viernes, 27 de enero de 2017

Crítica LA LA LAND (LA CIUDAD DE LAS ESTRELLAS) (2016) -Parte 1/5-

DAMIEN CHAZELLE











Os habla el mayor reivindicador de Damien Chazelle, este talento que insinúa un genio, el que vino avisando de lo que se avecinaba mucho tiempo antes de que ni siquiera sonase esta película que es el gran exitazo del año, la que arrasó en los Globos de Oro y lo hará con casi toda seguridad en los Oscar. Porque, efectivamente, ya no se hacen películas así. Quizá tras esta se hagan más...


Porque en "La la land" hay una encendida reivindicación de los románticos, los locos, los tenaces, los soñadores, personificados en los dos protagonistas, pero sobre todo en Sebastian, que no se anda con pequeñas ambiciones, él quiere "salvar el Jazz porque se está muriendo". Ese arte en peligro de extinción, esos aventureros que pretenden rescatarlo de sus últimos estertores, eso es lo que interesa a Chazelle, y lo simboliza con un cine, el Rialto, para enfatizar la idea.






Fijaos que el Rialto aparece tres veces de pasada durante la película (aparte de la escena romántica que contiene). En la primera es casi un anacronismo, ese contenedor de las virtudes románticas amenazado de muerte, que mantiene la llama del cine clásico. La segunda será el alivio para Mia, que regresa de una frustrada audición, pero nada más ver ese cine cambiará su rostro, recordando a Sebastian. La última define la tesis, ya que Mia volverá a pasar por allí, pero el Rialto habrá cerrado... Ese cine que no volverá, esos románticos que perecen tristemente... A esos, a los salvadores del Jazz, del cine clásico, del arte, a los que quieren ser el mejor batería del mundo, dedica Chazelle su película.




Y con esta jerarquía auto proclamada os digo que no. No. Es más lujosa, más grande, más vistosa, más glamourosa, con más presupuesto y más medios, además de absolutamente encantadora, pero bajo ningún concepto es mejor película que esa obra maestra llamada “Whiplash” (2014), que ha posibilitado que el director pudiera hacer este musical que intentó colocar en Hollywood durante un buen número de años sin que nadie le hiciera caso.

Sigue los mismos parámetros conceptuales que su obra maestra (la segunda película de su filmografía, que está analizada en Cinemelodic), pero con menos profundidad, entregándose a la ligereza del género, apostando por una obra sensitiva y focalizada desde el lado más luminoso de la moneda, el lado opuesto a “Whiplash”, sin renunciar a la hondura y la amargura que impactan con fuerza también en el espectador.

Oír a algunos comentaristas cinéfilos desespera un tanto, porque deben ver las cintas con la misma superficialidad que se escucha la música de ascensor, por eso se entiende poco que no vieran el talento romántico de este director ya en su anterior obra. Me sorprenden esas críticas a esta misma película, porque sirven para desechar el 99% del cine musical clásico, o no clásico, para despreciar títulos de la altura de “Cantando bajo la lluvia” (Stanley Donen, Gene Kelly, 1952). Porque el musical no necesita tramas complejas ni rocambolescas, nunca las necesitó, sólo necesita canciones y música para desarrollar ideas, relaciones y sentimientos, para transmitir emociones y colapsar los sentidos, embriagar con el artificio y la magia. Un género liviano, alegre, enérgico, que busca sacar la sonrisa, divertir y entretener, hacer pasar un buen rato y desprender buen rollo, evadir de sus problemas a la gente. Aparentemente superficial, aparentemente ligero, aparentemente intrascendente incluso, pero que cuando triunfa, como es el caso, posee una enjundia y sensibilidad fuera de toda duda. Muchos no traspasarán esa capa superficial y se quedarán con lo insustancial, pero la mayoría irá más allá y la película germinará poco a poco en su interior.

La búsqueda del sueño, de la pasión, de la obsesión, la lucha y el sacrificio para conseguirlo, demostrar el talento, que este se anteponga a todo, no renunciar a las convicciones que nutren ese sueño, no venderse…  “La la land” adopta un punto de vista plenamente romántico, mientras que en “Whiplash” esto era tangencial (ese otro lado de la moneda que comentaba), pero la esencia conceptual es la misma en ambas películas y la sensibilidad para retratar los enamoramientos y las relaciones ya estaba presente en su cinta de 2014.

