domingo, 4 de marzo de 2018

Crítica BLADE RUNNER 2049 (2017) -Parte 1/2-

DENIS VILLENEUVE











Deckard NO es un replicante. ¡Que Deckard NO es un replicante! Y, señor Scott, por mucho que insista con revisiones, nuevas versiones, secuelas, precuelas, series, cortos y cintas de animación, seguirá sin serlo, lo único que logrará será redundar en su calamitoso error y enfatizar una decisión ridícula. Jamás superará a la versión original, cortada por los productores, de 1982.

Porque nos estaban dando caza”. “Nunca se le ha ocurrido que fue por eso por lo que recurrieron a usted. Diseñado únicamente para que se enamorara de ella nada más verla. Todo en aras de la creación de ese único espécimen perfecto. Eso, si es que fue usted diseñado. ¿Amor o precisión matemática?

Blade Runner 2049” pretende ser un digno replicante, pero se queda en holograma. No diré que Blade Runner 2049” es una infamia como secuela porque la propia idea de secuela lo era. Como película es simplemente aceptable… ¡Qué lejos!




"Blade Runner 2049" es correcta, y ya. Cumple visualmente, pero queda lejísimos de la original en casi todo. Carece de simbolismo e integración de forma y fondo en casi todos los detalles y aspectos. Ha cogido sólo la carcasa. Lo que demostraremos y explicaremos, evidentemente.

Es carcasa, bonita, brillante, si se quiere, pero no pasa de ahí. Lo que en la original tenía sentido, subtexto, simbolismo, filosofía, aquí es mero remedo.

El aspecto estético y técnico es excelente, pero ¿alguien esperaba otra cosa? Sería el colmo que no fuera así si acometes una secuela de un clásico. El tema es que es lo menos valorable e importante, porque se cuenta con muchos más medios que en 1982 y el referente, eterno y mítico, así como las infinitas obras basadas en ese referente para guiarte… Meter la pata en eso sería imperdonable, sencillamente.

Por lo demás, no se me ocurre un director más adecuado que Denis Villeneuve para acometer un proyecto análogo a "Blade Runner", porque yo mismo lo postulé como heredero de Scott. Tiene la potencia estética y el pulso narrativo adecuado para este tipo de proyectos. Un ritmo pausado y denso, profundamente atmosférico, que es una gozada para los sentidos. Aquí, tras la notable experiencia con “La llegada” (2016) del año pasado, de buena prueba de esta afirmación.

Hay buenos detalles, como algún bello encadenado que nos lleva del fuego en el que agoniza un herido K a la lluvia de la ciudad. Los planos de cristales con lluvia ante K o la jefa de éste, encarnada por Robin Wright, tienen poco sentido metafórico. Una Wright con un papel meramente funcional, de las pocas humanas que vemos, si bien por su comportamiento es indistinguible… salvo porque le insinúa a K que le apetece acostarse con él.





Aquí se apuesta por el thriller, porque ya no es una cinta Noir, en esa expansión del universo y la mitología pretendido. Es cierto que hay una trama retorcida, con dos seres en apariencia iguales, un niño y una niña que habrían nacido de replicante, una trama para encubrir el paradero del crío, un padre que lo abandona para protegerlo y demás, pero decididamente se aleja de la esencia de Cine Negro que tenía la película del 82. Tiene una buena atmósfera, aunque no envuelva como la original. Quizá en ello tenga que ver que el trabajo con los efectos de sonido está muy lejos del que se hizo en la original, y por la estridente, efectista y disonante banda sonora de Zimmer, que es evidente homenajea a la de Vangelis, pero a la que separa un abismo, porque el gran éxito de la mítica banda sonora del 82 es que además de esa atmósfera creada con sonidos y demás, tenía unas melodías sublimes que se hicieron eternas… que aquí no existen. Mero remedo.

Se prescinde de voz over, como en las retocadas versiones de Scott, pero sí se usa para enfatizar alguna frase a modo de recordatorio, como también se hacía en la original.

