miércoles, 25 de enero de 2017

Crítica ANIMALES NOCTURNOS (2016) -Última Parte-

TOM FORD










Además, el gran triunfo de Ford está en la atmósfera que logra, con una capacidad de sugerencia, de amenaza, de perturbación y extrañeza muy brillante, con un tempo y una cadencia narrativa muy medida que potencia todas esas virtudes. Ese reflejo en la puerta metalizada en la brumosa noche, ese coche que parece espiar, el amanecer, la herida en el dedo con la hoja de la nota, la llegada del libro... Son buenos ejemplos en los primeros minutos de metraje.





Hay muchos amaneceres en el film, como transiciones naturales que muestran el transcurrir del tiempo en forma de puntuación narrativa.








Es en la parte de ficción, la que seguiría la novela, la de thriller, donde Ford puede explotar más esas “virtudes atmosféricas”, y eso a pesar de que seguramente es la menos conseguida, al menos según avanza la historia.

Desde luego la primera secuencia, la de la persecución con los coches, el abuso, el robo, el secuestro en la noche en una carretera solitaria, es magnífica. Una escena muy bien rodada, muy bien montada, donde sabemos dónde está cada coche en todo momento, y se mantiene la continuidad a la perfección, con un gran suspense. Logra una intensa impotencia, lo que parece provocado por una niñería, lo que puede alimentar el sentimiento de culpa, cuando no hay justificación alguna a lo que ocurre. Edward (Jake Gyllenhaal), su mujer y su hija acosados por una pandilla y parados en plena carretera desierta en la noche…





Aunque a veces no reaccionen con la lógica que esperaríamos, es coherente con los nervios y tensión que viven, porque además poco pueden hacer en su situación, con el coche pinchado y sin salida ni ayuda.





Aquí Ford usa a la perfección la iluminación, esos faros de los coches iluminando esa tenebrosa carretera, el sonido, que se apaga en el momento que Edward ve irse a su familia en el coche con los macarras, ese silencio fantasmagórico y terrorífico…



Usa además ocasionalmente montajes entrecortados, cortes en un mismo movimiento, en homenaje a la Nouvelle Vague, por ejemplo al inicio del film.

En los diálogos, que son muy eficaces y dejan varias buenas conversaciones, Ford es muy escrupuloso y riguroso con la planificación, demostrando una seguridad absoluta en lo que cuenta, con los planos y contraplanos sucediéndose con precisión y de forma estricta, sin recurrir a esteticismos, jugando con la profundidad y los encuadres a distintas distancias según lo requiera la conversación, yendo al plano general con coherencia.

Un ejemplo: la conversación en el flashback que nos lleva al día que parece iniciaron su relación, un encuentro fortuito, una cena, rememorando detalles de su infancia, la amistad de Edward con el hermano gay de Susan (Amy Adams), el mutuo enamoramiento cuando eran niños, los padres reaccionarios y republicanos (por supuesto, no puede faltar) de ella, diversas intimidades, la sutil propuesta de sexo… Todo en estricto plano y contraplano.

De igual forma retrata la conversación madre-hija, muy interesante también, hablando de la frágil o sensible personalidad de Edward, ese romántico, como argumento a la oposición materna a ese matrimonio. No lo cree capaz de satisfacer la ambiciones de su hija, que se postula como romántica, demostrándose que su madre la conocía mejor que se conoce a sí misma cuando en el futuro le dé la razón, casándose con un millonario y abandonado al joven escritor. Cree o quiere ser lo que no es. Luego, con el millonario, quedará aún más insatisfecha.





Ocurre lo mismo con la confidente del trabajo, con un Ford muy preciso en su planificación plano-contraplano, abriendo el cuadro cuando es menester.



Su dirección es sobria y depurada, su esteticismo está en la iluminación y puesta en escena, en el montaje y los decorados, pero coloca la cámara con precisión, recurriendo a las angulaciones marcadas muy ocasionalmente, como en ese picado sobre Amy Adams al comprender la infidelidad de su marido.


