lunes, 14 de enero de 2013

Crítica: EL SOBORNO (1951)

JOHN CROMWELL










El magnífico artesano John Cromwell nos regala otro magnífico título negro, lleno de intensidad y saber hacer. Ya nos dejó una obra excepcional con “Callejón sin salida” (1947), con un Humphrey Bogart tan brillante en el papel de duro detective (es un ex soldado), como siempre. Aquí tenemos al otro grande en este tipo de papeles, Robert Mitchum, protagonizando una historia de lucha contra la mafia.

Una interesante visión sobre la transformación de la mafia, sus distintos  tentáculos y formas de ver el “negocio”, su evolución y conflicto para congeniar todos. De los modos violentos donde los problemas se resolvían por la fuerza y sin contemplaciones, algo representado por el excelente personaje que encarna Robert Ryan, ahora la mafia ha pasado a adaptarse a los nuevos tiempos y usa el sistema y sus recovecos para instalarse y valerse de él. Grandes e invisibles hombres de negocios que mediante sobornos y chantajes logran estar infiltrados en todos los estamentos y poderes del estado. Esto viene representado por “el anciano”, ese jefe que nunca veremos, en un grandísimo detalle de guión.


La primera escena muestra como la lucha contra la corrupción también tiene múltiples jerarquías. Es el propio gobernador el que debe dar el visto bueno para situar a la gente más competente en la lucha contra la corrupción y las mafias. Sin ese paso, que en contra de lo que debería ser normal, supone una actitud valiente debido a las influencias que los delincuentes tienen en todos los estamentos, no se podría hacer mucho. Unos pocos hombres honestos e insobornables son el comienzo del éxito. Esta escena está rodada con planos muy cortos, muy cerrados, primeros planos casi opresivos que muestran la soledad de la honestidad, de esos hombres sueltos que se enfrentan a toda la maquinaria mafiosa y sus subordinados sobornados y deshonestos.


El contrapunto lo tenemos con el personaje de Robert Ryan, Nick Scanlon, un mafioso a la antigua usanza, violento y sin escrúpulos, la mano armada siempre útil pero cada vez más incómoda para la mafia. Representa el último reducto de esa forma de ejercer pero aún conserva mucho poder. Cromwell, en su excelente poderío visual y de puesta en escena, lo muestra en ese plano donde aparece encuadrado de pie sobre sus dos subordinados.

Este conflicto entre formas de ver las cosas dentro de la mafia, las viejas maneras violentas de no dejar cabos sueltos contra los nuevos hombres de negocios, dirigentes invisibles de empresas que sirven para ocultar todo tipo de trapicheos, con abogados, senadores, políticos o fiscales a sueldo mediante sobornos, chantajes y subterfugios legales, es de lo más interesante de la película.



El talento de Cromwell puede apreciarse en cada encuadre, en cada movimiento de cámara. Un ejemplo lo tenemos en esa escena en la que los esbirros de Scanlon huyen del lugar del crimen que han cometido y se cruzan con Bob Johnson, un estupendo William Talman, uno de los pocos policías honestos que veremos. La mirada de Johnson a los asesinos en un paso de peatones y el uso de los primeros planos en la escena son magistrales. Otro ejemplo lo tenemos con la presentación de ese inspector con bigote, magníficamente interpretado por William Conrad, retratado con las sombras de la persiana en la cara, las sombras de la corrupción. Un William Conrad que hace un gran trabajo, con esa tranquilidad y parsimonia, mascando chicle de forma constante.


La presentación del gran Robert Mitchum llega cuando nos acercamos a los 20 minutos de metraje. Cromwell no se apresura en absoluto para centrarse en su héroe. Mitchum interpreta a Thomas McQuigg, un duro y honesto policía que no se parará ante nada para acabar con el delito, la mafia y la corrupción. Debido a su escrupulosidad y competencia, y gracias a los contactos de los mafiosos, va siendo trasladado de sitio en sitio cuando comienza a poner en dificultades a la Organización. Con la decisión firme del gobernador de luchar contra la corrupción, McQuigg se sentirá más respaldado para concluir su labor, o una de ellas.


