jueves, 14 de marzo de 2013

Crítica: MÁS FUERTE QUE LA LEY (1949)

DOUGLAS SIRK










Discreta película del magnífico director Douglas Sirk, más conocido por sus melodramas, pero que en sus inicios realizó interesantes incursiones en el cine negro como es ésta que aquí comento. Una incursión bastante indefinida y que navega sin un rumbo fijo entre el género negro y el melodrama sin profundizar y resultando excesivamente esquemática en todos los aspectos.


El agente de la condicional Griff Marat (Cornel Wilde) debe encargarse del caso de Jenny Marsh (Patricia Knight), que sale de la cárcel tras pasar en ella 5 años por asesinato. Esta relación se va haciendo cada vez más íntima lo que provocará conflictos con Harry Wasson, el benefactor de Jenny y del que ésta es amante, un turbio personaje que lleva a Jenny por el camino de la ilegalidad.


Griff es un personaje garante extremo de la legalidad, estricto, modesto, trabajador, inflexible, que va viendo como su forma de pensar y sus prioridades van cambiando al enamorarse de Jenny, una mujer fatal involuntaria. Básicamente la historia de la trayectoria de este personaje y la redención de Jenny son la columna vertebral de la película, siendo la chica, como suele ser habitual en el mejor cine de Sirk, el personaje más importante y el vértice principal del triángulo amoroso. El guión de Samuel Fuller es discreto, con lagunas, y se queda a medio camino de todo, resultando esquemática tanto la parte más de cine negro como la melodramática. En la parte final, con la huida de la pareja, cobra una mayor importancia la trama policial o negra, aunque resulte acelerada. Algunas escenas entre la pareja no transmiten credibilidad y las interpretaciones son justitas.




En un principio se hace un análisis crítico sobre el sistema de libertad condicional, pero la trama se desvía hacia el conflicto de personajes quedando esa primera intención en un esbozo. Luego vemos la dependencia, algo indefinida, de Jenny hacia Harry (John Baragrey) y su posterior atracción hacia el bueno y noble Griff, una relación que hasta el último tercio no se acaba de tener claro si es auténtica. Esa parte de melodrama, donde Griff se desnuda (espiritualmente) en la habitación de Jenny, en una sentida escena, concluye con la decisión final de estar juntos, sin pensar en otras circunstancias, para centrarse más en la trama negra y la huida que se ven obligados a realizar debido al disparo de Jenny a Harry. Esta tensa huida acaba desembocando en un final feliz artificioso y poco creíble, con el villano convertido en una especie de papa Noel algo absurdo. Una huida al infierno y renuncia a los anteriores principios. Paradoja interesante con respecto al cumplimiento de la ley.




El personaje de Harry se desnaturaliza en el final, un personaje mal construido y con una falta absoluta de personalidad y fuerza. El final al menos tiene un punto interesante en esa ironía de Sirk con el juego del periódico.


Lo más brillante, sin duda, de esta película que va como a tirones, es la dirección de Sirk, su profundidad a la hora de retratar a los personajes femeninos y los sentimientos así como su puesta en escena. El inicio con esa rubia despampanante entrando en el despacho del agente remite a los clásicos del cine negro de detectives, donde la mujer fatal se presentaba en el despacho del protagonista, sólo que en esta ocasión llama la atención porque la escena la vemos desde el punto de vista de la chica, que como mencioné es el personaje vehicular.




En el aspecto de la puesta en escena son destacables sobre todo las secuencias en la casa de Griff, rodadas de maravilla y donde todo tiene un sentido y profundidad. El retrato del protagonista, en su vida cotidiana y sus raíces italoamericanas, el uso de los decorados de forma simbólica, como las escaleras, tan caras al cine de Sirk, símbolo aquí de tránsito, transición en la evolución del conflicto o de los propios personajes, son buen ejemplo de ello. Suelen mantener discusiones o argumentos contrapuestos que ese espacio simbólico acentúa en su significación. Las escaleras como el espacio simbólico del progreso.



Es curioso que Douglas Sirk en algunas de sus películas policíacas se interese tanto por los métodos policiales, de forma bastante analítica, así si en ésta se toma mucho interés por los procedimientos de la libertad condicional, en “El asesino poeta” (1947) lo hacía por los procedimientos de investigación que se usan, un poco en plan C.S.I.

Otro personaje interesante es el de la madre, ciega, la voz de la sabiduría, ceguera simbólica, que ve más allá y guía en ocasiones a los personajes, pero que también acaba resultando superfluo en la historia, totalmente olvidado. Un ejemplo más de las carencias del guión. Los planteamientos sobre las normas y su cumplimiento son algo simplistas, aunque eficaces en la descripción del protagonista especialmente, un protagonista que acabará en el lado opuesto de lo que predica. Todos tienen su evolución aunque la del “villano” es mejor ni mentarla. Jenny, por ejemplo, se redimirá totalmente.




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