miércoles, 1 de noviembre de 2017

Crítica A GHOST STORY (2017)

DAVID LOWERY











No entendía esos rasgos estilísticos que parecían marcar el tono y diferencia de esta estupenda cinta en su inicio. Planos largos, que está bien, pero extrañamente alargados, sin que pasase nada, insinuando que va a pasar, pero sin que pasara, varios segundos extra antes del corte, escenas cotidianas en silencio, inmóviles, alargadas, que llegan a su clímax con la secuencia de Rooney Mara comiendo tarta. Mara come tarta durante seis minutos en dos planos, uno mostrándola sola de pie y otro tras sentarse para seguir comiendo mientras la observa atento el fantasma. Sí, hasta los fundidos a negro son demasiado largos.





No entendía el planteamiento, y aunque no suelo juzgar hasta el final, me vinieron fugaces ideas de snobismo, de pretendida trascendencia a la que le sobran esos alardes estilísticos, me vinieron sutiles intenciones o creencias de que no habría por donde cogerla, sumando fallos y defectos… pero al llegar a mitad del film aquello cobró sentido.

No, no voy a recomendar esta película porque no es para todos los públicos ni para el público mayoritario que vaya a pasar un rato de evasión e intentar divertirse sin más, porque esta película es para esos, que son menos, que se divierten con otras propuestas, que son capaces de esperar cómo Mara se come su tarta o parte de ella durante esos seis minutos en busca de un sentido, con la esperanza de que lo tenga (lo que no evita que se crucifique si no lo tiene), ni tampoco voy a contradecir al que esto le parezca postureo pretencioso o un coñazo, porque también tendrán razón. Lo que voy a hacer es analizar el film con el detallismo acostumbrado y explicar esas decisiones que tanto extrañan, para que los que la gozaron puedan gozarla más (o no) y los curiosos o indignados que pretenden de alguna forma encontrar explicación puedan tener algo para, quizá, cambiar en cierta medida su opinión, o no. No la recomendaría y entendería toda crítica si buscas algo más convencional, lógicamente.

Partiendo del concepto clave de la metáfora que propone David Lowery, el fantasma como manifestación o personificación del recuerdo, descubrimos una coherencia poética y bella en su arriesgada propuesta que, por supuesto, podría haberse limitado o realizado de otra manera, pero que al que entra en ella, tiene paciencia o la entiende, acaba por convencer. No se trata de una cinta perfecta, pero sí de una buena película.

Lowery adquiere la mirada y el punto de vista del recuerdo, del propio fantasma, intentando profundizar en la esencia de los mismos. Es ahí donde cobra sentido la propuesta del director, esos largos planos que se matizan pasada la mitad de la película, con un montaje tan elíptico como poético, mucho más sincopado. Es en ese momento, cuando el montaje cambia, los planos ya no se alargan de aquella manera, cuando comprendí lo que pretendía Lowery.

¿Por qué los planos de la segunda parte del film se aceleran y saltan, las elipsis se hacen más prolongadas? ¿Por qué los del inicio son tan largos, tan eternos, mostrando escenas intrascendentes? Pues porque la tesis del film es nuestra necesidad de aprehender momentos, recuerdos, que son los que quedan, esas tonterías que definen la vida, por absurdos, intrascendentes o inservibles que sean.

Cuando vemos a Roonie Mara comer su tarta, vemos cómo el fantasma la observa en el segundo plano, con un tiempo que se hace eterno, pero que para el fantasma es su gozo, un deleite, lo que de verdad importa.

En cambio, cuando ella se vaya, el tiempo comenzará a marcharse a toda velocidad también. Saltaremos en elipsis cada vez más amplias, en tiempo que para el fantasma no cuenta, no sirve, no le importa, cayendo en la rabia con esos inquilinos latinos cuando se percata de ello, cuando sustituyen la presencia que le da sentido… El infinito, la eternidad, no sirven de nada al fantasma, para los que pasan, en un eterno retorno, sin enterarse, completamente intrascendente. Es ahí donde cobra sentido esa nota que lo hará desaparecer, su único objetivo (que llegará a tener en la mano y perderá), el único objetivo de un recuerdo, de lo que queda de vida: sentirse apreciado, ser recordado, es decir, vivo.






