viernes, 2 de agosto de 2013

Crítica: EL JINETE PÁLIDO (1985) -Parte 2/3-

CLINT EASTWOOD









Eastwood se muestra discreto y moral con algunos momentos de violencia y realista y duro con otros. En el inicio veremos cómo un grupo de pistoleros que aparece de la nada se dirige al galope no sabemos muy bien a donde, algo que descubriremos a través de un acertado montaje paralelo que va vinculando a esos pistoleros con un tranquilo poblado de buscadores de oro. Una tensión creciente perfectamente conseguida. Aquí los pistoleros no matarán a nadie, salvo a algunos animales, hecho que Eastwood no muestra o sobre el que utiliza una elipsis breve. Discreto, pudoroso. Uno de estos animales es el perro de una de las principales protagonistas, la niña Megan (Sydney Penny). Como curiosidad mencionar que cuando Megan, que es una niña muy guapa, recoge su perro del suelo canta como un tenor que es un peluche, bastante tieso y rígido además...





Estamos en los años anteriores a la Guerra Civil, entre 1850 y 1859, en Carbon Canyon, donde mineros esperaban encontrar oro.
 
El aura mítica y el tono místico del personaje principal y de la película en general no tardan en mostrarse. La decepcionada niña se cuestionará sus creencias y pedirá un milagro contra los abusos… Eastwood encadenará esto con “celestiales” planos aéreos y el milagro… un misterioso jinete salido de la nada que parece avanzar hacia la súplica de la niña. El uso del encadenado desde el montaje aquí es ejemplar y buen ejemplo para explicar su sentido dentro del lenguaje cinematográfico, vincula dos circunstancias, en este caso la súplica de la niña y la llegada de Eastwood.


Un comienzo extraño, de comportamientos aparentemente arbitrarios que se nos irán explicando poco a poco. Un ataque a los pacíficos mineros por culpa del oro. LaHood quiere intimidarlos y echarlos del lugar para hacer ellos sus prospecciones y quedarse con lo que encuentren.





Eastwood muestra varios planos de miradas desde ventanas hacia el exterior, como en “Cazador de forajidos” (1957) de Anthony Mann, la expectativa, la llegada, lo ajeno como algo misterioso y amenazante. Vimos a los camorristas cuando Barret compraba en la tienda a través de ventanas; vimos llegar al Predicador al poblado a través de la ventana de la casa de Megan y su madre Sarah (Carrie Snodgress); el Predicador verá como llegan Megan y Sarah a casa de Barret también a través de una ventana, en este caso de forma distorsionada por los cristales sucios, una mirada diferente, la del Predicador. Cuando Spider (Dog McGrath), encuentre, no una onza, sino un enorme pedrusco de oro y vaya a celebrarlo y a insultar a LaHood, el empresario y sus matones lo observarán desde las ventanas, además en un extraordinario contraste visual y conceptual, con el entorno oscuro del interior del despacho de LaHood y el exterior nevado donde el borracho minero intenta provocarlo…



Se aprecia que trabajar con Leone no cayó en saco roto cuando vemos la magnífica creación del héroe que hace Eastwood, héroe mítico, quizá menos sutil que su maestro pero eficaz. El misterio, el maravilloso abrigo, el aspecto, los encuadres calculados al milímetro sobre su rostro o su calzado, su aspecto, su barba, sus elementos característicos, como el alzacuellos o el sombrero…


Tanto Sarah como el Predicador aparecen reflejados en espejos en esta escena en casa de Barret, a la llegada del forastero. Un vínculo. Anuncia la dualidad de Eastwood, pistolero y predicador, y la de Sarah, dividida entre dos hombres.

La simpática escena que sucede a continuación sirve para destensar y poner un poco los pies en el suelo. La aparición de Eastwood con su alzacuello sirve para dar un giro completo a opiniones y reacciones que habíamos venido oyendo, del mismo modo que la esperanza surge en Barret y sobre todo Megan, que cree que sus plegarias han podido ser escuchadas.


Entre los villanos tendremos a Richard Kiel, el mítico “Tiburón” de la saga James Bond, un villano que al final no lo será tanto, como en dicha saga, y que acabará redimiéndose y ayudando a nuestro héroe. Los otros grandes villanos son Chris Penn, el hijo de LaHood, y Richard Dysart, como el propio LaHood. Sus perforaciones con bombas hidráulicas, avances de la modernidad, terminan con los pequeños mineros y quieren el monopolio, de ahí que intenten que el poblado se marche. Además juegan contrarreloj porque dichas bombas no son bien vistas por la ley y no tardarán en prohibirlas.