Además de la trama policial Cromwell dedicará tiempo a pequeñas estampas de la vida cotidiana de los policías. Veremos a la mujer de Johnson y a la de McQuigg y como éstos tienen que manejar su peligroso trabajo y situación, congeniar ambos aspectos sin que sus familias resulten dañadas.

El enfrentamiento, esperado, entre Ryan y Mitchum nos deja una de las grandes escenas de la película, un duelo en todo lo alto de dos grandes intérpretes y donde Cromwell vuelve a sobresalir con su puesta en escena. Iniciará la secuencia con dos primeros planos de cada uno de los personajes, el primer contacto visual y su reacción para luego irse inmediatamente a un picado general donde los vemos separados y cada uno en un lado el encuadre. Es el duelo. La explicación visual a las miradas y reacciones que vimos en los planos anteriores. Luego un movimiento de grúa, desde ese picado, los obligará a acercarse, se juntarán en el centro de la estancia, pero siempre veremos a Mitchum en posición de predominancia, de dominio, ya sea de pie o sentado por encima de Ryan, ejemplificando su mayor categoría moral. Ryan comerá de forma exagerada una manzana, el símbolo de la tentación.



En esta conversación tendremos buenos diálogos y reflexiones, como esa ironía que recalca Ryan sobre cómo los impuestos que pagan delincuentes como él sirven para pagar las nóminas de varios policías como Mitchum. También veremos la debilidad del villano, es su hermano, un cariño familiar, y frustración, que le tiene a mal traer. Todo ello presenciado por Mitchum.

El reto de McQuigg a Scanlon no tardará en traer consecuencias. En otra pequeña estampa de vida cotidiana, en esta ocasión en la casa de McQuigg, seremos testigos del atentado a la casa del policía donde su mujer resulta herida. Una mujer tan dura y valiente como su marido, una auténtica mujer de policía, otra pasta. Ya en el plano general de Mitchum saliendo de su casa, Cromwell logra hacernos intuir y transmitir la amenaza, que algo va a ocurrir.



A esta le sigue otra magnífica secuencia, una de las más reseñables. Una escena de acción donde Mitchum busca vengarse inmediatamente de los que han atentado contra él. Una persecución que concluye en un callejón y un garaje, y donde todo se resuelve sin palabras en una larga secuencia repleta de suspense, con una maravillosa puesta en escena repleta de sombras y marcados contraste lumínicos que acentúan la violencia de los hechos, del mismo modo que lo hace el juego con las alturas que realiza Cromwell, con picados, escaleras, la azotea, una altura cada vez más marcada y creciente. Puro cine.



Vamos viendo las dificultades que tienen los policías honestos para ejercer su trabajo en un mundo donde los políticos, los jueces e incluso muchos de los propios policías son corruptos.

Esto obliga a que los policías bordeen y a menudo sobrepasen los límites de la ley para lograr sus propósitos, límites que sirven a los mafiosos o corruptos para salirse con la suya, lo que plantea interesantes cuestiones, aunque aquí no se desarrollen. Digamos que aquí la idea de que un policía haga lo que tenga que hacer para capturar a los malos está bien vista…

Las dificultades agudizan el ingenio y si no se puede ir a por el que interesa directamente se puede dar un rodeo. Así que en vez de ir a por Scanlon, McQuigg se dirigirá a por su hermano, el eslabón débil, como comprobó en una escena anterior. En el arresto del hermano, con el bueno de Johnson comandado la misión, aunque contará con la ayuda de Dave (Robert Hutton), Cromwell volverá a demostrar su sapiencia cinematográfica con un magnífico uso de las panorámicas y los “planos espía”. Muy bien rodado.








