sábado, 7 de abril de 2018

RETOQUES

RELATO










Estaba dándose los últimos retoques. Estaba quedando perfecta, se veía incluso guapa con su traje de gala y el caro maquillaje. Esos maquillajes y esas mascarillas modernas eran realmente buenos. Con ese aspecto siempre se sentía más segura para realizar su trabajo con eficacia. No había rastro de los desperfectos.

Miró a la niña, que la había estado ayudando, y recibió su aprobación con una sonrisa y un sutil gesto.

La cena se estaba preparando en la cocina. Iban a tomar el menú del restaurante más caro y elitista de la ciudad. Serían 18 platos distintos, el menú degustación. Un montón de aparatos funcionando con precisión matemática, ejecutando las complejas recetas para tenerlo todo dispuesto a la hora señalada.

La mujer había programado todo para que el hogar fuera lo más acogedor posible en esa velada de aniversario. La temperatura, la limpieza, el orden… no había tacha ni cabida para la queja en aquel entorno.

Estaba satisfecha, le gustaba hacer bien su trabajo, pensaba que era la mejor haciéndolo, pero le molestaba que él no lo valorase nunca. Daba lo mismo, el resultado lo compensaba. Era lo que sabía hacer y todo estaba impecable.

Miró al exterior del diáfano y amplio espacio a través del gigantesco y circular ventanal que le mostraba toda la ciudad, como si estuviera al aire libre, sin que nadie pudiera ver el interior. Barajó la idea de utilizar un entorno paradisíaco, alguna playa o paraje natural, pero finalmente decidió dejar la vista de esa hermosa noche urbana y real.

La mesa estaba engalanada delicada y minuciosamente, cada plato y cada cubierto estaban relucientes y colocados a la distancia justa marcada por el protocolo. Las dobleces de las servilletas eran perfectas. La cocina olía muy bien.

Él llegó a su hora. El temor se asomó sin vergüenza a los ojos de ella. Volvía borracho una vez más. No lo parecía, pero lo conocía bien. Era un hombre elegante, intachable y sin mácula fuera de casa, pero dentro se transformaba en otra cosa, parecía dejar salir una bestia que guardaba bajo llave, encerrada en una fachada de pulcritud.

La miró despectivo, expectante, como esperando el error que lo justificara.

Fue concienzuda, detallista, amable, aplicada, incluso cariñosa… Le preguntó por su día, intentó entablar una conversación que versara sobre temas que le gustaban a pesar de que no estaba muy hablador, pero sin forzar la situación. Puso con esmero la comida, hizo breves comentarios sin atosigar, contesto con interés a todo lo que mascullaba.

Comía poco, bebía más, aunque ella sólo le sirvió agua. Él buscó en su amplia bodega. Vino, whisky…

Ella sabía que la cosa se pondría tensa, pero a veces lograba domeñar la situación. Su aire disperso, su mirada perdida, su aspecto cada vez más taciturno… La cena había terminado, era el punto de inflexión, en el que buscaba una excusa, una simple excusa para el estallido. Si no la tenía, si podía evadir todo aquello que pudiera encender la chispa, quedaría dormido y el peligro habría pasado.

Tras la cena decidieron ver un concierto, en vivo, del grupo favorito de él, que tocaba aquella noche en Nueva York, al otro lado del océano. Podían verlos como si estuvieran en primera fila, con una calidad perfecta. Habían logrado la carnalidad en la holografía.

Cuando sonaba el tema favorito de ambos, ella bailaba distraída. Ni lo vio venir. Él se había levantado y se había colocado tras ella. Antes de que pudiera reaccionar, sin motivo ni discusión, la agarró del pelo y la estampó contra la pared. Sus ojos estaban fuera de órbita, inyectados en sangre, enloquecidos.

Conocía bien aquella mirada y mejor aún aquella situación. Estaba capacitada para aguantarlo, pero no podía evitar sentir miedo.

Recibió golpes por todo su cuerpo y de todas las formas posibles, sin medida, sin contemplación, hasta que él quedó saciado y se marchó. Tardó tiempo en levantarse, y seguramente no habría podido sin la ayuda de la niña, que había observado aquella escena cotidiana por la rendija de la puerta.

Puesta en pie contempló el escenario. Le desagradó y molestó el desorden, la mesa rota, la vajilla caída, la sangre que salpicaba algunos lugares y algunos cristales, que manchaban aquel perfecto lugar y su vestido. No tardó la casa en comenzar a lamerse las heridas y arreglar aquel desbarajuste a la orden de ella.

A duras penas, apoyada en la niña, llegó al baño. Los espejos de cuerpo entero le devolvían una imagen desecha. Observó con preocupación aquel estropicio. Se metió en el cilindro que le haría un diagnóstico. La cosa pintaba mal. Salió del cilindro. Muchas roturas, traumas severos, brechas, partes desconectadas, moretones por todas partes, sangre por todos lados. Se notaba débil y deteriorada. Se desnudó y se miró al espejo fijamente. Se lamentaba… con lo bien que había quedado ese cuerpo y lo mucho que le costó disimular las laceraciones y heridas anteriores… Lloraba.

La niña se acercó y la acarició comprensiva. Dijo: No llores, sólo es un humano… Esta vez vas a necesitar algo más que unos retoques, tienes que ir a que te reparen como a mí el otro día…

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