sábado, 7 de octubre de 2017

Crítica LA CABAÑA (2017)

STUART HAZELDINE











Hay cierta tendencia a zurrar sin misericordia cualquier película actual que verse sobre la religión, el cristianismo o sus bondades, salvándose, como mucho, alguna de toque new age por aquello de las modas. Tiene más que ver con doctrinas ideológicas que con cualquier otro tema, más allá de la calidad del trabajo, su fondo teológico y filosófico y demás.

Algo así le está pasando a “La cabaña” en su carrera crítica, una película correcta, ninguna genialidad, que apuesta por una reflexión, más o menos profunda, sobre el consuelo, el dolor, el sacrificio, el egoísmo, la redención, el amor, el perdón y la relación con Dios.

La novela en la que se basa la película, de William Paul Young, también tuvo sus dificultades, al ser rechazada por más de 20 editoriales, por lo que fue publicada por un sello independiente antes de convertirse en un éxito del New York Times en 2009, superando los 8 millones de ejemplares vendidos. Ahora llega la película, que con un presupuesto de 20 millones lleva recaudados más de 80, aunque le quede bastante camino comercial, ya que en España se ha estrenado este 6 de octubre, por ejemplo.



El mensaje de “La cabaña” es profundo, poderoso, digno y elevado, pero con un planteamiento alegórico que resulta demasiado obvio, así como una estructura narrativa esquemática que si no entras en ella o su mensaje puede aburrir en esa sucesión de conversaciones reflexivas, teológicas, íntimas.

La película del británico Stuart Hazeldine es técnicamente correcta aunque convencional, con una sobria dirección, tranquila y sutil, sin golpes de efecto, pero con un enfoque alegórico demasiado obvio, evidente, simple. Es complicado, ya que lo que puede funcionar como reflexión en papel queda algo simplista en su traducción a imágenes, en una magnífica fotografía de Declan Quinn. Es una dirección clásica y sobria, sin movimientos de cámara que distraigan nunca de las conversaciones, a las que el director se entrega absolutamente, en lo que es uno de sus posibles errores, o no. Hay algún travelling significativo en su sutil y amable dirección, acercamientos sensibles a la pareja en el llanto del marido, en su dolor, tras la desaparición, una opción opuesta a lo que suele darse en el cine clásico o el oriental, buscando la discreta distancia... La cámara es solidaria con ellos.

Se utiliza una voz over ajena a la familia protagonista, aunque no al relato, que sería la del amigo íntimo, Willie (Tim McGraw), que hablaría por lo que debieron relatarle. McGraw canta junto a Faith Hill el tema de la película, "Keep you eyes on me".





La alargada fase de planteamiento, incluida la introducción donde se nos presenta al protagonista de niño en un tormentoso pasado, un chaval del medio oeste perteneciente a una familia religiosa, con un padre maltratador y alcohólico, una madre que acaba marchándose/suicidándose… y un acto que generará un sentimiento de culpa casi irreparable en el chico (el envenenamiento al padre), pretende hacernos empatizar con esa familia, sus afectos y, en especial, con la niña más pequeña, que será la clave de todo. Ahí tenemos los guiños en casa, la escena nocturna en la furgoneta y, sobre todo, la historia sobre la cascada y la princesa india. La escena de la furgoneta resulta reiterativa, pero plantea alguna cuestión interesante, que servirá de cebo para posteriores ecos.





El director usa con acierto y, de nuevo, con un sentido obvio, si bien en este caso en absoluto es cuestionable, los fenómenos atmosféricos. En la secuencia introductoria, una lluvia enmarcará el castigo físico del padre al hijo; también cuando Mack (Sam Worthington) llegue a la cabaña donde su hija fue asesinada, en un nuevo momento dramático o trágico; en la breve escena del funeral. La nieve y los paisajes nevados retratarán el estancamiento y alejamiento emocional del protagonista en las escenas de su depresión, en su casa al recibir la carta que le llevará a la cabaña, en dicha cabaña al llegar, en su intento de suicidio interrumpido por un ciervo… El sol refulgirá en la escena del flashback con la excursión del padre con sus hijos, hasta el momento de la desaparición y noticia trágica, donde reaparecerá la lluvia, o al final del film, tras la redención. Esos contrastes también se marcan en su relación con la familia, una familia feliz antes del suceso que comienza a deteriorarse por la culpa, la ira, el odio, el rencor, el desamor… El paisaje nevado tornará en luminoso y florido tras la aparición del misterioso hombre que se nos revelará como Cristo.





Una culpa que afecta especialmente a la hija mayor, ya que su acto de ponerse de pie en la barcaza propició la distracción que desembocó en el secuestro y asesinato de la pequeña, y ante la que Mack deberá actuar.





