jueves, 4 de enero de 2018

EN MI OFICINA

RELATO













Sentado aquí, en mi oficina, veo pasar los días, uno tras otro, exactamente iguales. Es fácil caer en el abatimiento, el sopor y el aburrimiento viendo el mismo paisaje, la misma gente, la misma luz. A mí me pasó en los primeros meses, cuando elegí este lugar de trabajo, pero aprendí a remediarlo, descubrí las infinitas diferencias que alberga cada igualdad, los infinitos matices en ese entorno aparentemente inamovible y estático.

Figuras indefinidas transportadas por ruedas o piernas en un marco fijo que los abrigaba, como una estampa fotográfica de sutiles movimientos que terminaban por permanecer quietos. Todos con los mismos colores, los mismos comportamientos, los mismos procederes, los mismos movimientos, las mismas costumbres… que poco a poco fueron definiéndose, distinguiéndose, diferenciándose, dibujándose. Individualizándose.

La gente se fue convirtiendo en individuos distinguibles, en rostros concretos. Aquellas personas que parecían la misma dejaron de serlo para cobrar vida, obligándome a fijarme en ellas, hasta que fui convirtiéndolos en viejos conocidos ante la insistente fuerza de la costumbre que los hacía pasar ante mis mustios ojos.

Observar aquel marco desde mi oficina, inventar historias, esperar presencias, fueron convirtiéndose en los principales alicientes de mis aburridos amaneceres y monótonos atardeceres. Aquellos fantasmas cotidianos fueron adquiriendo corporeidad hasta convertirse en una oronda señora de raído y deshilachado abrigo negro que siempre va cargada con bolsas y debe pararse cada poco tiempo a tomar resuello, en la delgaducha chica morena que mira fijamente al suelo sin apenas cambiar el gesto escuchando a su dicharachero novio, en el nervioso señor de pelo ralo, gafas y maletín que siempre va apresurado tras la jornada laboral, como si temiera llegar tarde a casa con su mujer… Gloria, Laura, José. Dudo que se llamen así, pero ya han quedado bautizados.

Sentado aquí fui notando casi físicamente cómo el ego más radical se iba diluyendo, sin darme cuenta fui sintiendo la necesidad de encontrar las enormes diferencias en los paisajes que ese marco fijo ofrecía cada día, de individualizar a toda aquella gente que poco antes me era indiferente, pequeños elementos de una masa indefinida. Sentía aquello porque era yo el que necesitaba dejar de ser invisible para alguien, aunque en aquel momento ni siquiera era consciente de por qué me estaba sucediendo. Simplemente era injusto, me quejaba de ellos cuando yo hacía lo mismo en ese mismo momento. Aquí se acaba pensando mucho, quieras o no, por lo que no tardé en comprender mi contradicción una vez fui perdiendo ese ego, que de alguna manera aparecía con otro cuerpo. Hasta no hace mucho era igual que ellos, pasaba indiferente ante todo, y ahora, desde el otro lado, suplicaba y mendigaba en lo más íntimo cierta atención.

En mi carácter positivo vivía en la ambivalencia. En la asunción de la realidad, en la que todo indicaba que no protagonizaría ninguna de esas historias que inventaba al paso de los demás, y en la esperanza de que algo mágico o extraño sucediera para negar aquello. Y a veces pasaba.

Recuerdo a la chica de los ojos azules. Aunque luego hubo más, ella fue la primera que me miró de verdad estando aquí. No sólo me miraba, me consideraba, incluso creo que me ha cogido afecto. Su mirada no era de compromiso, de esas que se lanzan por descuido, porque no hay más remedio o por quedar bien. Me miraba como si no fuera invisible, sin esa mirada esquiva, avergonzada o que me atravesaba para situarse en un lugar indeterminado detrás de mí, como si no estuviera realmente allí, que me dedicaba la gente que al menos tenía el detalle de levantar la vista. Sí, luego hubo más, pero ella fue la primera.

Inventé todas las historias habidas y por haber sobre ella, con los dos juntos. Aventuras románticas, intrépidas, imposibles, más grandes que la vida… que sabía sin ningún fundamento. Hasta que un día llegó, me miró y habló como siempre antes de presentarme a su novio…

Tardó mucho en llegar la chica de los ojos azules, o más bien se me hizo eterno, porque el tiempo se hace más lento cuando esperas, pero una vez apareció todo fue distinto y tomó un mejor color, y aunque siga siendo invisible para la mayoría, olvidado de inmediato, incluso para los que me lanzan alguna moneda, fui alguien para ella, aún lo soy. No está tan mal.

Fue ella la que apartó aquel velo que me impedía verlo todo con nitidez, la que definió las figuras, los paisajes, las personas. Un pequeño e íntimo cambio en este mundo donde nada parece cambiar… o donde todo cambia.


Con la Navidad en su apogeo, desde mi oficina vuelvo a mirar el mismo paisaje, con infinitas luces distintas, donde Gloria ahora lleva un abrigo rojo nuevo recién estrenado muy elegante y pasea jacarandosa con bolsas de marcas caras; la joven Laura pasea sin su novio con una desenvuelta sonrisa en su erguido y orgulloso rostro, reuniéndose con sus amigas ataviadas con vestuario navideño; y José ya no va apresurado, sino que pasea con mimo con una mujer que parece recobrarse de algún mal, disfrutando de la iluminación que engalana las calles en estos días… Será la época, que hace verlo todo distinto, será que eso mágico o extraño sí que pasa algunas veces a algunas personas...


No hay comentarios:

Publicar un comentario