con esos juegos de montaje muy sincopado y momentos de aceptable suspense y ritmo, aunque nada del otro mundo.




El plano final, con tres personas en la misma cama, tiene un punto atrevido.
Una gran decepción.




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