jueves, 10 de diciembre de 2015

Crítica: EL TREN (1964) -Parte 3/4-

JOHN FRAKENHEIMER












Hombre y máquina. El destino patriótico.

La relación entre esos hombres y el tren se irá agudizando poco a poco, dispuestos a dar su vida por él. Un ejemplo lo tenemos cuando los tres deben llevar la locomotora averiada a la estación donde espera el tren del arte para reiniciar camino. Un ataque aéreo interrumpirá el viaje y Didont (Albert Rémy) manifestará su frustración a través del propio tren, con un chirriante bocinazo.



Este ataque aéreo es una auténtica virguería, otra escena deslumbrante más donde la dirección de Frankenheimer vuelve a brillar de forma sublime. Planos generales donde vemos avión y tren, cambios de punto de vista que pasan del avión atacante al tren atacado, montaje vibrante y preciso, tiroteos en plano general, picados y contrapicados… Un frenesí visual perfecto. Sobrio y depurado.


El tren casi acaba adquiriendo vida, sus ruidos parecen como el palpitar de un corazón mecánico. Latidos de hierro. Siempre de fondo.

Así Lancaster será designado maquinista de ese tren del que pretendía huir, un destino patriótico y sacrificado le vincula a esa misión. Será en esta escena donde se nos presentará al otro gran personaje de la película, Christine (Jeanne Moreau), a través de un espejo.




Frankenheimer usa todos los recursos estilísticos y técnicos de los que dispone: una cámara al hombro, móvil, acompañará a Lancaster a su habitación por un claustrofóbico pasillo… poco antes de deleitarnos con una ágil huida de la misma. Burt Lancaster en plena forma.



Pequeñas misiones.

-“El tren” está repleta de pequeñas misiones. Muchas de estas recurren a esos largos planos secuencia para mostrarlas con todo lujo de detalles. Vimos como nuestro grupo se las apañaba para retrasar un tren, vimos como cambiaban la locomotora en una estación, los “sabotajes patrióticos”, así como demostraciones de ingenio e inteligencia, como la de Waldheim para evitar que se cancelará la salida de su tren del arte o la de Lancaster y los suyos protegiéndose de un ataque de avión dentro de un túnel.

-Ahora tendremos otra espectacular escena rodada con una perfección y depuración que hace pensar que Frankenheimer estaba tocado por la varita al realizar esta cinta, otra pequeña misión. Es la escena donde Lancaster sale de su habitación en el hostal de Christine (Jeanne Moreau) para intentar hacer una llamada a su contacto. Un montaje perfecto, jugando con los segundos planos, sosteniendo los encuadres para que veamos la acción a la perfección, encuadres virtuosos y significativos, usando el punto de vista de forma ejemplar, maniobras de distracción, imaginación en la puesta en escena, cantidad de elementos jugando a la vez… Una tensión y un suspense modulado de forma excelsa.




-En la estación de Rive Reine se provocará un descarrilamiento. Nuestro trío protagonista se deshará del soldado alemán que les vigila y lanzará su locomotora contra los vagones del tren descarrilado. La manera en la que está mostrado, la complejidad de la situación y cómo está resuelto todo, está sólo al alcance de un grande del cine.





-La última misión para salvar el tren consistiría en marcar los techos de los tres primeros vagones del “tren del arte” para evitar que se destruya en el inminente ataque aéreo aliado. La secuencia se inicia con una grúa que sigue a Robert (Christian Fuin), un chaval, por el tejado. Aquí vuelve a sobresalir la naturalidad con la que caen las tejas al paso del chico, de hecho una de ellas acabará delatándole, un nuevo ejemplo de autenticidad. Un zoom, siempre un recurso socorrido para Frankenheimer durante la cinta para subrayar momentos importantes o delatar secretos, remarcará el sabotaje en las alarmas. Todo a las 4:45 de la mañana. La táctica es la misma que para la misión de la llamada, cuando Labiche salió de su habitación: se usa una distracción que posibilite el verdadero propósito. Las alarmas facilitarán la coartada para que Labiche y Didont intenten pintar los tejados.




Impulsada por un sentimiento poco definido, por una afinidad inexplicable pero sentida, Christine, la dueña del hostal donde se hospeda Labiche, ayudará a nuestro protagonista. Además Lancaster disfrutó de la colaboración de otro de sus contactos, el jefe de estación, que incluso se amordazó él mismo… De esta forma, Frankenheimer extiende esa idea de unión patriótica, incluso en la sombra, donde los que defienden unos ideales hacen piña sin necesidad de palabras. Esta idea, el escenificarlo visualmente y sin palabras, es la esencia de la metáfora de Frankenheimer. La mirada cómplice de Lancaster al jefe de estación que lo ayudó, uno de sus contactos, mientras está siendo interrogado a base de puñetazos, lo dice todo.



El póster que reza “Sabotaje” en la puerta del despacho del jefe de estación es un sutil detalle irónico.



Viaje al infierno.

El viaje de ese tren se irá tornando cada vez más oscuro, como un viaje al infierno en el que Joseph Conrad se da la mano con Frankenheimer. Ya vimos como el vapor inundaba el encuadre al inicio del viaje, como avisándonos de lo que iba a acontecer. En su transitar nocturno tras sustituir la locomotora, pasaremos por varias estaciones que el tren se saltará, algunas de ellas casi apocalípticas, destruidas por los bombardeos.


Mantenga los ojos abiertos. Su horizonte está a punto de ensancharse”.



Más misiones y trucos de ingenio, realmente excelentes. La falsa estación de Remilly, en realidad es la de Pont a Mousson, y los zooms enfáticos. Los zooms se van descubriendo como recursos que desvelan secretos o claves al espectador, además de dar énfasis. Los contactos de Lancaster van creando un recorrido alternativo, poniendo carteles falsos en sus estaciones para engañar al militar alemán. En St. Avold, que en realidad es Commercy, se retrata a Labiche y al cabo alemán tras cristales, en una escena muy divertida y entretenida que mezcla suspense y humor con los falsos soldados alemanes y la contraseña del “queso”. Un nuevo zoom nos desvela el nombre de la estación en un pequeño farol. Un plan perfectamente ejecutando ante la inconsciente satisfacción del vigilante soldado alemán.






Es un espectáculo ver el impacto de la locomotora contra el tren descarrilado en plano general, sin maquetas ni trucos, sosteniendo los planos con una seguridad narrativa y en la dirección inconmensurable. Todo sin apenas palabras, puro cine. Cabría reprochar que no se deshicieran antes del alemán que los vigila, pero esto queda explicado al haber otros en el tren ante los que tiene que responder. Más cuestionable es la muerte de Pesquet (Charles Millot), que apura su huida sin motivo aparente en exceso, lo que le lleva a perecer acribillado. El trío convertido en dúo.


Paul Scofield hace una excepcional interpretación como el militar alemán amante del arte. Su firmeza, inteligencia, tenacidad y determinación quedan retratadas en la frialdad de su mirada, que hace comprensible el temor en sus subordinados, la obediencia de los mismos e incluso su capacidad para convencer a sus superiores. Tras el exitoso plan de Labiche lo primero que hará será ajusticiar a todo aquel sospechoso de colaborar con él. Un Coronel con unas prioridades y valores muy claros.


Todo lo que Von Roonsted puede perder son hombres. Este tren es mucho más valioso”.


Jeanne Moreau es la protectora. Una firme y sigilosa mujer sensible a las intenciones de todo silencio. Una mujer aparentemente vulnerable pero heroica, valerosa e intrépida, dura incluso, que salvará la vida de Labiche (Burt Lancaster) en varias ocasiones.


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