El fantasma podría pasarse la eternidad viendo a Mara comer su tarta, pero cuando no esté querrá y verá cómo esa eternidad se escapa en elipsis cada vez más marcadas. Por ello se retratan en tiempo real, literalmente, esos momentos intrascendentes que son esenciales, mientras que la eternidad que nos resulta vacua avanza en largos pasos elípticos. En ese contraste está la tesis del film. Es el tiempo, cuando el momento y el infinito se funden en uno, una reflexión sobre él bastante lucida.



Del plano secuencia a la elipsis eterna.

Para desarrollar esta idea, Lowery utiliza de manera especial una serie de recursos de estilo, pero hay uno que es clave, además de que parece un estudio sobre el mismo. Se trata de las elipsis.

Si en un principio el director prescinde de ellas, con esos mencionados planos secuencia larguísimos de extraño estiramiento, luego el tiempo tenderá a desvanecerse, a confundirse, mezclándose presente, pasado y futuro en la misma eternidad. El fantasma paciente, el fantasma que espera.





El plano secuencia muy estirado es la columna vertebral en el inicio del film, pero no significa que no se usen elipsis. Estas elipsis son curiosas, incluso invisibles, indefinidas, donde no se distingue si ha pasado el tiempo o no, o cuánto ha pasado. Incluso cuando ese tiempo que pasa se hace patente, se realizan las elipsis con recursos visuales atractivos y poéticos, como esa magnífica escena donde el fantasma ve salir a su mujer día a día de la casa a hacer su vida, con distintos atuendos… Ve el paso del tiempo plácidamente, a su ritmo, sin darse cuenta casi. O cuando el tiempo pasa sobre él sentado en el sillón con los efectos de luz, de más luminosidad a menos, pegando sobre la sábana. Se intenta aprehender el presente, eternizarlo, para que no se vaya… pero se va.










Así, hay escenas en las que se insinúa que el tiempo ha pasado, o quizá sólo el fantasma ha intervenido en la “realidad”. Observen la foto que mira el fantasma en el frigorífico. Es de la pareja. Acto seguido escucha que llega una vecina a la casa, entra, deja una tartaleta, pone un mensaje y se marcha. Lowery hará un plano general mientras esto sucede, donde podemos ver que la foto no está en el frigorífico. No es un fallo de raccord, es una sutileza que va indicando las claves del film. También veremos la luz apagada que se encendió poco antes de la entrada de la chica. ¿Ha pasado el tiempo ensimismado en esa observación? ¿Cogió la foto él (una lámpara se enciende a su espalda en ese momento, como aparente reacción a un estímulo, y no será la última)? Todo indica que más bien lo primero, que el tiempo pasó, una vez se comprende el sentido narrativo del film. Cuando Rooney Mara trae un ligue a su casa, provocará una airada reacción en el fantasma, que parece manifestarse en un tiempo futuro, tirando libros de una estantería, no en el momento concreto. Libros de Nietzsche, Hemingway o Virginia Woolf, con su obra “A haunted house”, una historia de fantasmas que se relaciona con la cinta, de la que veremos varios extractos que se añaden al que abre la película.





Una vez Mara abandone la casa, en un desgarrador momento donde se transmite el pesar de la nostalgia de ella, que pretende recuperar y reiniciar su vida, y el dolor tremebundo del recuerdo que queda atrás, solo, ese recuerdo personificado, todo cambiará y las elipsis se harán más evidentes y amplias. Una ruptura enfatizada por el director con esa escena musical enmarcada en un flashback de ida y vuelta, el largo plano sobre el rostro de ella en el coche marchándose y el travelling de retroceso sobre el fantasma mirando al horizonte en soledad en una casa desierta en la que sólo quedará un piano, ese piano que ya estaba antes de que llegaran, que se propusieron llevárselo y que se quedará allí con él…




Ese desgarro conmueve especialmente con las apariciones de la otra fantasmita que espera paciente que alguien regrese a su casa, esperando indeterminada e indefinidamente. Su “no me acuerdo”, referido a quién espera, es tremendo…