Ciertos elementos simbólicos ayudan también en esa atmósfera, por ejemplo en la galería de arte, con esa vaca asaetada, ese mensaje de “Venganza” o esa visión en el móvil de su compañera. También en ese cuadro que parece un fotograma real, expectante, donde un hombre encañona a otro que mira a cámara, en apariencia indiferente o, quizá, sonriente. Una cuadro inquietante, que relaciona su emoción a Susan.



La parte de thriller consigue la mencionada sensación de amenaza en todo momento, aunque su trama sea poco atractiva y sorpresiva, especialmente en la parte final. Investigación y paso del tiempo con un policía interpretado magníficamente por Michael Shannon, que es el más inquietante de todo el reparto, hasta dar cierto mal rollo, pero que se desvivirá para que Tony vea cumplida su venganza y se haga justicia. Detendrá a Lou, uno de los cómplices, el que echó a Tony del coche en el desierto (el otro murió en un tiroteo escapando), y propondrá la solución drástica ante la apatía de la justicia.


Sumidos en la completa ilegalidad se dispondrán a ajusticiar a los dos asesinos que siguen libres por cuenta propia, lo que expondrá el carácter de Tony y escenificará el ejercicio de expiación que es la novela, cuando no se atreva a disparar y tenga que ser Bobby el que maté a Lou (Karl Glusman), y cuando en el cara a cara entre Tony y Ray éste le mencione su debilidad, esa palabra maldita, para acometer ese propósito, matarle.



Frustración, dolor, rabia por la consciencia de esa realidad, por si pudo hacer algo por evitar aquello, culparse por la culpa de otros. Ese será el caldo de cultivo del clímax, que llevará a Tony a matar a Ray, pero en su duda recibir un golpe que lo dejará agonizante.




Y esa muerte simbólica, explicada anteriormente, es una pista para la venganza final, en plato frío, que tendrá Edaward para su mujer al no acudir a la anunciada cita. Veremos la ilusión de Susan, dispuesta a otro engaño, creyendo una posible redención, pero aquel Edward ya no es el mismo. Susan queda condenada en vida, a su vida.




Es aquí donde la tesis del film explicada al inicio se define, una catarsis literaria que es como un disparo a quemarropa a su pasado.





Es cierto que hay aspectos tratados con excesiva superficialidad y que muchos personajes apenas están esbozados, son meramente circunstanciales, como ese marido que interpreta Armie Hammer o la madre de Susan. Incluso al policía, magníficamente interpretado por Michael Shannon, siempre inquietante, y al psicópata que encarna Aaron Taylor-Johnson les falta algo de peso. Taylor-Johnson ha sido elogiado por su interpretación de Ray Marcus, que le ha valido el Globo de Oro a mejor actor de reparto, pero se antoja algo sobrevalorada. Brillante Amy Adams, llena de sensualidad.




Del mismo modo, hay aspectos algo forzados o retorcidos, como esa aparición de Edward ante el coche de la infiel pareja cuando salen de la clínica abortiva…

Una buena película, depurada, que plantea interesantes reflexiones sobre el conocimiento del yo, la dificultad para entendernos, para comprendernos nosotros mismos, y la creación artística para lograrlo. Sobre el dolor y el daño que nos hacemos, sobre la crueldad. Sobre el remordimiento y el sentimiento de culpa. Sobre la necesidad de expiar y expulsar nuestros demonios. Un juego metalingüístico que en ocasiones puede parecer vacío, pero finalmente resulta satisfactorio. Poseedora de un esteticismo que en ocasiones asfixia la propuesta, que tiene aspectos superficiales o poco elaborados.

Atmósferas a lo Lynch mezcladas con ideas de melodrama clásico, Sirk, quizá, para esta adaptación de la novela de Austin Wright.


Cuando amas a alguien intentas que funcione, no lo desprecias. Lo cuidas, porque es posible que no lo vuelvas a tener”.





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