miércoles, 15 de agosto de 2012

Crítica: ARREBATO (1980) -Parte 3/4-

IVÁN ZULUETA







Volvemos del flashback, encadenando con la televisión con nieve en casa de José de nuevo, ante la que aparece Ana también encadenadamente, un plano muy lynchiano que parece querer decir que la confusión de José, simbolizada en esa televisión con nieve, es producida por esa mujer que aparece, Ana. Ella hablará de su pintalabios rojo, el rojo de nuevo, mientras se pinta con él. Ella es una dependiente también, colgada de José, que fue el que la introdujo en el mundo de las drogas. Ahora el sexo y las drogas la tienen absorbida, son una obsesión, su forma de escape, de lograr pequeños arrebatos, casi siempre insuficiente.

Arrebato. Pico. Orgasmo.

La voz de Ana irá desapareciendo para imponerse la de Pedro en el magnetófono. De ahí pasaremos, otra vez con una breve transición en video, como cuando vimos el coche estrellándose, a otro flashback, esta vez de la vida de José y Ana. En el video se ve el rostro de ella y especialmente su boca, sus labios, el símbolo de la sensualidad. Lo primero que vemos al entrar en el flashback, ya con imagen “real”, es un orgasmo, esa otra forma de arrebato, de la pareja. También seremos testigos de la iniciación de Ana en las drogas. Ella es de carácter dependiente, cualquier cosa hace de ella una adicta, la droga, el sexo y sobre todo José, que fue quien la introdujo en ese mundo.


En la escena de intimidad de la pareja José oirá y verá un reloj, el tiempo, lo que le llevará a pensar en Pedro, lógicamente, teniendo presente todo lo hablado, la obsesión del chico por detenerlo. José se da cuenta de lo que comentó Pedro acerca de las drogas y el envejecimiento.

Para calmar su mala conciencia por su marcha sin despedida del chico, le regalará un pulsador temporal que colmará las expectativas de Pedro, una forma de “calmar, domar…” el tiempo. Una revelación.

Ana y José preparan “La maldición del hombre lobo”, van a ver a Pedro de nuevo. Las frases de la tía Carmen son realmente divertidas y brillantes, un personaje muy simpático.

Antes de aparecer Pedro de nuevo ante la vista de José sonará… ¡Exacto! El famoso graznido, una vez más.

Pedro intentará arrebatar a Ana. Veremos un coche y una lámpara roja que pasará a ser el lugar donde nuestro protagonista colocará un pequeño decorado de la obra “El flautista de Hamelin”, que Ana presenció de pequeña, un decorado exactamente igual al que ella vio. Es muy adecuado que se relacione esa obra con Ana, una dependiente enfermiza que se deja seducir casi por cualquier flautista (drogas, sexo…).

José traerá otro regalo a Pedro, un blandiblup que sustituya a lo que él tenía, siguiendo con esa metáfora de manipulación sobre la realidad y el tiempo.

Volvemos al mundo de la infancia en esa búsqueda por el objeto adecuado que pueda arrebatar a Ana. La infancia, el vehículo del arrebato. Pedro vive en su propio mundo y necesita los “polvitos”, la droga, para entrar en el de los demás. Lleva otro ritmo.

Pedro elegirá una Betty Boop para arrebatar a Ana mientras la música infantil, que ya oímos anteriormente, vuelve a hacer acto de presencia. Mientras Ana disfruta de su arrebato José y Pedro parecen tener sexo.


Pedro repite su ritual y mientras toma uvas con alcohol pondrá una de sus películas, tras el arrebato de Ana, a la pareja. Escenas cotidianas, familiares, caballos, juegos de sombras que señalan el paso del tiempo y el correspondiente cambio de iluminación, ritmos alterados, velocidades aumentadas o disminuidas… sin sentido aparente. Pedro queda fascinado por su propia obra y toma la decisión de abrirse al mundo. Antes me referí a “Alicia en el país de las maravillas” y “A través del espejo” y en su speech Pedro dirá lo siguiente: “…miles de ritmos ocultos que yo descubriré, el espejo abrirá sus puertas y veremos… lo otro”. Una nueva referencia al otro lado del espejo.


Venecia, la India, Méjico, Hollywood… un mundo en video. Zulueta vuelve a jugar con el espectador en ese diálogo metalingüístico y así la música que creíamos extradiegética la convierte en diegética, mostrando de nuevo las fisuras de la “realidad”, la naturaleza de la ficción, derrumbando las barreras entre ambas, derrumbando el concepto de lo real. Punto clave de la película.

Zulueta rodará múltiples planos de los actores en camas o compartiendo un sofá para subrayar su cercanía, de igual modo los mostrará alejados para mostrar su distancia. Un ejemplo lo tenemos en la escena donde Ana intenta hablar con José preguntándole por el rodaje, sentados cada uno a un extremo de la habitación. Otro ejemplo lo tenemos en una escena anterior, en el conflicto con la droga entre José y Ana, donde Pedro y el mismo José aparecen sentados en la misma cama y Ana en un sofá distinto.