Uno de los grandes momentos de la película es la escena de la piedra, cuando Barret y el Predicador intentan  romperla a martillazos. Una escena simbólica donde el Predicador, con su ayuda al obstinado Barret, logra que todo el poblado se una para destruir la gigantesca piedra que interfiere en el cauce del río. Un gesto que avanza lo que vendrá y la necesidad de que se comporten de igual forma cuando LaHood y sus matones vuelvan a la carga con mayor contundencia. Aquí será donde el Predicador dé buena cuenta de Club (Richard Kiel), eso sí, con asombrosa educación y ganándose el respeto del mismo, por lo que descubriremos después. El sutil zoom hacia el rostro de Eastwood al enseñar el hijo de LaHood, Josh, su arma, resalta la emergencia y conocimiento de la situación por parte del personaje, de tal forma que se convierte en intimidatorio, en otra muestra de poder de esa especie de dios que interpreta Eastwood.


El tren hará acto de presencia, pero aquí no indica que estemos ante un western crepuscular, los LaHood representan una modernidad despiadada, monopolística y opresora, fundamentos  y planteamientos del western clásico, que una vez llega un héroe que se opone a ellos inicia el conflicto. Un lugar sin autoridad y donde la libertad provoca la explotación de unos y el sometimiento de otros… hasta que llega un Predicador. El tren en esta película es un simple eco.



Uno de los aspectos más interesantes a nivel argumental, y que difiere de la cinta dirigida por George Stevens, es el cuadrado amoroso que se va desarrollando. El Predicador será una tentación para las dos mujeres, la madura Sarah, que se planteaba su matrimonio con el honesto Barret, y la joven Megan, fascinada por su persona. 


Otras diferencias con respecto a “Raíces profundas” (1953) son que el protagonista de “El jinete pálido" no rehúye la violencia, al contrario, no duda en usarla y se siente a gusto haciéndolo cuando es menester, aunque nunca mata por placer. No hay niña en la cinta original sino un niño, con lo que el cuadrado amoroso no se da. El carácter religioso es mucho más marcado en “El jinete pálido”, especialmente por el tratamiento del protagonista, que aquí es místico, fantasmal. Lo que aquí son mineros allí eran campesinos…



El Predicador parece controlarlo todo en todo momento, como guiado hacia un destino que tiene muy claro. Es por ello que irá con Sarah, Megan y Barret a la ciudad, a pesar de lo que ocurrió allí y por quien está controlada, a celebrar que Barret ha encontrado oro. El Predicador no tarda en estar perfectamente integrado en la familia y en todo el poblado, al cual el momento de la piedra acabó por rendir.



Las escenas de interiores son retratadas por Eastwood con una iluminación pobre, repleta de claroscuros, tenebrosa, muy en la onda de las pinturas de Rembrandt, Caravaggio… maestros de la pintura barroca que jugaba con las sombras y el tenebrismo. Tonos ocres, marrones, muy elegantes. Esto no sólo se verá en la reunión en el despacho de LaHood entre el empresario y el Predicador, también se verá en la escena de amor entre Sarah y Eastwood y en casi todas las que acontecen en interiores. Una iluminación con velas, escasa. LaHood además tendrá colores oscuros para su vestuario, un ser siempre en la sombra, en la oscuridad, contrastando con los entornos naturales, siempre en exteriores, por los que se mueven los mineros.

El guión es de correcta elaboración, que Eastwood vaya a la ciudad parece ser su íntimo propósito y que la familia decida ir lógico, mezcla de entusiasmo por encontrar oro y la seguridad que les da estar acompañados por el Predicador.

El Predicador rechazará las tentadoras ofertas de LaHood, pero con clase e ironía, como corresponde a un héroe con cuajo como Eastwood. No hay más que ver la tranquilidad de Eastwood en ese trago que da a la copa que le ofrece LaHood, un momento de puro Leone.

-LaHood: Están impidiendo el progreso.

-Predicador: ¿El de ellos o el suyo?






El empresario, como ocurre tantas veces, aunque desde distintos puntos de vista, acabará reivindicándose, dándose a valer sobre sus logros y capacidades, dejando claro que es un hombre hecho a sí mismo, que lo que tiene lo logró de la nada. Una faceta muy habitual en este tipo de personajes.

LaHood, viendo que todos sus esfuerzos y manipulaciones son en balde, no tardará en amenazar al Predicador y a sus amigos además de mencionar a un rival que nuestro protagonista parece conocer por sus gestos. Un matón que viene a solucionar los problemas del empresario, Stockburn (John Russell).

Una oferta sobre la mesa, 1000 dólares por cabeza.



 




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