martes, 14 de febrero de 2012

Crítica: PLAN SINIESTRO (1964)

BRYAN FORBES






Interesante intriga psicológica británica de extraordinarias interpretaciones y competente dirección, sólo aquejada de algunos bajones de ritmo y de que tarda en arrancar. Es el escalofriante retrato de un matrimonio deshecho emocionalmente por un trauma que les perturba y enloquece ofuscándoles incluso a nivel moral, un deterioro interior que llega a cotas elevadas por su hastío vital en un intento de hacer su vida algo más llevadera. Un matrimonio que se engaña a sí mismo para escapar de la realidad, una huida hacia el fondo de la locura y la desesperación.
Un matrimonio planea el secuestro a una niña de una familia adinerada, el plan consiste en usar las supuestas habilidades videntes de la mujer para ayudar a la familia y así conseguir fama y dinero. Para ello el marido seguirá las instrucciones de su mujer, aunque no esté del todo de acuerdo, sumisamente.


El comienzo desarrolla los aspectos psicológicos de la pareja protagonista y los fundamentos de su relación, dominantes por parte de ella, sumisos por la de él. Quizá este inicio lento haga que el espectador tarde en entrar en la película ya que tampoco se habla claramente de las circunstancias de ese extraño comportamiento, algo que no es negativo salvo porque esa primera escena se extiende demasiado. Una primera escena en el interior de la casa que dura cerca de 20 minutos. Casi toda la película está en interiores, pero una vez la narración avanza ese desarrollo psicológico se hace cada vez más claustrofóbico y acertado a la par que aumenta el suspense. Es decir, una vez se supera el inicio la película cobra un interés elevado.


A la generalidad de escenas en el interior de la casa se añaden dos en exteriores, dos que son de las más destacadas de toda la película, la del secuestro y la del intercambio de dinero. Las dos muy bien rodadas por Forbes.
En esa primera secuencia se hace patente la locura de la protagonista y se va sugiriendo el plan que tiene previsto, pero sobre todo se remarca el rol dominante de ella sobre él, especialmente desde la puesta en escena, con planos donde la seguridad de ella de pie contrasta con la actitud apocada de su marido que aparece sentado. La escena marca el tono de la relación y hará entendible los actos posteriores así como la evolución de ambos personajes. El problema es su falta de ritmo.


Después de la claustrofóbica escena salimos al exterior y vemos la planificación y ejecución del rapto de una niña. El plan va quedando más definido, y luego se irá entendiendo de donde vienen las motivaciones y también las desviaciones en los comportamientos que llevan a esa decisión a la pareja protagonista.
Es ahí donde la película recupera el brío y tiene momentos de brillante suspense que salpicarán la cinta hasta el final. Estas escenas en exteriores aderezan la película, como comenté, si bien mencioné dos obviando (por ser más intrascendente), una tercera que sería en la que el personaje de Richard Attenborough deja a la niña en el bosque. No en balde las escenas en exteriores son de lo más brillante de la película y cumplen la función de hacer más opresivas las escenas en interiores acertadamente.

 

La relación del matrimonio con la niña también es significativa, ella es fría y distante, es notorio que sería capaz de cualquier cosa, hasta ese grado de perturbación llega su personaje, en cambio él es sensible y amable, coge enseguida afecto y siempre muestra preocupación e interés por la cría, no parece capaz de hacerle daño.


Hay una interesante reflexión social encubierta en la película que desarrolla la idea de que la sociedad actual está sustentada en las máscaras, la apariencia de lo que no se es, todo en ella es aparente, el protagonista se hace pasar por quien no es para secuestrar a la niña, el matrimonio se hace pasar por médicos para engañar a la niña, se ponen mascarillas para ocultar sus rostros, la mujer se hace pasar por vidente, el fundamento del secuestro de crear una ficción para beneficio propio… También la idea de un desconsuelo, de apatía vital, desencanto.


La falta de escrúpulos de la mujer, su falta de empatía con esa madre a la que le ha robado a su hija y de la que pretende explotar sus sentimientos para lucro propio, es verdaderamente escalofriante. Es más, ese personaje es escalofriante todo él, maravillosamente interpretado por Kim Stanley. Entenderemos que su personalidad viene definida por la pérdida de su hijo al nacer y de la que no ha logrado recuperarse, que su vida en matrimonio se hizo cada vez más complicada hasta el punto de que su marido se fue por un tiempo y seguramente volvió por no dejarla sola y por su carácter sumiso.


La descripción, análisis y desarrollo de los dos componentes del matrimonio es el punto más fuerte de la película. Lleno de matices, de luces y sombras, de complejidad, como esa regresión infantil perversa que va sufriendo la mujer al final de la película. Dos personajes extraordinarios. Esa “infantilización” de la mujer contrasta con una mayor autoridad moral y de carácter del marido, que al final contradirá a su mujer. También contrastan en su relación con la niña, la de ella, que es fría desde un primer momento, acaba desembocando en la petición a su marido de que asesine a la pequeña. En cambio él, que desde un primer momento le tiene estima, le va cogiendo cada vez más cariño y por supuesto no hará realidad el deseo de su mujer.

 

La segunda escena de exteriores, en la que se pretende cobrar el rescate de la niña, es otro de los puntos álgidos de la cinta, magníficamente rodada, con planos generales en ligeros picados como si de cámaras ocultas se tratase, crean a la perfección el ambiente de tensión, confabulación, secretismo… y se acentúa con el montaje paralelo de la investigación policial en la casa del matrimonio. Grandes momentos de suspense, con un soberbio montaje y planificación en unos exteriores abarrotados donde la influencia de la Nouvelle Vague aún se siente, influencia manifiesta en el movimiento británico de la Free Cinema. Un retrato urbano, con planos de calles llenas, mercados, el metro, que muestra el ambiente perfectamente.
Otra excelente escena es la de la sesión de espiritismo que preparan para que la madre de la niña entre al trapo, aunque fuera algo improvisada. Un suspense muy bien regulado.


En el último tercio se trata explícitamente las causas del comportamiento de la mujer, se explica que pasó con Arthur (el hijo que nació muerto del matrimonio), y de donde viene su dedicación a la videncia. Ella fue incubando esa locura que desemboco en ese mecanismo de defensa ante su desgracia, hablar con su hijo muerto que está en el otro mundo, ese modo de soportar su pena le da vía libre para justificar todo tipo de actos, incluso la idea de matar a la niña para evitarse problemas, una idea que no manifestará como propia, sino por inducción de su hijo muerto.
A partir de aquí la película se hace más psicológica, pierde algo de ritmo. Algo se rompe en el matrimonio, esa petición de la mujer es el límite que se marca el marido. Un marido que nunca renunciará, a pesar de las circunstancias, a su amor por ella, pero que de alguna forma también se engañaba a sí  mismo no enfrentándose a su locura.
Los minutos finales con la sesión de espiritismo, junto a los policías, reitera situaciones anteriores y es un final algo flojo, pero un “tour de force” interpretativo espectacular por parte de Kim Stanley.
El trabajo de los dos protagonistas es simple y llanamente portentoso. Un gran trabajo, obra de culto que merece mucho la pena. Suspense e intriga británicos de gran nivel.


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