Movimientos de cámara muy cuidados y medidos, una cadencia precisa (esas cámaras que entran en estancias son muy del gusto del director), las justas palabras, la ambientación musical… marca el tono desde el mismo inicio. Un estilo que entronca muy bien con el de la original, aunque posee ciertas particularidades, como esos repentinos planos cortos, a veces no tan repentinos, desde el general, aunque no se abusa de ellos. Además, se enfatizan en exceso momentos que son previsibles o quedan claros tiempo antes, producto de ese tempo pausado a veces no calculado.

Aunque hay algo más de pirotecnia, en absoluto es excesiva, coherente con ese mundo expansivo que se pretende y muy medida y distribuida por el metraje (el tiroteo al coche de K). El clímax es potente con la pelea definitiva en un lugar simbólico como es esa especie de orilla…





Y es una lástima, porque la idea tiene su interés, daba al menos para un entretenimiento aceptable e incluye elementos en la mitología para su expansión, algunos algo burdos como lo del apagón para poder justificar casi cualquier cosa. Los hechos se dividirán entre preapagón o postapagón. Un apagón que borró grandes cantidades que información (fotos, archivos, registros bancarios…), por lo que sólo el papel, lo físico, sobrevivió.

“… porque nunca han visto un milagro”. El parto en una replicante. El nacimiento.

Sobre la coherencia de los hechos y las comparativas entre replicantes, mejor no quebrarse mucho el coco. Nos queda claro que Rachel fue uno de los últimos modelos antes de la prohibición de replicantes.

Qué bonito todo, pero

La alabada estética, por mí mismo incluso, se descubre vacua.

Son magníficos los grises iniciales, así como los parajes desérticos que vemos al inicio, que contrastarían con el comienzo de la película original, puramente urbanos. Ese árbol seco en medio de la niebla, de influencia taskovskiana… A Villeneuve le gustan los grises, es mucho más de nublado que de oscuridad.






En la Corporación Wallace nos inundarán los amarillos, colores cálidos, llenos de reflejos acuosos, que remiten también a la cinta original, con música de ambientación entre tensa y relajante… Esos amarillos, que destacan en algunos de los escenarios, como la casa del primer replicante, Sapper, o la citada Corporación Wallace.



Luv aparece como una silueta, como el ser artificial y despiadado que es. También K, cuando entiende que no es él el niño especial, pero es un recurso simbólico ocasional, concreto.



Esa ciudad naranja, que de alguna forma encaja a la perfección en el universo “Blade Runner”, donde K va a buscar a Deckard. Colores que lo invaden todo.




Los decorados de un mundo derruido, remiten en cierta medida al edificio Bradbury del clímax de la original. Por ejemplo donde el esclavista de niños tiene su negocio…









Y en todo este esfuerzo no se aprecia la frialdad, ni la incomodidad de ese mundo… ni tampoco la calidez, si la hubiera… “Blade Runner” (Ridley Scott, 1982), era profundamente física, real, un particular universo que entroncaba directamente con el nuestro, donde la lluvia nos calaba, la urbe atestada nos asfixiaba e incomodaba, nos saturaba y pegaba, y la llegada a casa se sentía plácida y acogedora. Esto no se logra transmitir nunca, apostando más por esa aspiración intangible, fugaz y efímera. Es una gran estética, pero menos física y real.

La iluminación, excepcional fotografía, también acentúa la potencia estética del film, con detalles como en la escena de Niander Wallace y Deckard, su conversación entre acuosos amarillos que deja intermitentemente en sombras los rostros.







Animales. También hay muchos animales e insectos, como en la original. El caballo (del unicornio al caballo), abejas, gusanos, el perro de Deckard. Esas tallas de madera recreando rinocerontes, elefantes, perros, leones… animales varios, en el hotel de Deckard. Porque de repente se ha hecho tallista…





Muy bonito todo, ¿verdad?

Bien, todo esto ya estaba en 1982, con los medios de cada época, en una estética revolucionaria, pionera, influyente, que esta no va a ser, entre otras cosas porque tiene la servidumbre de seguir al referente, pero sí podría mantener la riqueza, cosa que no hace.