Le dediqué encendidos elogios y analicé con detalle una escena concreta de “Whiplash”, de la que dije merecía estar en la antología de las escenas románticas de los últimos años, es aquella de la pizzería… “La la land” es, simplemente, la confirmación de aquello, la exploración profunda de aquel tono y aquellos conceptos. Puro romanticismo en una película puramente sensitiva, una orgía visual y sonora que casi puede saborearse.




Esa caricia con el pie bajo la mesa en una relación en la que todo eran expectativa e ilusiones, en la que todo comenzaba, en la que la complicidad nació junto a la llama del amor y que el protagonista trunca abruptamente y de improviso para centrarse en los bombos, el Charlie y la caja, tenía una exquisita sensibilidad, sutil y auténtica, que aquí se ve rememorada en ocasiones, por ejemplo en ese cine donde reponen “Rebelde sin causa” (Nicholas Ray, 1955) y se escapan caricias furtivas casi adolescentes en primer plano.




Y no sólo se rememora ahí. Chazelle deja varios de esos detalles sutiles, de terciopelo, que rezuman sensibilidad: Ese momento donde la pareja se separa a la salida del “The lighthouse café” y en plano general se vuelven a mirar al otro en momentos distintos; esa sonrisa a pesar de la decepción en su segunda audición para la serie televisiva al pasar por el Rialto, el cine donde ha quedado con Sebastian para ver “Rebelde sin causa” (Nicholas Ray, 1955); ese detalle de guión donde una frase fugaz en el paseo por el estudio da la clave a Sebastian para encontrar la casa de Mia en Nevada; o uno de mis favoritos, cuando descubrimos que Sebastian no tiene el coche donde dijo, que sólo subió con Mia para estar un rato más con ella y bailar, mientras buscaba el suyo...







Chazelle habla de los sueños y hace bailar la cámara junto a sus actores para retratar esa lucha, esas dudas y esos conflictos de un camino casi siempre espinoso y muchas veces transitado en el celuloide. Y lo hace con energía y potencia, convencido de que transmitirá su mensaje, sin intención alguna de aparentar ser novedoso, gozando del paseo, danzando mientras saluda y da la mano a infinitos clásicos del musical y del Séptimo arte en general, enamorando a la mayoría de los espectadores que han visto su película, a casi todos, menos a aquellos que se rebelan ante un éxito incontestable por norma.


Porque el musical es pura magia, puro artificio, pura ilógica, pura ilusión, pura imaginación, pura orgía artística donde música, luz, imagen y coreografía se dan la mano y crean ese material que forja los sueños, y como sueños tenemos todos no había mejor opción para contar esta película.






Es normal que el hecho de ser un musical, ese género que triunfó en los 50 pero que ahora es mirado con resquemor, salvo excepciones, ponga en alerta a muchos, a mí mismo, que no soy un fan entusiasta de ellos, pero si apuestas por ella, te pones los zapatos de claqué y activas del chic de desinhibición, ese que nos lleva a cantar y bailar en las fiestas, saldrás regocijado, con las mismas ganas de soñar que de reflexionar, de bailar con Sebastian (Ryan Gosling) y la encantadora Mia (Emma Stone), aunque ninguno sea un gran bailarín ni cantante, de ensimismarte con un solo de piano en las manos de Gosling y adormecerte con el frenillo y el timbre de voz de Emma, para reírte de los malos augurios y las frustraciones y pensar por dos horas que la magia existe, como le decimos a nuestros pequeños.

Chazelle nos invita a una ciudad sin tiempo, atemporal, habitada por personajes de ensueño, donde las estaciones pasan pero siempre es verano, donde las fechas se confunden, donde podemos estar en el presente o un pasado de hace décadas, donde vamos a cines que reponen clásicos antes de desaparecer (el Rialto), volamos danzando por un observatorio para hacer realidad la ficción de “Rebelde sin causa” y las paredes son decoradas por estrellas del pasado mientras suenan los móviles…


Invierno, primavera, verano, invierno… cinco años después…

Y un destino juguetón, que une a esos dos personaje obstinadamente, como sabedor que el uno ayudará al otro a cumplir su sueño en la segunda ciudad más poblada de los Estados Unidos, donde casi parece imposible coincidir, porque allí todo rezuma magia. Un destino que parece colocar sutiles señales para que las sigan los protagonistas… Un destino con sonido de claxon, el sutil aviso de Sebastian, que adelanta en el atasco y luego rememorará para llamarla en su casa de Los Ángeles y de Nevada (divertidísimo y romántico momento)…


Una ciudad imposible y real, donde confundimos la realidad con un estudio de cine, ese donde trabaja Mia sirviendo cafés mientras estrellas compran productos dietéticos y son transportadas en cochecitos, mientras otros van disfrazados y los decorados y elementos de escena viajan de acá para allá sin percatarse de lo cotidiano.