Esta discusión termina en un “arrebato” de irá, con la droga por el suelo y la reconciliación justo antes del visionado de la bobina que Pedro mandó. Veremos un póster de “Psicosis” (Alfred Hitchcock, 1960).

Pedro parece ser, como los vampiros, capaz de navegar en el tiempo, de ahí que logre localizar los objetos exactos que provocan los arrebatos infantiles. De hecho acaba chupando la vida de José por completo.

José se dispone a ver la película pero otro cúmulo de pequeñas desgracias parece impedirlo, la pantalla se cae, la bobina sale rodando… como si no quisiera mostrarse en aquella situación de tensión entre Ana y José. Juntos esnifarán la reconciliación de la alfombra.

Zulueta sitúa el flashback que vimos con Ana un año antes del momento actual.



Pedro se siente eufórico al salir al mundo y descubrir todo tipo de cosas, ritmos y situaciones, “cerca del arrebato total”. Mientras dice esto Ana hará un número disfrazada de Betty Boop, una bonita declaración de amor, que de alguna manera también aleja de esa infancia buscada a los personajes.

Pedro mantiene sus relaciones sociales a través del cine exclusivamente, mostrará imágenes aceleradas, entre ellas unas líneas de coca, momento en el que José se tocará la nariz. Como si esa relación que Pedro pretende a través del cine se manifestara en José de forma real.


Un pene poniéndose erecto, un cigarrillo consumiéndose, una jeringuilla drogando… imágenes significativas y simbólicas de todo lo comentado. Además tendrá relación con lo que la voz over de Pedro va diciendo en esos momentos.

Quería poseerlo todo”.

Uno de los planos que más recuerdo de la película es el blandiblup atravesando una pantalla con nieve, la antigua manipulación y deseo por alterar la realidad abandonado en la confusión que provoca el desvío de sus intenciones por entregarse a todo tipo de placeres sociales. Consumida su energía, ahora su pulso contra el tiempo está siendo perdido, ha alcanzado su edad, la voz se le volvió grave al comportarse como una persona “normal” y entregarse a sus vicios. Veremos en el video otro pico de heroína con la consiguiente gotita roja.


Hastiado del mundo cree que lo ha visto todo, algo perfectamente reseñado con la frase que Pedro dice: “La última película me salió negra”. Se llega a plantear el suicidio, algo que nos vino a la cabeza al inicio. Si no tiene ese momento eterno, ¿qué le queda?

Pedro relatará su caída al vacío, cómo lloró como nunca. En ese momento José parará el magnetófono, se siente identificado y lo comprende, él también ha perdido esa pasión.

De tocar fondo a resurgir en un fotograma. El fotograma rojo vuelve a situar a Pedro donde quería, el valor de lo nimio, de lo mínimo, de lo no filmado, el comienzo del tránsito hacia el otro lado de la realidad. Ese momento, no discernible e indescifrable, cuando algo nos colma.

Pasamos de la reproducción del proyector a meternos en la pantalla, un flashback que se confunde, un nuevo juego metalingüístico que hace imposible discernir en qué lugar de esa “realidad” estamos, ¿en la proyección que ve José?, ¿en los sucesos y punto de vista de Pedro?, ¿en ambos?

Pedro quiere más fotogramas rojos, ver qué pasa, si vuelve a suceder aquello que lo perturbó y produjo un arrebato, quiere saber qué es lo que la cámara no captó. Vuelve a sus antiguos hábitos, ni come, ni duerme, ni se droga, parece incluso recuperar la voz… Además veremos la vuelta del blandiblup.

Ante el espejo tendremos otra referencia al vampirismo. Pedro se mirará el cuello, sospecha que aquello que la cámara no filma es algo que viene a chuparle la sangre, a consumirle, y extrañamente lo desea porque puede ser la forma del paso, tan deseado, hacia el otro lado, un paso del que no era plenamente consciente. La conversión. Se referirá también a su auténtica infancia como explicación a lo que ocurre y veremos el blandiblup pegado al espejo. Siempre la infancia como ideal.

En este juego de espejos y multiplicación de realidades que vacían de contenido al concepto, tendremos otro plano significativo. Pedro reflejándose en un cristal superponiéndose a un protector para los ojos, que usará para dormir, tras quitarse sus gafas de sol. Una representación de sí mismo. En el escaparate, bajo el protector, veremos unos pequeños labios rojos, como los de Ana.

Cada vez los elementos infantiles están más presentes en su habitación, el caballito de juguete, ositos, peluches, él con una camiseta de Mickey. Reiniciando una regresión.

Ahora son 10 los fotogramas rojos, unos fotogramas que parecen invadir la película y a la vez chupar la vida de Pedro que se siente totalmente identificado con ello. Esas películas acaban siendo él mismo, o parte de él por ahora, lo que supone un paso definitivo para la identificación con la cámara, con su causa final.


Dedicada a Percival, complace que recordase una película tan personal y poco comercial.








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