La estética negra de “Blade Runner” (1982) tenía un sentido profundo en los conceptos y estereotipos de la trama y los personajes, no era una pura exhibición estética. El detective, la mujer fatal, la investigación, los claroscuros…

Cuando vemos los vestuarios y la arquitectura, además de fascinarnos como aquí por su estética, nos remite a referentes. Esos elementos entroncan con la estética nazi, con la filosofía de Nietzsche, como la propia trama desarrolla. Aquí lo único que tenemos son unos prototipos de replicantes, como si fueran “Davides” de Miguel Ángel, en la Wallace Corporation ¿Dónde está aquí eso, esa integración?

Cuando vemos al villano, perfecto, rubio, volvemos a la idea del ser perfecto, ario, que vuelve a entroncar con una concepción filosófica en desarrollo. Cuando vemos el traje de Rachel, como si fuera una secretaria de las SS, volvemos a lo mismo. Cuando vemos un búho vinculado a Tyrell en su compañía, adquiere nuevas concepciones, ya que el animal es símbolo de sabiduría, no un mero elemento narrativo.



Cuando Roy Batty acude a ver a Tyrell, ya nos ha quedado claro que es un hijo pródigo, un ángel caído que regresa a ver a su padre, el dios creador, y de nuevo en relación a Nietzsche, todos los elementos se integran. El ser perfecto que sube al cielo, en ascensor, donde le espera Tyrell, el dios, para matarle. La muerte de dios, como en Nietzsche. ¿Dónde demonios está algo parecido aquí? Y mejor lo dejamos para no hacer más sangre.


¿Entienden la diferencia entre lo que es una obra maestra de otra que es pura carcasa al pretender imitar?




Y no significa que no tenga virtudes, las tiene, y reflexiones, que también, pero su calado es muy relativo, su originalidad en el tratamiento mínima y lo que funciona ya está en la original…

Eso es lo que hacía que el universo de "Blade Runner" fuera mucho más que una estética fascinante. Esa estética fascinante aquí lo es porque lo era la de la original, pero no tienen nada más.

Limitaciones filosóficas.

Esta innecesaria secuela ha quedado huérfana de filosofía y profundidad, los conceptos que se desarrollaban en la original aquí no aparecen, y los que aparecen se insinúan torpes, titubeantes, vacuos, mucho mejor tratados en multitud de películas. “Her” (Spike Jonze, 2013), “Inteligencia artificial” (Steven Spielberg, 2001), el anime “Ghost in the Shell” (Mamoru Oshii, 1995)… El “Yo, robot” de Isaac Asimov

La perfecta integración de fondo y forma, de los vestuarios, la iluminación y los decorados con la filosofía nietzscheana, por ejemplo, aquí queda reducido a la insoportable, pedante e ininteligible verborrea del personaje que interpreta Jared Leto, que más parece una digievolución de Valdano.

Por cierto, ¿por qué demonios mata Wallace (Jared Leto) a las criaturas que crea? ¿No tiene ya suficiente el pobre con recitar esos diálogos que recita como para tener que hacer esas chorradas? Que no salga lo que él busca, que sea incapaz de crear replicantes (resulta que Tyrell sí era capaz y eso) que puedan reproducirse, no me sirve de justificación, y más con lo que debe costar cada criaturita… En fin.




Su universo expansivo, con esas tramas absurdas e innecesarias, como la revolución de replicantes, en ocasiones resulta tan forzado como ridículo, sobre todo cuando escuchamos algunas de sus ideas.

¿Por qué demonios tienen que matar a Deckard? Se insinúa que por precaución, pero es completamente absurdo e innecesario.

Se explicita que el parto, la procreación, es lo que dota de humanidad, de conciencia y de libertad… lo que es completamente absurdo de nuevo. ¿Las personas estériles merecen ser esclavas y son menos personas o cómo es esto?

¿Para qué se tiene que esperar a la hija de Deckard para acometer la revolución? ¿Por qué no la han empezado ya? Sobre todo con una chica muy alejada de todo el lío que este grupo rebelde tiene montado, sin adiestramiento ni preparación…

Pero además, ¿no demostró Roy Batty todo lo que había que demostrar sobre todos estos aspectos, sobre la humanidad y sus valores aunque ni siquiera seas humano?




Si un bebé puede provenir de uno de nosotros, somos nuestros propios amos”.







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