Una ciudad que parece plasmar las pulsiones de los dos protagonistas, por eso siempre veremos fondos cinéfilos vinculados a Mia y musicales relacionados con Sebastian. En el apartamento de Mia, en la cafetería, incluso andando por la calle en soledad, fondos con actores, películas y grandes estrellas enmarcarán a la aspirante a actriz. Con Sebastian ocurrirá algo parecido, donde elementos musicales, fotos o fetiches aparecerán en plano haciéndole compañía.



Porque todo puede pasar en “La la land”, incluso que tu arte llame a la chica de tus sueños. Yo siempre lo soñé, en mi romanticismo más o menos absurdo: que una chica (o un cazatalentos) llegará a mí fascinada o atrapada por alguna demostración de mi talento… esas cosas que a veces pasan. Que aquello que haces, que el arte, signifique algo para alguien, hasta el punto de movilizarle. Y descubrir así a dónde perteneces y a dónde no. Aquí ocurre por culpa de ese destino juguetón, cuando al pasar por una calle cualquiera, una melodía incita a Mia a entrar en un garito cualquiera para encontrarse con Sebastian, un desconocido cualquiera, cazada por unas notas de piano. Quizá lo que ocurre es que, en general, vamos sordos y ciegos por la vida…

Alguien que sólo está esperando a ser encontrada”.

Ese destino que impulsará a Sebastian a rebelarse y tocar una melodía de Jazz en vez de los villancicos justo cuando la desconocida Mia pasaba por allí, por ejemplo. De hecho, Sebastian reflexionará sobre la extrañeza de sus diversos encuentros fortuitos, sucumbiendo al cinismo insincero de Mia cuando desecha que signifique algo… Y a Mia sólo le funcionará el mando del coche una vez termine su cómplice baile…


El destino lo guía todo, en sus impulsos, en sus repentinas decisiones que los encaminarán hacia sus sueños, el uno al otro. Como en el final, cuando Mia decide desviarse y hasta una flecha azul la conduce hasta Sebastian...



La la land” danza también con “Whiplash”, pequeños pellizcos y caricias que rememoran momentos de aquella obra maestra que encumbró a su director. Por eso Mia trabaja en una cafetería, mientras que la chica de la que se enamoraba el personaje interpretado por Milles Teller vendía palomitas en un cine. La cámara que baila en fusión de imagen y sonido, es la misma idea que en “Whisplash” con el montaje, que además aquí también se utiliza.



Planos calcados, como esos donde sus personajes pasean por la calle ignorando los carteles con sus sueños ante los que se cruzan. Miles Teller ignorando carteles que anuncian un festival de Jazz; Mia pasando ante un mural con estrellas de Hollywood lanzando simplemente una mirada de soslayo a Marilyn; Sebastian pasando ante un cartel de la película de Mia


Las dos entradas en los locales que hace Mia (cuando ve a Sebastian tocar por primera vez y al final) nos recuerdan a la de Andrew (Miles Teller) al descubrir que su antiguo profesor toca en uno.



La presencia de J. K. Simmons, que aquí hace un papel pequeño e irónico regentando un local. El profesor obseso del Jazz ahora lo aborrece, hasta el punto de prohibir a Sebastian tocar otra cosa que no sea la lista de canciones populares y villancicos que él mismo ha realizado, y despidiéndole en el acto cuando el pianista no cumple su parte. Tronchante.










2 comentarios:

  1. Como soñadora que soy solo tengo una palabra para describir esta película: MÁGICA!

    En esta cinta todo encaja perfectamente para hacerte olvidar, dibujarte una sonrisa mientras te cae una lagrima , soñar... Los colores , los fondos , atardeceres y amaneceres..... Todo junto es un puzzle perfecto.
    Whiplash : otra maravilla.

    Voy a seguir leyendo :)

    Saludos A.

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    1. Un placer verte por aquí, Luna! Pues así es, ese es uno de sus propósitos. Me sorprende que haya gente que la cuestione o no le guste, más allá de los que fueran con ciertos prejuicios, porque como mínimo debe entretener. Si además logras adentrarse en sus sutilezas, entusiasma.

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