Esas elipsis encadenan lapsos amplios de tiempo, donde la en apariencia reciente marcha de Mara casi se funde con la llegada de la nueva familia inquilina, interrumpiendo la eternidad del fantasma intentando recuperar la nota oculta (una idea bella); pasando sin corte a una casa ya decorada y acogedora; a la Navidad… Pasado, presente y futuro confundiéndose en lapsos temporales variables… Es esto lo que produce la impotencia y frustración en el fantasma, en el recuerdo, que teme ser olvidado, dando rienda suelta al estereotipo más común, los poltergeist, los sustos a los niños… hasta la obsesión (en ese cíclico intento por recuperar la nota oculta en la pared).







Y las elipsis siguen, con la familia latina marchándose tras la airada reacción del fantasma, con la llegada de los nuevos inquilinos y su fiesta, con el posterior abandono dejando una casa cochambrosa… Su derrumbe (que me dio un buen susto, debo reconocer), y el de todo recuerdo; el futuro avanzando a pasos cada vez más acelerados, elíptico, hacia la hipermodernidad… y el tiempo elíptico plegándose sobre sí mismo para reiniciar el periplo vital, pasando de la hipermodernidad al primitivismo de los pioneros, a los primeros pasos de aquella que acabaría por ser propiedad del fantasma, recuerdo del recuerdo… Tiempo acelerándose hasta repetirse, volviendo a donde estuvimos, recreando el pasado desde otro punto de vista, con ese fantasma viéndose a sí mismo para comprender mejor el contexto, observando aquella llegada a esa casa junto a su pareja, las minimalistas e infinitas esperanzas truncadas, casi olvidadas, el apego al pasado y el camino hacia el dolor. Observen cómo al volver a ver las escenas desde otro punto de vista, los tiempos no se corresponden, las escenas y los gestos no duran lo mismo.










¿Qué pone, por tanto, en la nota que oculta Mara y que obsesiona al fantasma? Su contenido concreto no es importante, pero queda claro que se refiere a un adiós, a la confirmación del no regreso o a las dos cosas juntas. Es una nota que hace perder todo sentido y contenido al fantasma, al recuerdo. Lo sabemos porque la otra fantasma desaparece cuando asume que nadie volverá a aquella casa, que es lo mismo que afirma esa nota, último apego y esperanza de nuestro fantasma, que al leerla deja de ser un recuerdo… Notas de sentimientos que tienen el eco con esa niña pionera que también las dejaba bajo una roca siglos antes. Él es esa nota, y una vez descubierta, como único eco que lo ancla a la eternidad, desaparecerá. Como él se convirtió en fantasma por el amor de su pareja, de pie ante su cadáver.

¿Es necesario el pasado, recordarlo, apegarnos a él? ¿Es mejor dejarlo atrás cuanto antes? ¿Para qué sirve finalmente? ¿Un consuelo o aprendizaje momentáneo, breve? ¿Un elemento esencial para mejorar, corregir y poder vivir?

Un fantasma como metáfora del recuerdo, recuerdos que pujan por sobrevivir, en una reinterpretación de la casa encantada, de la obra de Virginia Woolf ya mencionada, “A haunted house”, con un fantasma condenado como Sísifo a repetir el eterno retorno nietzscheano (obligado a regresar y leer la nota), referencia que tenemos en un libro, como también mencioné. Un fantasma convertido en reflejo, ese reflejo que extraña pero no nos recuerda a nada… que nos permite ver su punto de vista tras vagar por el tiempo.





Lowery utiliza el plano secuencia de una manera muy particular, alterando los códigos del suspense, con angulaciones o distancias muy medidas y sobrias. Es un sentido sutilmente enfático, que logra su efecto al estirar unos segundos lo que suele ser habitual en los planos, alargándolos cada vez más en el primer tercio del film. El plano fijo, la panorámica y el travelling sutil, el encuadre vacío y el desenfocado como rasgos de estilo.





