miércoles, 22 de julio de 2015

Crítica: LA RUTA DEL TABACO (1941) -Última Parte-

JOHN FORD











La mirada de Ford a la mujer siempre es positiva, la admira, para él es el pilar básico y central de la familia, institución vertebral y esencial de la sociedad. Esto puede llevar a comentarios que lo vean como conservador, cosa que es cierta y en ningún momento oculta, pero la mujer de Ford es honesta, dura, valiente y defensora a ultranza de la individualidad y la propia familia. Se contrapone con la del otro gran clásico, Howard Hawks, mucho más independiente. La mujer fordiana aceptará los envites del destino y se mantendrá siempre fiel al héroe, en segundo plano a menudo, pero imprescindible para éste. La conversación, breve, entre madre e hija, Ada y Ellie May, es buen ejemplo del sentir del director y el carácter de sus mujeres. Casi sin palabras dicen todo lo que tienen que decir, muestran preocupación, amor, cariño y entrega. La solitaria Ellie May lo estará un poco menos con el rudo Bensey y la madre se tranquilizará al verla contenta.


-Ada: Ellie May, ¿tú quieres ir?

-Ellie May: Sí, mamá.

Dicho esto hay que comentar que la jovencita Gene Tierney peca un poco de afectación en su interpretación, un vicio que mantuvo en muchas películas, aunque sus miradas al horizonte en plan trascendente de tantos títulos no siempre serían achacables a ella.






Cambiando el tono.


Los últimos minutos de la cinta tienen un marcado cambio de tono, más dramático, melancólico, triste... y aumentan de alguna forma el protagonismo de Ada, el personaje más digno y sensato de la obra. El simbolismo y el lirismo de Ford se subliman y toman el protagonismo de la puesta en escena. Así, la negativa de Jeeter a ir a trabajar a las fábricas, sentado en el buen coche del banquero que viene a saldar la deuda, símbolo del progreso, la riqueza, el futuro, deja al desnudo todas las contradicciones del personaje, del magnífico personaje. Un hombre que se ve con el agua al cuello pero se niega a trabajar, adaptado a un modo de vida cómodo para él, a pesar de que no puede ser más incómodo, precisamente, y precario. Negándose al progreso, a lo nuevo, a una posible esperanza que le dé una salida no ya sólo a él sino a su mujer. Es un hombre veterano, pero su excusa para no ir es simple y llanamente que no está dispuesto al trabajo y la obligación. Encuentra una falsa coartada, para convencerse a sí mismo, en su vínculo con lo tradicional, con la tierra, ajeno a la ciudad y el progreso, una tierra que no ha mirado en siete años.




Ada, por su parte, no está de acuerdo con la postura de su marido, pero lo acompañará, como mujer fordiana que es, por fidelidad y lealtad, porque cree que es su deber estar con él, aunque ella sí estaba más que dispuesta a trabajar en las fábricas y supone un varapalo tremendo tener que ir a un lugar de acogida.



El otoño, las hojas caídas y cayendo, el crepúsculo, una auténtica maravilla lírica en planos generales del maestro Ford marca el tono de estos minutos finales, de la realidad de los Lester y su obligación de ir a una “granja para pobres”. Del mismo modo encuadrará en pequeñas estampas la granja de la familia, del lugar solitario una vez abandonado, con objetos carentes de sentido, de contenido, perdida toda su utilidad, algo que siempre me hace mencionar a Robert Bresson, que tendría ese rasgo estilístico como uno de los más significativos en su cine, posterior al del maestro Ford. Estampas tremendamente emotivas. En esos objetos, en esas estampas, está el legado, el sentimiento y esencia de esa familia, un legado olvidado y abandonado desde ese momento, que queda atrás. Objetos que un día…vivieron. El arado que descansa desde hace siete años, la goma que Jeeter infla…





El desencantado y apesadumbrado paseo, rodeados de más hojas que caen, de Ada y Jeeter, que se van transformando en siluetas oscuras, indefinidas, diluyéndose y ensombreciéndose paulatinamente, casi desapareciendo, olvidados, es de un doloroso y desgarrado lirismo. Minimizados bajo el cielo. La vejez abandonada. Un cambio de tono brusco y poético del maestro Ford para los diez últimos minutos.

Hay algo del plano final de “El joven Lincoln” (John Ford, 1939) en estos momentos finales de la cinta a nivel estético, aunque en un sentido contrario.

En esta parte final reaparecen de forma circular casi todos los personajes. Vimos a Bensey, al banquero y ahora lo hará el capitán Tim (Dana Andrews).

Dana Andrews y Gene Tierney coinciden como harían posteriormente en “Laura” (Otto Preminger, 1944) cinta que haría de ellos una pareja mítica del cine negro y del cine en general, así como en “Belle Star” (Irving Cummings, 1941), “El telón de acero” (William A. Wellman, 1948) o “Al borde del peligro” (1950) otra magnífica cinta negra de Otto Preminger que quiso despertar a la pareja que tanto éxito tuvo en “Laura”. La peculiaridad en esta cinta es que no comparten ni un solo plano.