Alegórica.

La película, en su particular planteamiento visual, que nunca resulta excesivo, apostando por la naturalidad dentro del florido colorido de ese limbo redentor, de gran fotografía, es absolutamente alegórica en la exposición de sus tesis. Esa apuesta se inicia con la simbólica historia que el padre cuenta a su hija sobre una princesa india y una cascada, donde se tratan temas como la espiritualidad y el sacrificio, que son claves en las tesis del film que se desarrollarán con posterioridad.

En esa línea alegórica tendremos una de las primeras conversaciones entre “Papa”, que interpreta Octavia Spencer, es decir, Dios, y Mack. Ella estará preparando una masa como la gran creadora que es, acto al que invitará al protagonista. La masa como la creación. Jesús, por su parte, será creador también, carpintero, que fue su dedicación, como bien se sabe. Sarayu, también creadora, se dedicará al jardín. Ese jardín será comparado, precisamente, con Mack y su caos interno, bello y salvaje al cual hay que cultivar y cuidar.


Muchas de estas metáforas, como digo, son demasiado obvias, como ese bote que se hunde, el andar sobre las aguas como manifestación de fe junto a Jesucristo…




El personaje de “La Sabiduría” es otro elemento alegórico que no se quiebra en exceso la cabeza. Eficaz, funcional, si acaso. El bautismo redentor en la cascada simbólica, esa de la que hablaba a su hija con la leyenda de la princesa india, vinculándolo con ella, es otro elemento simbólico. De hecho, verá a su hija tras esa cascada.





Es necesario, en estas reflexiones y recursos alegóricos, meditar en la idea de la fe. Mack la recupera por la conciencia de lo que está viviendo y viendo, es decir, no es tanto una fe como una seguridad adquirida. También es cierto que no es tanto una pérdida de fe como un enfado con el Creador. El viaje de Mack es más fácil porque ve, pero como reflexión y exposición está bien a pesar del esquematismo de la misma en cuanto a su estructura en sucesivas conversaciones. Si nos explicitaran a todos lo mismo y de la misma forma que al protagonista, el concepto de fe desaparecería y, en general, porque siempre hay de todo, adquiriríamos seguridad y ahuyentaríamos la incertidumbre, haciéndolo todo más fácil en teoría, pero también menos honesto y libre. Se pretende así explicar que la asunción y la fe, cuando es verdadera, es como si nos constataran o nos dieran esa verdad que consuela y repara, explicitado visualmente en la película. Que cuando tenemos o sentimos fe, entendemos y asumimos esa verdad en profundidad, y no me limito al aspecto religioso, ya que la fe se aplica a buena parte de los actos de la vida, que permiten avanzar y progresar. Es necesario por ello no ver. Por todo esto es importante el personaje de la madre (Radha Mitchell), su fe sin ver, que la llevará incluso a creer a Mack cuando le relate todo, su contraste con él.




El perdón al asesino de su hija utiliza otra imagen alegórica, el perdón a una mariquita que Mack encierra en su puño, dejándola vivir. Un perdón que no evita el dolor, ni lo pretende de inmediato.




El sueño en el que vuela y cae vuelve a ser obvio en su sentido alegórico.







Es una evolución hacia una paz secreta, íntima, que no necesita ser expuesta al resto. Puede resultar algo cursi en sus soluciones visuales, aunque está bien elaborada en su desarrollo, por ejemplo en ese simbólico jardín salvaje (identificado con Mack), en el que se quitan malas hierbas, se hace un agujero y se entierra el cadáver de la niña (en sorprendente buen estado, pero supondremos que es en cierto sentido alegórico) para ser regado con las lágrimas que recopilaron con anterioridad, en sucesivas escenas dentro de esa evolución a lo largo del metraje. La redención se confirma con sus presencias en misa, primero sin cantar, luego, al final, cantando con alegría (de nuevo recurso obvio), mientras ve a la Trinidad en las vidrieras.






La trinidad.

Tres personajes para la Trinidad divina. Dios padre, interpretado por Octavia Spencer, Jesucristo el hijo, encarnado por Avraham Avi Alush, y el Espíritu Santo, llamado Sarayu (Sumire). Con ellos tendrá profundas y largas charlas el bueno de Mack en búsqueda de una curación para el alma, más que para un consuelo, que vendrá sobrevenido.

Está muy bien elaborado y desarrollado, en cuanto a la exposición, los pasos en la cura del protagonista dentro de esas sucesivas conversaciones con cada personaje de la Trinidad y algún otro.