Todo esto lo logra Lowery con una sobriedad y rasgos estilísticos muy sencillos y claros. Observen las panorámicas y los encuadres sostenidos en el inicio del film, qué tipo de movimientos, cómo se ejecutan. Un ejercicio de estilo que de alguna forma está ligado a esa idea de recuerdo, de fantasmas. Fíjense en ese plano exterior de la casa, con la cámara mirando al cielo, tras un encadenado de otro plano del universo, y la panorámica vertical brusca que hace al sonido del portazo que se da, panorámica de arriba abajo, como si el dueño del punto de vista estuviera distraído y centrara su mirada al oír la puerta. Ahí comienza un extraño y largo plano sin corte, con Roonie Mara arrastrando un mueble, pero la clave no está en lo que hace Mara, sino en los segundos que transcurren cuando vuelve a meterse dentro de la casa y Lowery no corta, se queda allí ensimismado, esperando, mirando a la casa, en ese entorno vacío al que va, poco a poco, dotando de contenido, de sentimientos, de vida.





O esa otra panorámica en el accidente, que tras un largo plano frontal de la casa, como si aquella presencia que vimos cuando Mara arrastraba el mueble no se hubiera movido, gira lentamente y encuadra con total naturalidad y neutralidad, en oriental discreción, las consecuencias del accidente de coche. ¿Y qué me dicen de la suave panorámica sobre la caricia de consuelo que el fantasma da a su pareja? Es el estilo acomodándose, fundiéndose con el punto de vista del fantasma, del recuerdo, literalmente.




Esa distancia, junto al plano fijo, es otra de las señas de identidad de la película, como comprobamos en el hospital, con esa cámara alejada de Mara ante el cadáver de su pareja, donde Lowery vuelve a alargar el plano hasta la extenuación, pero esta vez sí que habrá un impacto, la resurrección, creando una incertidumbre, desconcierto e imprevisibilidad en el espectador indudable.



En esa misma línea tenemos los planos fijos, como ese picado en la cama sobre la pareja tras haber recibido un susto. Al quedarse con ellos en la cama alargando exageradamente el plano, subvierte el tópico, jugando con el espectador que espera otro ruido, otro susto, algo que altere el momento, un impacto… pero no sucede, resultando un pedazo de vida dulce y natural, con esos tiernos besos que amagan con sexo… que tampoco se produce, hasta que quedan dormidos. Y esa atmósfera la logra porque antes de eso, la escena comienza con un plano sobre un lugar vacío, como si intuyera una presencia, en el oscuro pasillo, y porque escuchamos un ruido, nos levantamos con ellos y atravesamos con sinuosos travellings el lóbrego corredor, siguiéndolos hasta perderlos de vista para recuperarlos en un encuadre enmarcado por la puerta sobre la espalda de ella con él desenfocado al fondo…




Porque el desenfocado es otro recurso muy utilizado por el director, generando una atmósfera especial, remedando esa difusa memoria de fantasma. Una atmósfera a la que ayudan los efectos de sonido, sonidos en off y la estupenda música.




Los encuadres vacíos, muchos a lo largo del film, son otra característica indispensable en la película, entornos a los que se dota de vida aunque no aparezca nadie, a los que la presencia del fantasma da enjundia y entidad.

Y es que en una película tan visual, no hacen falta verbalizaciones. Por eso resulta algo extraño ese discurso de un personaje en la fiesta que organizan en la casa que fue de la pareja otros inquilinos. Parece una concesión al público menos predispuesto a una película así, lo que chirría, porque parece que se titubea en la radical concepción. Beethoven, el tiempo, Dios, la eternidad e inmensidad, el presente y su aprovechamiento, el fatalismo, la vida y la muerte, trascender y el inevitable olvido final, resignarse… la falta de sentido de todo…

Por el contrario, ese planteamiento, en la primera escena, donde también hay un pequeño discurso y reflexión, sí funciona o no molesta, ya que sirve como presentación, como las ideas a desarrollar, como cierto cebo que irá cobrando sentido. Recuerdos, mención a casas encantadas, fantasmas, a Virginia Woolf y “A Haunted House”… incluso esos planos del espacio, que tendrán su eco con el mencionado discurso del hombre de la fiesta.