Será en este paseo, ahora en coche junto al capitán Tim, donde el optimista Jeeter se derrumbará por fin, cerrando el círculo de desolación de estos minutos. No podrá evitar que su fracaso y su actitud le den en toda la cara. El personaje de Jeeter es francamente excelente y complejo, optimista, vago y a la vez sensible, no hay maniqueísmo ni superficialidad por ningún lado y es ciertamente encantador a pesar de todo. Cuando la resignación hace mella en el rostro y corazones de nuestra pareja protagonista, donde Ada se mantendrá digna y dura como una roca en un ejemplo más del clásico comportamiento de la mujer fordiana, el capitán Tim saldrá al rescate… Hará una “inversión” que permitirá a la pareja vivir seis meses más en su casa, la mitad de lo que Jeeter endeudaba al banco, lo único que pudo reunir, pero que tras una negociación con el mencionado banco este permitirá a la veterana pareja seguir viviendo en su propiedad. Seis meses para una esperanza… para trabajar. Un espejismo.



Los personajes ricos o más acomodados no son mirados con desprecio, más bien al contrario, se muestran sensibles y preocupados por los Lester, comprensivos, así lo veremos con el banquero y con el capitán Tim.




Después de todo, el Señor sí cuida de los pobres”. La obligada mención al Señor de Jeeter, la providencia de nuevo.


La música cambiará de su tono melancólico al divertido que hemos disfrutado el resto de la película. Así Jeeter volverá a su esencia, recitar entusiastas planes y sueños mientras se echa a dormir en su porche. Palabras vacías sobre grandes propósitos que jamás llegarán a nada. La consciencia y resignación de Ada es maravillosa, imposible no cogerle cariño. En manos de Dios…



La profunda compresión de la naturaleza humana que tiene Ford queda ejemplificada en la forma de retratar a este gran personaje, que pasa de la desolación y sensación de fracaso al verse abocado a la granja de acogida, al bostezo y relajada vaguería por tener simplemente seis meses más.





Jeeter vive en la inmediatez, al día, en la despreocupación absoluta. Hay un magistral detalle en esta reflexión sobre la vejez que parece sobrar, que se pisotea por los más jóvenes, por la generación anterior, que da un giro excelente a todo esto, a la personalidad del propio Jeeter, con el que no se tiene compasión en el retrato potenciando lo bueno de su carácter y actitud como lo malo. Ford no es nada condescendiente con él. Será el hecho de que la abuela de la familia, que vimos fugazmente al inicio, ha desaparecido, no saben dónde está ni les preocupa, se iban a la granja sin preguntárselo siquiera, es decir, Jeeter hace lo mismo que sus hijos hacen con él.




Jeeter es un pícaro holgazán, simpático y avispado, se le quiere a pesar de sus defectos; Ada es lúcida y lista… aunque se siente impotente en muchos momentos. Víctimas, con todo, de un entorno duro.

Tanto Charley Grapewin como Elizabeth Patterson, Jeeter y Ada, los veteranos protagonistas, están realmente majestuosos y eclipsan sobradamente otras interpretaciones más débiles, especialmente la de William Tracy, el insoportable Dude, que lleva la exageración y el exceso casi al paroxismo.



Puro Ford, se ve en todo, en la poesía, el lirismo, en los encuadres, los porches, los planos generales y solitarios, en los caminos… Lo entrañable, lo cándido, lo irónico, lo tierno, se mezcla con brillantez para lograr que se nos haga imposible no sentir afectos por estos personajes, por cuestionables que puedan parecer sus comportamientos en ocasiones, al menos por casi todos, ya que a Dude (William Tracy) no hay forma de tragarlo. Una buena comedia con un trasfondo profundamente dramático que sale a relucir brevemente al final de la cinta, que concluye de forma falsamente esperanzada, pero sin perder su sano humor.

Los decorados son excepcionales, con mención especial a la propiedad de los Lester. Igualmente la banda sonora es estupenda, de David Buttolph, y donde podemos oír “Shall we gather at the river”, un himno cristiano muy del gusto de John Ford.

Hay un punto de vulgaridad, un punto grotesco, que sin llegar a minar la cinta parece excederse en algún momento, pero Ford controla con sobriedad y gran pulso narrativo y de tono todo el conjunto. Quizá ese tono que tiene la película, muy cómico en una realidad tan tremenda, fuera una de las causas de su escaso éxito, aunque en teatro parece ser que triunfó.





Un Ford tan real y directo como lírico y poético, donde la vejez, la miseria, la pobreza, la picaresca, el problema de los subsidios, sus contradicciones, la familia, la supervivencia, la tradición, el pasado, el futuro y el progreso, la inadaptación, la gloria que se fue, el hogar perdido… son temas que el maestro toca con acierto, temas muy constantes en su filmografía.


Un cinta notable, que sin ser de las obras maestras del que posiblemente es el mejor director de todos los tiempos, en absoluto es intrascendente o menor. Un obra en enjundia y calado de calidad indiscutible.









2 comentarios:

  1. Esta tercera parte es impresionante. Muy bien expuesto. Q elección de planos!!! El análisis ha ido de más a mucho más. Y esta tercera parte me ha encantado.
    Bravo!!!
    Lo he dicho muchas veces, pero es q es verdad expones las cosas con un lenguaje ágil y ligero, siendo profuso y detallado. La maestría de ofrecer lo máximo con la levedad necesaria para q pose, no pese.
    :-)
    Gracias!!! Me encantan tus clásicos.
    Bss

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    1. Me alegras la noche. Al leerla me ha encantado como quedó, aunque parezca egocéntrico jajaja. No la recordaba y refrescarla ha sido satisfactorio.

      Me alegra que te lo haya parecido a ti también.

      Un besazo.

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