En un primer momento Mack hará reproches, expondrá sus quejas y recriminaciones, hablando de la pérdida de un hijo a quien sacrificó al suyo, que a su vez se sacrificó Él mismo… Se incidirá en la asunción de los defectos, sobre la dificultad de discernir entre el bien y el mal, el egocentrismo que subyace en postularnos, a veces inconscientemente, como jueces.

A estas reflexiones se añade otro personaje, "La Sabiduría” (Alice Braga), que situará a Mack en esa posición de juez contra aquellos que le han hecho daño, demostrándole la dificultad e imposibilidad de juzgar a quien amas. Y de limitar su libertad y libre albedrío. Al ofrecerse él mismo antes que condenar a cualquiera de sus hijos, entiende el sacrificio que hizo Dios entregando el suyo, que además era entregarse él mismo, como vemos en las yagas de su muñeca, coincidentes con las de Cristo. No se niega el mal, simplemente lo comprende.




Del rencor, del odio, del egoísmo y la estrechez del miras que provoca el dolor, que nos convierte en jueces, Mack va dando pasos en su camino hace el amor y el perdón, que son las columnas vertebrales que sustentan todo este entramado, palabras muy vapuleadas y utilizadas, casi como clichés, pero muy difíciles de asumir y aplicar en el día a día, de profundizar en su esencia. Es en este camino donde destaca la bella y emotiva escena entre padre (el padre maltratador al que el hijo mató)  e hijo, llena de amor y perdón, de rencor sepultado. Una toma de conciencia antes de dar él ese paso con el asesino de su hija. De juzgar a no hacerlo, de no hacerlo a perdonar, de perdonar a amar.





Y la ambigüedad.

Aunque parece claro hacia donde se inclina la balanza, se recurre a cierta ambigüedad que en el fondo da más sentido a la propuesta. ¿Convivió Mack con Dios o fue producto del accidente?







Una misteriosa carta entregada sin pisadas en la nieve que el protagonista explicaría diciendo que podía estar en el buzón días antes sin que se diera cuenta; un resbalón que termina en golpe en la cabeza, coartada para ir a un flashback y justificar ciertos elementos en ese inicio; “Papa” (es como llama a Dios la mujer de Mack y sus hijos) con el rostro de la vecina de Mack cuando era pequeño, insinuando un rostro amable y conocido como manifestación del subconsciente; la opción que “Papa” da a Mack de quedarse o seguir con su vida relacionada con su accidente y hospitalización, cuando se dice que nunca llegó a la cabaña, sino que el accidente que vemos dos veces, uno donde sale indemne al principio y le permite llegar a la cabaña, y otro al final, cuando le creemos de vuelta, donde sí colisiona con un camión, se relacionaría con su estado, al estar en la línea entre la vida y la muerte… Con estos aspectos se pretende la ambigüedad, no concretar si la experiencia de Mack fue real o no, mantener cierta distancia. Desde luego la película apuesta por la opción espiritual, aunque luego quiera mostrarse más objetiva, pero incluso desde esos parámetros su mensaje es igualmente potente, además, en ningún momento se explica quién entregó la carta (puede que llevara días allí, pero el hecho es que la carta y su contenido existen).

No hay escenas de impacto ni sorprendentes, ni siquiera su alegoría lo es, por lo que si no interesan estos debates y reflexiones, que plantean ideas de indiscutible hondura, aburrirá a muchos, como han expuesto algunos.






He destacado los elementos técnicos, su estupenda fotografía y música (se rescatan fragmentos de “El árbol de la vida” de Malick), aunque caigan en lo cursi en ocasiones, así como las correctas interpretaciones, pero me resultó curioso encontrar a Destin Cretton, director de la extraordinaria “Las vidas de Grace” (2013), entre los guionistas del film.





Una película que va contracorriente, que por muchos será entendida como pura autoayuda o en exceso devota, pero plantea reflexiones e ideas profundas, mucho más de lo que parece, aunque en su exposición y recursos resulte demasiado obvia y esquemática. Va más allá del mero consuelo religioso, hay introspección y reflexión, aunque podamos cuestionar su exposición. Ideas y reflexiones bien tratadas, necesarias incluso, que con sus defectos y sin ser una gran película, muy arriesgada, llegan a buen puerto.




2 comentarios:

  1. Me he quedado con ganas de verla. Pero una cosa te diré: me gusta mucho más lo que explicas y cómo lo explicas que la peli en sí. Siempre me pasa. Escuchar/leer tus reflexiones supone un placer muy particular.
    Muchas gracias.
    Bss

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    1. Bueno, al ver la película también son interesantes, no te creas jajaja.

      Me alegra que así te lo parezca, Reina! Besos!

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