Se retrata una relación que parece de profunda intimidad y también con algo de distanciamiento, la frialdad de la rutina, de lo dado por sentado, con cierta incomunicación, donde ella quiere mudarse y él no, porque se aferra a esa casa, a los recuerdos, como marcará después de la muerte, renunciando a la luz que se abre para acudir raudo a su lugar, a su casa, junto a su mujer.


La película tiene algo de Bergman en ese estilo pausado y esa extrañeza simbólica y poética de sus imágenes, pero también a Bresson, con ese uso de los entornos vacíos y su manera de dotarlos de vida, de contexto. Se ha citado a Malick, que si bien en un principio parece una influencia superficial, finalmente sí cobra sentido.




Los dos protagonistas, Rooney Mara y Casey Affleck, que ya coincidieron con el director en “En un lugar sin ley” (2013), cumplen sin complicaciones. El gran mérito está en que se logra desentrañar las emociones del enmascarado fantasma con los sucesos que acontecen.

Sorprende que con un recurso de planteamiento que es casi humorístico, ese fantasma con sábana y agujeros para los ojos, que parece remitir a la iconografía infantil, clásica, se sostenga en pie con rigor sin resultar ridículo, que funcione bien y mantenga el tono con naturalidad. Elegante, sobria y muy visual en ese formato 1.33:1 con bordes redondeados, preciosa fotografía y una excelente música de Daniel Hart.


No se me ocurriría oponer nada a quien la película, sobre todo en ciertos momentos, le espante en su arriesgada propuesta, porque, como digo, no es para todos, como de hecho es evidente que se podían recortar ciertos momentos. Tampoco se me ocurriría recomendarla a cualquiera.

Una obra casi muda que transmite una gran amalgama de sensaciones y reflexiones casi sin rostro, convirtiendo al espectador en ese fantasma que ve la vida pasar para su impotencia sin poder intervenir ya, viendo como se escabullen los momentos sin poder aprehenderlos en las manos. Una película que abominará o que gustará mucho, por lo que no será raro que termine siendo una cinta de culto.




4 comentarios:

  1. Hace días q te quería preguntar, porque me llegaba el vídeo de la promo que he visto varias veces. Por tu análisis parece q me hayas visto!! Primero m pareció un poco ridícula (un fantasma ‘vestido’ d fantasma) y algo pretenciosa. Pero a medida q la volví a ver me iba ganando la historia, la poética . Esa ‘mirada’ continua, esa añoranza, el tiempo subvertido (la trama se puede entender perfectamente en la promo) del q vive en la eternidad.
    Me encanta tu análisis!! (Por cierto, en la promo tb pegué un respingo en el plano en el q se cargan el ventanal).
    Veré esta peli, no te quepa duda. Creo q me encantará, y más habiéndote leído, como suele pasar, ya que das profundidad a los detalles que igual sola se me escapaban.
    Muchas gracias por tu trabajo. He disfrutado mucho leyéndote.
    Bss

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    1. Pues es un placer que así sea. Es difícil recomendar películas como estas, tan arriesgadas y distintas, a la que saldrán tantos "haters", pero si te olvidas de todo lo cierto es que se disfruta a muchos niveles.

      Besos.

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  2. Impresionante... muy emotiva, triste y atemorizante. Nos hace percatar del paso del tiempo y del dolor de alejarnos de un ser amado... pero no porque el mismo se haya ido, sino porque uno mismo se murió. Es el dolor ante la perdida, el miedo a ser olvidado y a perder esos recuerdos que nos aferraban a la vida. No molestan en absoluto "los tiempos muertos". Están desarrollados con total genialidad y sutileza. Me encantó... del principio gasta el final. El tema de la pequeña nota me inquietó, pero con tus comentarios me aclaraste todo. Entendí el significado de "esa pequeña nota" que trasciende en el tiempo y lo representa literalmente... Te felicito por tus apreciaciones. Abrazo cálido.

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    1. Me alegra mucho que compartas el gusto por este título tan especial y que te hayan complacido los análisis. Es exactamente todo lo que comentas. Un abrazo de vuelta.

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