Una de las claves que hacían fascinantes a los personajes que encarnaban los actores clásicos son tics que añadían a su personalidad, en este caso Mitchum añade a su personaje el gesto de acariciarse la barbilla cada vez que está maquinando alguna cosa o se pone duro. Esos pequeños detalles que hacen del cine clásico el cine con mayúsculas.

Tanto el hermano de Ryan, Joe Scanlon (Brett King), como el periodista amigo de Johnson, Dave, están fascinados y se sienten tremendamente atraídos por la misma mujer, la estupenda Lizabeth Scott, que interpreta a la cantante Irene Hayes. Esta infravalorada actriz con un gran parecido con Lauren Bacall, aunque menos atractiva, ya colaboró con John Cromwell en otra cinta de cine negro, esa joya mencionada que es “Callejón sin salida”. Aquí vuelve a estar magnífica.


Robert Ryan está pletórico, desprende violencia incontrolada por los cuatro costados.


Existen ciertas debilidades en el guión que impiden una mayor valoración a la película, no son de gran importancia en cualquier caso. Ciertas licencias y trucos como el tremendo error que supone dejar a la chica, sabiendo que ese desplante podría provocar que hablase, en la cárcel por parte de Joe Scanlon. Una chica que sabe algunos secretos que podrían hacerle daño tanto a él como a su hermano y por extensión a la Organización. Otro lo podemos encontrar en esa escena donde el sobornado fiscal al que quieren elevar a gobernador los mafiosos aparece en la comisaría justo en el momento en el que la chica se rebela. Una aparición con la única justificación de hacer prevenir a la Organización de lo que está ocurriendo. La pistola que se deja despreocupadamente al alcance de Scanlon es otro detalle bastante tonto. La escena del afeitado también está cogida por los pelos y el personaje del periodista y su relación romántica algo fuera de lugar.



Con todo es una buena muestra de cine negro, aunque sus elementos no lleguen para hacer de ella un referente, como se puede suponer.

Más detalles de talento en la puesta en escena los tenemos en el uso de Cromwell de los segundos planos, la planificación de escenas donde un plano corto se abre para acabar de dar un sentido completo a la escena etc. Un ejemplo de esto lo tenemos en la escena donde Johnson espera en su casa la llegada de los matones de Scanlon, cuando vemos en segundo plano aparecer el coche de los mencionados matones. Toda esa escena, su planificación y resolución en fuera de campo, es otra maravilla.

Hay que cerrar la boca a esa cantante”.



Es simbólica la escena en la que la policía derriba el cartel del futuro fiscal corrupto, un presagio que en contra del tópico no nos lleva a la fatalidad sino a una buena resolución, el entramado de la organización mafiosa viniéndose abajo.


Uno de los momentos culminantes y más poderosos de la película, de mayor impacto emocional, es la muerte del honesto y brillante policía Bob Johnson. El llanto de la mujer al enterarse tras una puerta cerrada es un ejemplo perfecto de sensibilidad. Una de las escenas que hacen grande la película.



En esta parte final tendremos un nuevo y esperado enfrentamiento, como no podía ser de otra manera, entre Nick Scanlon y Thomas McQuigg, o entre Robert Ryan y Robert Mitchum. Un Mitchum que estira hasta el infinito los métodos policiales saltándose la ley corrupta sin titubear. Un gran duelo interpretativo.


Magnífico trabajo interpretativo de Ray Collins en la escena en la que habla por teléfono con "el anciano”, un gran momento de actor.

Los planos largos son una constante de la película, una brillante muestra la tenemos en el plano final con Mitchum saliendo de la comisaría, besando a su esposa y el carro que limpia las calles, simbólico, como un nuevo comenzar, que cruza por el encuadre. Espléndido. 


Una nueva corrupción más difícil de vencer y localizar, aunque la mirada es esperanzada.

Un buen título muy recomendable para los amantes del género negro.



 

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